“¡Felicitaciones!, al menos han atrapado a la persona malvada”, dice sin ninguna emoción ni ironía la inglesa Virginia McCullough (35) a los policías que acaban de ingresar a su casa por la puerta trasera. Es el viernes 15 de septiembre de 2023 y todo quedará grabado en la cámara corporal que lleva uno de los sorprendidos agentes. Desde el mes de junio de 2019 Virginia se ha convertido en una experta simuladora capaz de esconder la realidad a los ojos del mundo. Es cierto, contó con la ayuda del coronavirus y de las cuarentenas, pero no podemos menospreciar su macabro arte para mantener la idea ante el resto de que sus padres seguían con vida luego de cuatro años y tres meses.
En todas las familias hay problemas o conflictos, por motivos profundos o por tonterías. Pero que una hija llegue a construir tumbas caseras para sus padres, arme un oculto y siniestro escenario y manipule a tanta gente resulta inconcebible. La trama real que la ficción no podría igualar, es la siguiente.
Ausencias prolongadas
Virginia McCullough estudiaba, supuestamente, para ser artista y no tenía trabajo ni pareja. Por esto era la única de cinco hermanas que continuaba viviendo con sus padres. Después de todo, John McCullough (70 y ex profesor en la Universidad Anglia Ruskin) y su mujer Lois (71), habían empezado a experimentar problemas de salud y precisaban de su hija menor más que antes. A John le habían detectado diabetes tipo 2, hipertensión y glaucoma, nada demasiado serio que pusiera en riesgo su vida. Lois, por su parte, tenía síntomas de trastorno obsesivo compulsivo, ansiedad y agorafobia. Con todo, ambos llevaban una vida normal en la que Virginia ayudaba cuando hacía falta. Los tres compartían la casa familiar de dos plantas en Pump Hill, Great Baddow, Essex, Gran Bretaña.
No hay muchos detalles sobre cómo fue la convivencia hasta 2019, pero lo cierto es que en los almacenes cercanos conocían a la familia y veían a sus integrantes con regularidad. El encargado de la verdulería donde compraban con frecuencia, Paul Hastings, notó las ausencias de John y de Lois y un día hasta le preguntó a Virginia por ellos: la joven le respondió amablemente que sus padres se habían mudado a otra vivienda. Curiosidad satisfecha.
El primero que se preocupó de verdad por la ausencia del matrimonio fue su médico de cabecera. Los McCullough no habían ido a buscar los remedios y, durante años, habían faltado a sus citas que habían reprogramado en numerosas oportunidades. Al doctor no le pareció normal la situación e intentó contactarlos. La hija menor de sus pacientes le dijo que ellos estaban de viaje y, luego, usó otras excusas para evitar que se comunicara con ellos. Al final, el 13 de septiembre de 2019, el profesional decidió llamar a la policía para informar de sus ausencias. ¿Dónde estaban sus pacientes de toda la vida? Nadie en el barrio los había visto ni escuchado por mucho tiempo. Sus otras hijas tampoco los habían visto en vivo y en directo, aunque alguna había hablado con ellos por teléfono, en la mayoría de los casos se habían comunicado por mensaje de texto.
Cuando la policía llamó a la casa, Virginia comenzó a marearlos con relatos inverosímiles sobre los viajes de sus padres. Dos días después, estaban listos para actuar. Ese viernes 15 de septiembre los policías llegaron a la casa de dos pisos en Pump Hill. Como nadie respondió, dieron la vuelta y rompieron el vidrio inferior de la puerta trasera para entrar. La cámara que llevaba uno de ellos ya estaba encendida.
Para la sorpresa de los policías que ingresaron enfundados en trajes blancos y con guantes verdes, en el medio del pasillo, estaba parada la inmutable Virginia McCullough (35, en ese momento). Sin alarmarse, enseguida levantó sus manos y conversó amablemente con ellos mientras la esposaban. Era como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía mucho tiempo. Los agentes le preguntaron por sus padres y ella confesó inmediatamente que los había asesinado. Dijo que su padre estaba ahí, en el cuarto de abajo, donde tenía su estudio de profesor universitario. Cuando le preguntaron por su madre, respondió con calma total: “Eso es un poco más complicado. Arriba hay cuatro o cinco armarios, está detrás de la cama y cerca del segundo lavatorio… “.
