La inspiradora lucha de la activista pakistaní de 17 años que se convirtió en la persona más joven en recibir el Nobel de la Paz

En diciembre de 2014, Malala Yousafzai se consagró en la persona de menor edad en recibir el galardón. Desafió el miedo y la violencia para defender un derecho fundamental: el acceso a la educación

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Malala Yousafzai recibiendo el Nobel
Malala Yousafzai recibiendo el Nobel de la Paz, en 2014 (EFE)

“Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución. ¡La única esperanza!”, dijo Malala Yousafzai en Oslo al recibir el Premio Nobel de la Paz. Tenía 17 años y se convertía así en la persona más joven en obtener el reconocimiento. Su trayectoria, sin embargo, había comenzado mucho antes, en el valle de Swat, en Pakistán, donde la defensa de la educación femenina se había vuelto un acto de riesgo.

Lo que Malala recibió el 10 de diciembre de 2014 fue más que un galardón: fue el reconocimiento internacional a años de activismo frente al avance talibán. Antes de ese escenario y de que el mundo posara los ojos en ella, era una estudiante más entre montañas y ríos, en una región donde ir a la escuela podía convertirse en una decisión peligrosa.

En Swat, la educación de las niñas se transformó en un blanco del extremismo. Para los talibanes, impedir su acceso a la escuela era parte de una estrategia deliberada para someter a la sociedad bajo normas rígidas y restrictivas. La región, conocida por su belleza y su riqueza cultural, quedó bajo ese control, que ordenó el cierre de escuelas y limitó la presencia de niñas en las aulas. En ese contexto, Malala (de 11 años) comenzó a escribir un blog anónimo para la BBC. Allí contó cómo la violencia alteraba la vida cotidiana y cómo el miedo avanzaba sobre estudiantes y docentes.

El compromiso de Malala inspiran
El compromiso de Malala inspiran la defensa de la educación y los derechos de las mujeres (REUTERS)

Inicio de una resistencia incansable

Malala Yousafzai nació el 12 de julio de 1997 en el valle de Swat, en Khyber Pakhtunkhwa, al noroeste de Pakistán, en una familia pastún y musulmana sunita. Su nombre fue elegido en honor a Malalai de Maiwand, figura histórica de resistencia. Creció con sus padres, Toorpekai y Ziauddin Yousafzai, y sus dos hermanos, en un hogar donde la educación era una convicción antes que una obligación.

Su padre —poeta, maestro y dueño de la red Escuela Pública Khushal— desempeñó un rol decisivo en su formación. La alentaba a pensar, debatir y cuestionar; hablaban de política hasta la noche, cuando sus hermanos ya dormían. Malala hablaba pastún, urdu e inglés, y aunque de niña imaginó ser médica, Ziauddin la inspiró a convertirse en una defensora de los derechos de las niñas.

Su activismo comenzó temprano. En septiembre de 2008, con solo 11 años, dio su primer discurso público en Peshawar: “¿Cómo se atreven los talibanes a quitar mi derecho básico a la educación?”, dijo. La frase no pasó inadvertida: tuvo amplia difusión y anticipó el lugar que la niña asumiría poco después.

Durante la entrega del Premio
Durante la entrega del Premio Sajarov, en Estrasburgo, 20 de noviembre de 2013

A fines de ese mismo año, la BBC Urdu buscaba una estudiante que relatara, de forma anónima, cómo era vivir bajo el régimen talibán en Swat. Luego de búsquedas fallidas y no encontrar voluntarias (debido a que los padres temían represalias), Ziauddin propuso a su hija. Los editores aceptaron con la condición de que usara un seudónimo: Gul Makai, un personaje de un cuento pastún. Malala escribía a mano y un periodista enviaba sus manuscritos a la redacción para su publicación en la página web.

En esos textos contaba sobre las noches de bombardeos, de aulas vacías y cómo el terror se apoderaba de la localidad de Mingora, donde los talibanes ya habían destruido más de un centenar de escuelas para niñas. El 3 de enero de 2009 se publicó su primer post: “Tenía miedo de ir a la escuela porque los talibanes han emitido un edicto prohibiendo a todas las niñas asistir... Solo 11 de los 27 alumnos asistieron a clase”.

Ese mismo año comenzó a participar en el programa Open Minds Pakistan del Institute for War and Peace Reporting, que promovía el debate social a través del periodismo y el diálogo. Se había convertido en una adolescente líder en un contexto demasiado adverso. El peligro era constante.

El 9 de octubre de 2012, un miembro del Movimiento de los Talibanes Pakistaníes interceptó el micro escolar en el que viajaba y le disparó en la cabeza y el cuello. Dos compañeras resultaron heridas. El ataque provocó protestas en su región y una ola inmediata de condenas internacionales.

