
Solo su nombre es inquietante. Nostradamus es sinónimo de misterio, ocultismo y profecías. Y ese halo, que hoy parece inseparable de su figura, nació en un instante casi doméstico que la historia transformó en leyenda.
Era la noche del 1 de enero de 1555 y el silencio espeso de Provenza se colaba por las ventanas de una casa modesta. Allí, un hombre encorvado sobre su escritorio encendió una lámpara de aceite y acercó un papel a la luz temblorosa, y comenzó a escribir: “Del cielo caerá fuego, el sol quedará oscurecido y el rey perderá su corona”. Sin un cuándo, ni cómo. Sin certezas, solo describía imágenes, visiones a medio revelar que parecían surgir de un lugar entre la vigilia y el temor. Esa ambigüedad textual—mitad poema, mitad presagio— fue su bendición y su condena.
Michel de Nôtre-Dame no podía imaginar que aquellas Centurias nacidas entre frascos de hierbas medicinales, noches insomnes y la vigilancia silenciosa de la Inquisición, resistirían guerras, pestes y revoluciones. Que cada época, sin importar su tragedia, buscaría en sus versos una explicación, una advertencia o un consuelo, como si el futuro entero estuviera escondido en sus metáforas.
Cinco siglos después, sigue causando tanta fascinación como miedo y desconfianza. Para algunos fue un visionario capaz de leer los pliegues ocultos de la historia; para otros, un poeta astuto que dominó el arte de decir sin decir.

El origen del misterio
Michel de Nôtre-Dame nació el 14 de diciembre de 1503 en Saint-Rémy-de-Provence, en el seno de una familia de judíos conversos al catolicismo. En su hogar se combinaban el comercio, la medicina y la cultura humanista, y fue allí donde se gestó su insaciable curiosidad. Desde niño mostró entusiasmo por las matemáticas, un marcado interés por la astronomía y fascinación por los textos clásicos, explorando un mundo donde ciencia y tradición se entrelazaban.
A los 15 años ingresó en la Universidad de Aviñón para estudiar el trivium —gramática, lógica y retórica—, pero la epidemia de peste bubónica que cerró la institución en 1519 interrumpió su formación académica. Entre ese año y 1527 recorrió Francia, Italia y España como boticario itinerante, perfeccionando remedios herbales y aplicando principios de higiene y cuidado poco conocidos entonces. La experiencia con la enfermedad y la muerte lo formó tanto como los libros y fue decisiva para la construcción de su método científico y observacional.

En 1531 se vinculó con el humanista Jules-César Scaliger, un erudito que le abrió las puertas al pensamiento humanista y al debate intelectual de alto nivel. Ese mismo año retomó estudios de medicina en Montpellier, donde la combinación de formación académica y experiencia práctica le permitió desarrollar un enfoque innovador frente a la peste, una enfermedad que devastaba la población.
Sin embargo, no siempre pudo combatirla: entre 1531 y 1534, su primera esposa y sus dos hijos murieron durante un brote de peste. Estas duras pérdidas dejaron una cicatriz indeleble, y explican, en parte, su interés por el ocultismo y su manera de abordar la escritura profética, siempre rodeada de ambigüedad y simbolismo. Tras estas tragedias, se dedicó de lleno a atender comunidades afectadas por la enfermedad en toda Francia, ganando reputación por su eficacia y conocimiento.
En 1547 se estableció en Salon-de-Provence, donde contrajo matrimonio por segunda vez con Anne Ponsarde y formó una familia numerosa. La estabilidad le permitió consolidar su práctica médica y profundizar en la astrología y la escritura, marcando el inicio de su fama literaria y su vínculo con la élite cultural y política.

Entre la fama y la sospecha
A partir de 1550, Nostradamus comenzó a publicar almanaques astronómicos, agrícolas y climáticos, que se agotaban rápidamente entre lectores de toda Francia. Su reputación trascendió la provincia y llegó hasta la corte, donde la reina Catalina de Médici lo convocó en 1555 para analizar los horóscopos de sus hijos y brindar asesoramiento en asuntos de Estado. Su conocimiento de medicina, astrología y observación social lo convirtió en un intermediario entre la superstición popular y la política real.
Ese ascenso generó tensiones, tanto dentro como fuera de la corte. En los sectores teológicos, incluidos académicos de la Sorbona, sospechaban de sus publicaciones, temiendo que se tratara de herejía o manipulación de hechos. Su estilo críptico y la habilidad para sugerir sin afirmar directa y categóricamente le dieron protección: podía influir en la corte sin enfrentar persecución formal. La ambigüedad, que más tarde se volvería sello de sus Centurias, funcionó como escudo ante la censura y la sospecha.
Entre 1538 y 1545, Nostradamus viajó extensamente por el sur de Europa, incluyendo Italia, Grecia y Turquía, en un período que él mismo aprovechó para estudiar círculos humanistas, alquímicos y astrológicos. La combinación de práctica médica, conocimiento astronómico y estudio de textos esotéricos le permitió crear un enfoque único: interpretar el mundo mediante símbolos y analogías, un método que luego aplicaría a su obra profética.
La fama de Nostradamus creció con rapidez. La corte lo respetaba, la población lo consultaba y los teólogos desconfiaban. Esa tensión entre reconocimiento y sospecha, poder y superstición, marcó toda su trayectoria profesional y literaria.