Les estaba diciendo que era una asesina. “Siempre supe que esto llegaría, y lo correcto es que yo pague y sea castigada”, continuó explicando con la misma frialdad. Los policías alelados sacaron la cuenta: hacía 51 meses que ella convivía con los cadáveres de sus padres.
La simuladora perfecta
Virginia terminó confesando sus homicidios con todo detalle en la comisaría de la zona. Sin trabajo ni ocupación se había vuelto una adicta al juego en línea. Para el mes de marzo de 2019 ya acumulaba deudas astronómicas y hacía tiempo que les venía mintiendo a sus padres y usaba el dinero de ellos para sus apuestas. Fue entonces que empezó a pensar cómo librarse de ellos y poder hacer lo que le diera la gana sin que la estorbaran.
Unos meses después, la noche del 17 de junio, Virginia puso en marcha su plan: les preparó tragos alcohólicos con altas dosis de medicamentos. Drogas que había comprado previamente con recetas que había conseguido a nombre de su padre. Había triturado las pastillas con paciencia y con adminículos que también había adquirido para la ocasión.
Había pensado bien las cosas antes de cometerlas. Les llevó los tragos y se fue a dormir. Se despertó ansiosa antes de la hora habitual. Eran las seis de la mañana cuando fue a verlos. El envenenamiento para John había resultado letal, como ella esperaba. Su padre estaba muerto en su cama. No respiraba.
Lois, en cambio, estaba viva. Eso la puso un poco nerviosa. Vio que ella no había tomado toda la bebida y quizá había puesto menos drogas en su trago que las necesarias para matarla. No quería que Lois se enterara de lo ocurrido con John y, además, su tarea estaba incompleta. Puso en marcha su plan B. Tomó el martillo y comenzó a golpearla con fuerza en la cabeza. Lois, adormecida, intentó defenderse y le preguntó qué estaba haciendo.
Virginia, más decidida que nunca, fue corriendo a buscar su cuchillo, el que había comprado por si las cosas se complicaban, y la apuñaló siete veces en el pecho. Lo hizo con tal ferocidad que se hirió ella misma en una mano y debió luego ir a una guardia para tratarse. Cuando el médico le preguntó cómo se había hecho esa herida, ella le respondió con naturalidad que se había lastimado cortando vegetales al cocinar.
De la guardia fue directo al supermercado en el centro de Chelmsford donde compró dos bolsas de dormir, guantes de goma y algunas cosas más que precisaría para disponer de los cuerpos. Pagó con la tarjeta de crédito de su padre, que estaba muerto.
Volvió a su casa. Introdujo los cuerpos en las bolsas de dormir. El de su padre lo colocó en el escritorio de la planta baja donde armó una especie de mausoleo rectangular rodeando la cama con bloques de cemento. Luego lo cubrió todo con varias mantas y sobre ellas puso fotos y pinturas. A su madre la colocó en uno de los armarios del cuarto principal del primer piso, donde la había asesinado. Luego selló el lugar con cinta adhesiva y, por delante, colocó pedazos de mampostería.
Al día siguiente, 19 de junio, volvió al centro de la ciudad. Haciéndose pasar por su madre consiguió la clave de su tarjeta de crédito y luego fue a gastar dinero en ropa y alhajas.
Desde el mismo día del crimen Virginia ya había prendido el engranaje de su maquinaria de mentiras. Había tomado el celular de Lois y le había escrito a una de sus hermanas: “Papá y yo estamos en la playa en Walton esta semana. Besos, mamá”. A la noche había enviado un mensaje más que decía: “Buenas noches, Mamá”. Era solo el principio de la farsa y de otras decenas de mensajes que envió en nombre de ambos durante años.
Pasó a cubrir sus ausencias no solo con escritos, también imitando con éxito sus voces. De hecho, en esos años, llegó a llamar a una de sus hermanas como si fuese Lois. También se comunicó con el médico, con la policía para denunciar temas menores y con la compañía que le pagaba la pensión a su padre. A esto sumó saludos de cumpleaños a sus familiares enviados en sus nombres. Usaba sus tarjetas de crédito, sus cuentas bancarias e, incluso, pidió préstamos como si fuese ellos.
Lo más perturbador de todo es el hecho de que fue capaz de convivir por años con los cadáveres de sus padres para seguir engañando a la familia, amigos y vecinos.