Malala fue trasladada al Hospital Reina Isabel de Birmingham, en Reino Unido, donde permaneció internada y atravesó cirugías reconstructivas. Fue dada de alta en enero de 2013 y regresó a clases poco después. “Volver al colegio me hace muy feliz. Mi sueño es que todos los niños del mundo puedan ir a la escuela”, dijo en marzo de ese año. Lejos de silenciarla, el atentado la hizo más fuerte y amplificó su voz.

La activistas Vanessa Nakate, Malala
La activistas Vanessa Nakate, Malala Yousafzai y Greta Thunberg (REUTERS)

Una voz que atraviesa fronteras

Tras su recuperación en Reino Unido, Malala pasó de ser una figura local de resistencia a convertirse en una referencia mundial en la defensa de la educación. En julio de 2013, en su primer discurso público desde el atentado, habló ante la Asamblea de la Juventud de la ONU. Ese día cumplía 16 años, y su intervención fue llamada “el discurso del cumpleaños de Malala”. Allí dijo: “Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”. Fue ovacionada y su mensaje se transformó en un llamado para priorizar la educación en las agendas políticas internacionales.

Desde entonces participó en encuentros con líderes mundiales, entre ellos Barack Obama, Ban Ki-moon y Gordon Brown, entonces enviado especial de la ONU para la educación. También visitó campos de refugiados en Jordania, Kenia y Nigeria, donde escuchó las historias de niñas que habían perdido todo menos el deseo de estudiar. Su presencia en esos lugares ayudó a visibilizar las crisis humanitarias que muchas veces quedaban relegadas en la agenda internacional.

Malala se involucró también en campañas internacionales como #BringBackOurGirls, que exigía la liberación de las más de 200 estudiantes nigerianas secuestradas por el grupo extremista Boko Haram en 2014. En ese contexto, presionó a gobiernos y organismos internacionales para que garantizaran la seguridad de las niñas en entornos escolares.

No fue todo. Su impacto se trasladó a la literatura y en 2013 publicó Yo soy Malala, una autobiografía escrita junto a la periodista Christina Lamb, que se convirtió en un bestseller internacional y acercó su historia a nuevas audiencias. Más adelante publicó Malala. Mi historia (2015), dirigido a lectores jóvenes, consolidando su capacidad para comunicar no solo desde los discursos, sino también desde la palabra escrita.

El Premio Nobel de la Paz, que recibió en 2014 junto al activista indio Kailash Satyarthi, marcó un hito en su trayectoria. Pese a eso, según contó, ese galardón fue apenas un capítulo dentro de una causa más amplia: garantizar que ninguna niña tuviera que arriesgar su vida para aprender. Malala insistía en que ella no hablaba por haber sido víctima, sino por las millones de niñas que aún vivían bajo las mismas amenazas que ella había padecido.

La premio Nobel de la
La premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai habla durante la cumbre "La educación de las niñas en las comunidades musulmanas: Retos y oportunidades" en Islamabad, Pakistán. 12 de enero de 2025. REUTERS/Salahuddin

Inspiración mundial

Con los años, Malala convirtió su activismo en un trabajo estructurado con alcance internacional. En 2013 cofundó Malala Fund, una organización que financia proyectos educativos y colabora con líderes locales para garantizar que las niñas tengan acceso seguro y continuo a la escuela. La fundación está en más de 100 países, con programas que van desde becas y reconstrucción de escuelas hasta campañas para eliminar el matrimonio infantil y promover políticas públicas que amplíen derechos.

Además, impulsa el programa Gulmakai Champions, en honor al seudónimo que utilizó en el blog de la BBC. Este programa brinda apoyo a activistas locales en regiones afectadas por conflictos, desastres naturales o pobreza estructural, fortaleciendo liderazgos comunitarios que trabajan por la educación de las niñas desde dentro de sus propias realidades.

En paralelo a su activismo, Malala continuó su formación académica en la Universidad de Oxford, donde estudió Filosofía, Política y Economía (PPE). Más que un logro académico, su paso por Oxford fue una demostración de que la educación transforma vidas. Durante esos años, combinó estudios con viajes internacionales, conferencias y actividades de su fundación, al tiempo que se vinculó con jóvenes activistas de todo el mundo, fortaleciendo redes de colaboración que hoy sustentan los proyectos del Malala Fund.

Malala dijo en entrevistas que su experiencia en Oxford reforzó su visión de la educación: aprender no es solo adquirir conocimientos, sino también formarse como ciudadana capaz de actuar y exigir justicia. Su labor trasciende la política: participa en documentales y proyectos culturales que amplifican las historias de niñas y adolescentes en riesgo, mostrando que la educación es una herramienta de libertad y transformación. Con el tiempo, su influencia se convirtió en un puente entre generaciones, reflejada en cambios concretos como leyes que amplían el acceso escolar, escuelas reconstruidas y miles de adolescentes que hoy pueden estudiar gracias a los programas de su fundación. Cada logro confirma que incluso una sola voz puede resonar en el mundo y contribuir a cambiar la historia.

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