
En enero de 1978, la NASA presentó a su clase 8 de astronautas, un grupo que duplicó el tamaño del cuerpo existente y transformó la percepción de quién podía aspirar a viajar al espacio. Por primera vez, la agencia incluyó a mujeres e integrantes de grupos minoritarios entre sus seleccionados, en un hecho que, según relata Valerie Neal en su libro On a Mission para el Smithsonian, marcó el inicio de una nueva era en la exploración espacial y sirvió de inspiración para las siguientes generaciones.
La expectación era alta en el Johnson Space Center de Houston cuando los “Thirty-Five New Guys” (TFNG) subieron al escenario ante periodistas, cámaras y veteranos del programa espacial. De los 35 seleccionados, 6 eran mujeres blancas: Anna Fisher, Shannon Lucid, Judith Resnik, Sally Ride, Rhea Seddon y Kathryn Sullivan.
El grupo también integraba a 3 hombres afroamericanos, 1 hombre asiático-americano, 21 militares y 14 civiles. La creación del puesto de “especialista de misión” permitió que científicos e ingenieros sin experiencia como pilotos militares accedieran al programa, ampliando la diversidad entre los seleccionados.

Perfil y desafíos de las pioneras
Las trayectorias de las nuevas astronautas, documentadas por Neal, evidenciaban tanto la diversidad de sus perfiles como los obstáculos que superaron para llegar allí. Fisher y Seddon, médicas de formación, y Lucid, consolidada en la investigación científica tras años de rechazo profesional, compartían con Resnik, Ride y Sullivan el haber alcanzado doctorados en distintas disciplinas científicas.
Ride y Sullivan, las más jóvenes con 26 años, enfrentaban su primer empleo tras finalizar los estudios de posgrado, mientras Lucid, la mayor con 35 años, ya tenía una carrera establecida. Más de la mitad de las seleccionadas obtuvieron licencias de piloto, aunque no era un requisito formal, para aumentar sus oportunidades de ingreso.
Muchas fueron pioneras en sus propias familias al ingresar a la universidad y, en numerosas ocasiones, las únicas mujeres en carreras de ciencias, matemáticas o ingeniería. La determinación y el esfuerzo por demostrar su valía en ambientes donde la presencia femenina era excepcional marcaron sus historias.

El entorno social y cultural de las décadas de los 50 a los 70 ofrecía pocos modelos femeninos en ciencia y tecnología. Las futuras astronautas, según relata Neal, encontraron mayores referentes en padres y maestros que en la cultura popular de la época.
La discriminación persistía en todos los ámbitos; Seddon recordó que, aun siendo médica y astronauta, no consiguió un préstamo bancario sin la firma de su padre. Fisher fue rechazada en una residencia quirúrgica con el argumento de que “las mujeres no pertenecen a la cirugía”.
La incorporación de la clase 8 enfrentó resistencias internas dentro de la NASA. La mayoría de los veteranos, pilotos militares de carrera, miraban con desconfianza a los nuevos civiles y en especial a las mujeres.
La jerarquía tácita favorecía a los pilotos militares y relegaba tanto a los civiles como a las mujeres, situación palpable en la asignación de misiones y la espera para volar. Incluso circularon bromas sexistas y diagramas que parodiaban los criterios para elegir mujeres astronautas, además de dudas sobre su idoneidad frente a sus colegas masculinos.

Un legado que transformó la historia espacial
A pesar de los desafíos, el grupo demostró compromiso y capacidad constantes. Seddon señaló que las mujeres sabían que estaban bajo observación permanente y no podían permitirse mostrar debilidad.
Algunas tareas y equipos resultaban poco prácticos para astronautas de menor complexión, debido a que estaban diseñados para cuerpos más grandes, pero figuras como el veterano Alan Bean, supervisor de entrenamiento, reconocieron públicamente el desempeño de las seleccionadas: “Siempre pensé que estábamos permitiendo que las mujeres hicieran lo que instintivamente era un trabajo de hombres. Ya no lo creo”, consignó Valerie Neal.
La presencia de Carolyn Huntoon resultó fundamental para la integración de las mujeres en la NASA. Como responsable de los laboratorios biomédicos y única mujer en el panel de selección, Huntoon fue mentora y consejera de las nuevas astronautas, ayudando a suavizar resistencias y promover una cultura más inclusiva. Reconocía, sin embargo, que el mayor reto consistía en modificar las actitudes individuales más que las directrices institucionales.

Con el tiempo, la clase 8 se ganó el respeto del resto del cuerpo y dejó una huella profunda en la historia de la exploración espacial. Según el libro de Valerie Neal, sus miembros participaron en 50 misiones del transbordador y sumaron cerca de 1.000 días en órbita.
Cinco de ellos, incluida Lucid, volaron en 5 ocasiones. Su desempeño validó el rol de los especialistas de misión y permitió la aceptación de mujeres y minorías en generaciones posteriores.
El impacto social y cultural de este grupo fue mucho más allá de sus logros técnicos. Entre 1978 y 1990, la NASA eligió a 14 mujeres más y el ejemplo de las pioneras inspiró a niñas y jóvenes a ingresar en la ciencia y la tecnología.
El lema de la camiseta de Sally Ride, “Women’s Place is Now in Space”, resumió el espíritu de una generación que desafió estereotipos y amplió los horizontes posibles. La historia de la clase 8, sostiene Neal, demuestra que el verdadero valor reside en abrir caminos para quienes vendrán después, una lección central en el legado de estas astronautas.
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