
En el verano de 1989, mientras Los Ángeles se alistaba para otra temporada de sol abrasador y audiciones interminables, una joven actriz de Oregon se preparaba para lo que podría haber sido el punto de inflexión en su incipiente carrera.
Rebecca Schaeffer, con apenas 21 años, aguardaba la llegada del guion de El Padrino 3, una producción de Francis Ford Coppola que le ofrecía la posibilidad de interpretar a la hija de Michael Corleone.
Esa mañana del 18 de julio, en su departamento del barrio de Fairfax, esperaba con entusiasmo el llamado que sellaría su ingreso al firmamento de Hollywood.
En cambio, recibió la visita de un joven que había cruzado el desierto desde Arizona con un arma escondida bajo la ropa y un único objetivo: matarla.
Rebecca Schaeffer nació en 1967 en Oregon. Era hija de un psicólogo infantil, Benson Schaeffer, y de una escritora llamada Danna. Pasó sus primeros años en Eugene antes de que su familia se trasladara a Portland.
Según ABC News, desde chica mostró interés por la actuación. Su padre recordó que “si quería hacer algo, lo hacía. Aprendía mirando y haciendo”
A los 14 años, alguien le sugirió que probara con el modelaje y, casi sin esfuerzo, consiguió trabajo como modelo adolescente. A los 16, se mudó a Nueva York en busca de nuevas oportunidades.
Allí, su primera representante, Nannette Troutman, se enamoró de su energía. “Sabía que quería firmar con esa chica. Era muy especial”, dijo a ABC News.

Fue una etapa feliz, según su padre. Hizo modelaje, fue a audiciones, y a los 17 obtuvo un papel recurrente en la telenovela One Life to Live, donde compartió escenas con la actriz Erika Slezak.
En 1986, recibió una propuesta para mudarse a la Costa Oeste: sería parte de una nueva comedia para televisión, My Sister Sam, en la que interpretaría a Patti, la hermana menor de Sam, personaje a cargo de Pam Dawber. El vínculo entre ambas actrices fue inmediato. “Era perfecta. Parecía realmente mi hermana. Era buena. Fue como, ‘la encontramos’”, dijo Dawber a ABC News.
El programa fue un éxito en su primera temporada. Rebecca apareció en la tapa de Seventeen y, junto con Dawber, en la portada de TV Guide, que entonces vendía más de 40 millones de ejemplares por semana. Pero ni la fama súbita ni la exposición mediática parecían afectarla.
Por ese entonces, había comenzado una relación con Brad Silberling, un estudiante de cine de UCLA que más tarde sería director. A pesar de su creciente popularidad, Rebecca se mantenía sencilla. No se consideraba una celebridad.
My Sister Sam fue cancelada tras su segunda temporada, en 1988. Rebecca se dedicó entonces a otros proyectos, como The End of Innocence, escrita y dirigida por Dyan Cannon, y Scenes from the Class Struggle in Beverly Hills, una película de comedia negra.

También fue elegida para el papel protagónico en Voyage of Terror: The Achille Lauro Affair, una dramatización televisiva sobre un secuestro marítimo real.
Y entonces llegó el llamado que podría haber cambiado su destino: la posibilidad de interpretar a Mary Corleone en The Godfather Part III.
Según ABC News, aquel 18 de julio, horas antes de la audición, Rebecca estaba sola en su departamento, esperando la entrega del guion. Tocaron el timbre. La actriz bajó a abrir. Su intercomunicador no funcionaba, por lo que tuvo que acercarse a la puerta.
Allí se encontró con un joven que sostenía en sus manos una foto autografiada que ella le había enviado por correo meses atrás, en respuesta a una carta de admirador. Rebecca fue amable, conversó brevemente y le pidió que se retirara: tenía que prepararse. Luego cerró la puerta. El visitante se alejó.
Era Robert John Bardo. Tenía 19 años, era oriundo de Tucson, Arizona, y arrastraba un historial de trastornos mentales. Había tenido episodios violentos con vecinos y compañeros de escuela.