A sangre fría
La cámara corporal de la policía la muestran ese día cuando la confrontan. Se la ve y se la escucha tranquila. En la dependencia policial siguió hablando. Contó que el cuchillo que había usado con Lois estaba escondido debajo de las escaleras y relató: “Todavía tiene sangre, está oxidado, pero hay restos de sangre en él”. También reveló algo siniestro: cuando golpeaba a su madre en la cabeza había oído “como si alguien tocara mal un xilófono desafinado”.
Durante el juicio se supieron estas y muchas cosas más. Como por ejemplo que en todo ese tiempo hasta que fue descubierta había vivido de los ahorros de sus padres y había gastado unos 180 mil dólares. Mantener las apariencias no le había resultado tan difícil después de todo. Había concurrido a alguna reunión familiar y se la había pasado inventando viajes y problemas de salud. Algo increíble teniendo en cuenta que había cuatro hijas más y nietos de los asesinados. Pero cada familia es cada familia, y la dinámica en esta parece que no era la de verse con frecuencia. ¿Cómo fue que ninguna de las hijas o de los nietos fueron a visitarlos en tanto tiempo? ¿Tan lejos vivían? Los años 2020 y 2021 fueron complejos por el COVID-19, pero durante 2022 y hasta septiembre del 2023, tuvieron tiempo y dinero para verse. Ahora es tarde para lamentos.
Richard Burcher, hermano de Lois, comentó muy conmovido, en el juicio contra Virginia: “Es muy peligrosa. Su capacidad para matar a sus padres socava mi fe en la humanidad. He sido manipulado durante años pensando que mi hermana estaba viva”.
Hastings, el verdulero del barrio, contó que, días antes de ser detenida, Virginia le había dicho que la policía la perseguía porque creía que ella había matado a su papá y a su mamá. Quedó extrañado con el comentario y pensó que era una chica un tanto excéntrica.
Un vecino de la familia por más de dos décadas testificó que Virginia había tenido siempre un humor negro extraño, pero que era graciosa. Sostuvo que “las cortinas de la casa de la calle Pump Hill, siempre estaban bajas y nunca veías a nadie. Ella era irreverente, tenía un sentido del humor negro particular, pero jamás hubiera pensado que había matado a sus padres”.
Uno de los psiquiatras que la entrevistó reconoció en la acusada preocupantes rasgos psicopáticos, desorden de personalidad, espectro autista, depresión y ausencia de empatía. El detective Rob Kirby relató todavía shockeado: “Virginia McCullough asesinó a sus padres a sangre fría (...) es una manipuladora inteligente que ha mentido en casi cada aspecto de su vida”.
La fiscal Lisa Wilding señaló que la acusada había estado durante meses pensando en cómo deshacerse de sus padres. Por su adicción al juego en línea había gastado solo en apuestas 27 mil dólares entre el 1 de junio de 2018 y el 14 de septiembre de 2023. ¿El móvil? La fiscal fue contundente: Virginia no veía otra salida para no ser descubierta por sus deudas y poder hacerse del dinero necesario. La verdad era que les había estado robando durante demasiado tiempo y ellos estaban al borde de enterarse. No lo permitiría.
Fue juzgada como autora de los dos asesinatos y condenada, el último 11 de octubre, a perpetua con un mínimo de presión efectiva de 36 años. La parricida vivirá un buen tiempo en la cárcel, hasta su vejez.
El juez Justice Johnson le dijo en la cara que sus actos habían constituido “una grave violación de la confianza que debería existir entre padres e hijos”, que estaba claro que en sus actos “hubo premeditación y un plan” y que ella había sido plenamente consciente de lo que había hecho porque había “deterioro en su capacidad para entender la naturaleza de sus acciones”.
Durante el juicio, el único momento en el que derramó un par de lágrimas, fue cuando la fiscalía leyó cómo ella había descrito a los primeros policías los momentos anteriores a matar a su madre. Pero, durante la sentencia, se mantuvo con un semblante imperturbable.
Amarás a tu padre y a tu madre es el cuarto mandamiento. Mandamiento que Virginia no cumplió. Tampoco cumplió el quinto (no matar), el séptimo (no robarás), ni el octavo (no mentirás) ni el décimo (no codiciarás bienes ajenos). En fin, no se apegó demasiado a ninguno. Eso sí, distinguía perfectamente entre el bien y el mal, por eso recurrió a las mentiras.
Cuando salga en libertad, si llega a ese momento, Virginia tendrá 71 años. La edad, más o menos, que tenían sus padres cuando ella decidió que murieran.