El escritor colombiano Juan Carlos Botero reaparece con “Los hechos casuales”, una novela con aire autobiográfico

Luego de varios años en el exilio y sin aparecer demasiado en el radar de la prensa colombiana, el autor de ‘El arrecife’, hijo del pintor Fernando Botero, regresa a las librerías con un nuevo libro de ficción que se basa en algunos episodios de su propia vida.

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Juan Carlos Botero reapareció en el panorama literario luego de varios años de silencio. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés/Infobae).
Juan Carlos Botero reapareció en el panorama literario luego de varios años de silencio. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés/Infobae).

Mucho tiempo pasó para que los lectores volviéramos a escuchar hablar sobre Juan Carlos Botero. Desde que publicó El arrecife, en 2006, muy poco sucedió en torno a su obra, pese a que publicó uno que otro libro en el camino. Lo que se hablaba de él tenía que ver más con sus otros oficios y con el hecho, noticioso siempre, de que cada tanto tiene algo que decir sobre su padre, el reconocido pintor Fernando Botero.

Luego de haberse dado a conocer en el panorama literario nacional con Las semillas del tiempo (1992), obra que le mereció la atención de los lectores y la prensa en su momento, el escritor nacido en Bogotá ha publicado alrededor de diez títulos, entre novelas, ensayos, libros de cuentos y semblanzas sobre el arte de su padre. Hasta el momento, ninguna de estas publicaciones, aparte de El arrecife, ha generado tanta curiosidad.

Finalmente, en este año 2022, Botero regresará a las librerías con una nueva novela que, si bien está simentada en la ficción, contiene detalles autobiográficos del autor que no había tratado antes en ninguno de sus otros libros.

En Los hechos casuales, titulo publicado por el sello Alfaguara, se cuenta la historia de Sebastián Sarmiento, un empresario exitoso y adinerado, cuya vida ha estado determinada por una serie de hechos causales, como bien lo apunta el título, y en apariencia intrascendentes, que han desencadenado la muerte de sus seres más queridos, entre ellos su padre, su mejor amigo y su esposa. Estas tragedias hacen que Sebastián cargue con un sentimiento de culpa que crece y lo corroe. De repente todo empieza a cambiar cuando es secuestrado súbitamente.

Cortesía.
Cortesía.

La historia está contada desde el punto de vista de este narrador personaje y por lo que tiene que decir un compañero suyo de la infancia, Roberto Mendoza, que bien podría ser un guiño al amigo del autor, el escritor Mario Mendoza. De la mano de estas dos voces, el lector va reconstruyendo cada uno de los pasajes, a través de recuerdos y testimonios fragmentados.

En la primera parte de la novela, Sebastián se presenta como una figura difícil de entender, un aire de enigma lo cubre y el lector irá descifrándolo conforme los misterios a su alrededor se van revelando. Puede parecer un tipo altruista y pedante, gusta de la buena literatura y es discreto en su actuar. Sebastián es un buen sujeto, un intento de héroe con buenos modales y habilidad para los negocios que encarna la figura del rico egocéntrico e indiferente que se encarga de sí mismo y su reputación. Con el correr de las páginas va echando abajo esa imagen suya, dando a entender que no es del todo cierto eso de que en las vidas de las buenas personas no pasa nada extraordinario. La violencia irrumpe en su vida, como en la de tantos otros colombianos durante los años 80, y nada vuelve a ser igual.

Dice la contraportada del libro que esta historia trata del encuentro fortuito entre dos amigos de la infancia con un pasado enigmático. “La historia de Sebastián toma rumbos insospechados debido a circunstancias tan simples como una rama seca tirada en el camino, una llamada realizada en el instante preciso y el andar a la deriva por una calle cualquiera. Esas casualidades, y muchas más, son las que determinan el destino del protagonista, y Juan Carlos Botero se vale de ellas para demostrar que no existen hechos intrascendentes, pues un detalle, por más mínimo que parezca, puede cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos y desatar una ola de eventos inesperados. Nuestra fortuna deja de pertenecernos cuando se lanzan los dados y nos convertimos, para ventura o desventura, en caprichos de la suerte”.

Ya entrado en la segunda mitad de la novela, el lector es consciente de que lo narrado aquí ahonda, y no por ello es novedoso, en el ya frecuente tema de la violencia en la realidad colombiana. Lo interesante aquí es que Botero renuncia a convertirlo en el centro de la trama. No se rehúsa a contarlo, porque sabe bien que solo así puede construir memoria, pero lo utiliza como marco para narrar otros temas que, en últimas, son los que terminan inflando su obra.

Quizá esto ya lo dijo alguien más, en la novela, el autor hace una interpretación muy personal de dos hechos muy tristes para la historia del país: la toma del Palacio de Justica y la tragedia de Armero, en el año 1989. No se limita a contar de nuevo lo que pasó, con otras palabras, con otros tonos, sino que explora de manera magistral la culpa individual y colectiva que yace a su alrededor.

Aquí se abordan conceptos como el amor al padre y la ausencia de la madre; la conciencia política, el desamor, y la posibilidad de desmoronarse.

Dicho de una manera menos formal, lo que este tipo hace aquí, a lo largo de 560 páginas, es joderse la espalda para contarnos lo duras que pueden llegar a ser las frustraciones y las pérdidas en la vida de una persona, los dolores y la violencia que reside en su interior, todo enmarcado en un contexto hostil, complejo, como la Colombia de los años más intensos. Y ahí es donde está el acierto. Botero logra hablarnos al oído para contarnos eso que somos, que ya lo sabíamos, pero que no queríamos aceptar.
Juan Carlos Botero publica con Alfaguara su novela "Los hechos casuales". Foto: LetraUrbana.
Juan Carlos Botero publica con Alfaguara su novela "Los hechos casuales". Foto: LetraUrbana.

Botero se tardó diez años en escribir Los hechos casuales. ¡Diez años! Pero cuenta en alguna entrevista que llevaba 40 pensando en la historia y eso, a decir verdad, se nota. La novela es pulcrísima, obsesiva, intensa, bella.

En una columna suya, publicada por el diario El Espectador en 2006, ya nos entregaba algo que anticipaba, y no lo sabíamos entonces, la llegada de este nuevo libro. “Siempre me han intrigado los hechos casuales: aquellos sucesos de efectos enormes ocasionados por acontecimientos fortuitos y en apariencia pequeños (...) cada incidente de nuestra vida, para bien o para mal —cada nacimiento, relación o catástrofe—, cuenta con un suceso pequeño y accidental que contribuye al efecto total de ese mismo incidente (...) cuanto más reflexiono sobre el alcance de los hechos insignificantes, más me ronda una conclusión atroz: estos no existen. Y si parecen insignificantes es sólo porque no hemos terminado de escuchar el último de sus ecos”.

Si este escritor no había hecho antes una obra maestra, seguramente con este libro lo consiguió. Y me da la sensación de que ha cerrado un ciclo que empezó, justamente, con ese primer libro, Las semillas del tiempo. Podría uno pensar, entonces, que todo esto no es más que un círculo en el que el autor se dedica a narrar los instantes que lo obsesionan, los pasajes decisivos e impredecibles. Aquello que se sale de las manos es lo que más le interesa tratar a Botero en su literatura y de eso, justamente, trata esta nueva novela, de la fragilidad de la existencia, de “cómo deberíamos ser conscientes del privilegio que es vivir”. Enhorabuena por su aparición.

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