Su obsesión con Schaeffer había comenzado años antes, con su aparición en My Sister Sam. Le escribía cartas y había recibido una respuesta de ella: “Tu carta fue una de las más lindas que recibí”, había dicho Rebecca. Aquello bastó para que la idealizara.
En 1987, dos años antes del crimen, ya había intentado ingresar a los estudios Warner Bros. con un oso de peluche y flores para verla. Fue rechazado por el personal de seguridad.
La relación unilateral cambió cuando Bardo vio Scenes from the Class Struggle in Beverly Hills. En una escena de la película, Rebecca aparecía en un contexto sexual, completamente alejado de la inocencia que proyectaba su personaje televisivo. Para Bardo, fue una traición. “Es mía. Se supone que debe seguir siendo inocente para mí”, le explicó luego a los investigadores.

Aquel sentimiento de posesión se transformó en rabia. “Voy a castigarte y poseerte permanentemente quitándote la vida”, afirmó según el psicólogo forense Kris Mohandie a ABC News.
Intentó comprar un arma en Tucson, pero el dueño de la tienda, sospechando de su salud mental, se negó. Entonces, le pidió a su hermano Edward que adquiriera una pistola en su nombre. Edward accedió, con la condición de que no la usara sin su supervisión.
Según Today, Bardo ignoró el acuerdo. También contrató a un investigador privado, quien, accediendo a registros del Departamento de Vehículos Motorizados de California, consiguió la dirección de la actriz.

El 18 de julio, a las 5 de la mañana, Bardo llegó a Los Ángeles en un autobús Greyhound. En su bolso llevaba el arma, la fotografía de Rebecca y un ejemplar de The Catcher in the Rye, el mismo libro que Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, llevaba consigo en el momento del crimen. Cuando Rebecca abrió la puerta, Bardo le mostró la foto y dijo haber viajado para verla.
Ella le respondió con cortesía y volvió a cerrar la puerta. Entonces él se fue a desayunar a un restaurante cercano. Una hora más tarde, regresó.
Rebecca volvió a abrir. Según su declaración, ella reaccionó molesta y le dijo que estaba perdiendo el tiempo. Eso, aseguró, lo hizo estallar. “Me olvidé de darte algo”, dijo Bardo, y sacó la pistola que llevaba en la cintura. Le disparó una sola vez en el pecho.
El proyectil perforó su corazón. La actriz cayó al suelo, herida de muerte.

Una vecina escuchó el disparo y sus gritos. Rebecca alcanzó a decir: “¿Por qué? ¿Por qué?”. La ambulancia la trasladó al hospital, pero murió poco después. Tenía 21 años. Bardo, mientras tanto, se subió a otro autobús rumbo a Tucson.
Según Today, al día siguiente, caminaba desorientado por una autopista cuando un agente de policía lo encontró. “Gritaba ‘Maté a Rebecca Schaeffer’”, recordó el oficial Paul Hallums, quien lo arrestó. En su bolsillo llevaba una foto de la actriz. Estaba sucio, con el cabello revuelto y los ojos perdidos.
Su confesión fue grabada. La fiscal asignada al caso fue Marcia Clark, quien años más tarde adquiriría notoriedad en el juicio de O.J. Simpson.
Bardo fue diagnosticado con esquizofrenia, pero su defensa optó por un juicio sin jurado. La fiscalía argumentó que el crimen había sido meticulosamente planificado: el arma, el viaje, la contratación del detective privado, la doble visita a su domicilio, todo mostraba premeditación.
Según AETV, en 1991, un juez lo condenó a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Actualmente, se encuentra recluido en la Prisión Estatal de Avenal, California.
La tragedia de Rebecca Schaeffer dejó una marca indeleble en Hollywood.
En 2002, su exnovio Brad Silberling escribió y dirigió Moonlight Mile, una ficción inspirada en su duelo y en el vínculo que forjó con los padres de Rebecca tras el crimen.
Nadie volvió a ver a la joven que, apenas horas antes de su muerte, había llamado a su padre para decirle que lo amaba. Tampoco se llegó a saber si habría conseguido el papel que soñaba en El Padrino 3.
Pero sí se sabe que ese mediodía, la muerte irrumpió sin aviso, como si la ficción se hubiera corrido del guion, para imponer un final brutal.
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