Las Centurias y el arte de sugerir
En 1555, Nostradamus publicó la primera edición de Les Prophéties, una obra que reunía 942 cuartetas organizadas en 1.000 redondillas conocidas como “centurias”. Cada verso combinaba francés, latín, italiano, hebreo y provenzal, creando un lenguaje deliberadamente críptico. La intención era doble: protegerse de la censura y asegurar que solo lectores ilustrados pudieran interpretar sus mensajes.
Nostradamus describía su método en cartas privadas: requería concentración intensa, observación astronómica y contemplación mediante un cuenco de bronce con agua y especias colocado sobre un trípode. Sus estudios incluían textos médicos, astrológicos y alquímicos de autores como Paracelso —considerado el “padre de la toxicología” moderna— y Cornelio Agrippa, integrando ciencia y misticismo de manera inédita.
Luego de la publicación, las cuartetas se vincularon con numerosos eventos históricos: la muerte del rey Enrique II, la Revolución Francesa, el ascenso de Napoleón, las guerras mundiales y catástrofes natuarles, entre otros hechos. La ambigüedad de su lenguaje permitió que cada época proyectara en ellas sus propios temores, reforzando su fama y perpetuando la leyenda.
El secreto de esas profecías, dicen sus estudiosos, estaba en sugerir más que afirmar. Sus imágenes poderosas —fuego en el cielo, reyes destronados, catástrofes— ofrecían reflejos simbólicos del miedo y la esperanza humanos. Esa estrategia literaria no solo protegió su vida y amplió su influencia, sino que convirtió sus versos en espejos donde cada generación pudo mirarse y comprender su propia relación con el futuro desconocido.

Por ejemplo, la cuarteta II-24, donde menciona a “Hister”, es vinculada al ascenso de Adolf Hitler: “Bestias feroces por el hambre cruzarán los ríos a nado. La mayor parte de la región estará contra el Hister. El grande hará lo que arrastren en una jaula de hierro cuando el niño alemán no observará nada”.
Al mismo tiempo, “Hister” era el nombre clásico del río Danubio, lo que demuestra la ambigüedad que caracteriza sus versos. Otros eventos señalados incluyen la Revolución Francesa (I-14), la invención de la bomba atómica y la tragedia de Hiroshima y Nagasaki (II-6) y el Gran Incendio de Londres en 1666, cada uno interpretado por estudiosos y seguidores de diferentes maneras.
En épocas más recientes, se buscó en ellas correspondencias con el asesinato de John F. Kennedy, el ascenso de Napoleón e incluso los atentados del 11 de septiembre de 2001 a la Torres Gemelas. Para sus críticos, estas asociaciones reflejan la capacidad de los textos para servir como espejos de los temores de los pueblos, más que predicciones exactas. Para sus seguidores, son evidencia de una intuición histórica extraordinaria.
Nostradamus murió el 2 de julio de 1566, debilitado por la gota y una insuficiencia cardíaca. Dejaba tras de sí un testamento y un cuerpo de obra que apenas comenzaba a ser entendido, y que con el tiempo se transformaría en mito. Su fama creció durante el siglo XIX, cuando Europa buscaba respuestas espirituales más allá de la religión, y se consolidó en el siglo XX gracias a la difusión mediática de sus escritos: se volvieron a imprimir libros, se hicieron documentales, se habló de él en programas de radio y televisión, al punto de volver a convertirse en un misterioso personaje.
“Aquí descansan los restos mortales del ilustrísimo Michel Nostradamus, el único hombre digno, a juicio de todos los mortales, de escribir con pluma casi divina, bajo la influencia de los astros, el futuro del mundo”, reza el epitafio de su tumba, ubicada en Collégiale Saint-Laurent de Salon-de-Provence. Hoy, sus profecías circulan en redes sociales y siguen siendo interpretadas por millones de personas que buscan en ellas las señales del futuro; y las respuestas ante lo incomprensible.
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