
El almirante Guillermo Brown entró presuroso a esa casa de altos en el barrio de los Corrales del Sur, lindante a la de los Escalada. Era el domingo 26 de julio de 1835 y el veterano marino de 58 años quería despedirse sí o sí de ese muerto tan querido antes de que lo llevasen al cementerio.
Fue a la planta alta donde lo habían velado. Pidió desclavar la tapa del ataúd. Tomándoles sus manos, se despidió de su amigo y, dirigiéndose a los presentes, el almirante dijo: “Considero la espada de este valiente oficial una de las primeras de América y más de una vez admiré su conducta en el peligro. Es lástima que un marino tan ilustre haya pertenecido a un país que todavía no sabe valorar los servicios de sus buenos hijos”.
El muerto se llamaba Tomás Espora y en sus cortos 34 años había escrito páginas de coraje en combates navales, de luchas contra piratas y de hechos heroicos que solemos disfrutar en las películas.
Tomás Domingo de los Dolores Espora había nacido el 19 de septiembre de 1800 en una de las casas de planta baja y primer piso que daban al frente a la plaza de la Victoria, y que era propiedad de los Escalada.
Su papá Domingo era genovés y se ganaba la vida como artesano ebanista y su mamá se llamaba Teresa Ugarte, y era santafesina. A los 10 años, el joven Tomás era huérfano.

Transcurriría su vida en el mar, la que empezó a sus 15 años como grumete en la corbeta “Halcón”, que comandaba el corsario Hipólito Bouchard. Dos años después, fue pilotín -ayudante del piloto- en “La Argentina” la que, también, al mando de Bouchard, daría la vuelta al mundo en un viaje increíble.
Si bien su puesto no lo requería, estuvo involucrado en el alistamiento y armamento del barco, que había sido una presa tomada en el puerto de El Callao.
Bouchard se había propuesto largarse a los mares y hostigar a los buques españoles que se le cruzasen en el camino. Así, en sociedad con el armador Vicente Anastasio Echeverría, armó un buque de 34 cañones, con los calibres que pudo encontrar en una Buenos Aires económicamente exhausta. Reunió 180 hombres, entre marinos e infantes. Entre ellos, Espora.
Zarparon el 27 de junio de 1817 de la Ensenada de Barragán y pusieron proa al Atlántico, pasaron por el cabo de Buena Esperanza, recalaron en Tamatave, Madagascar y ya en el Pacífico, cuarenta de sus hombres ya habían muerto víctimas del escorbuto, por la falta de frutas y verduras.

Luego de una escala en Java, en la zona de Las Filipinas capturaron 16 barcos mercantes y en el trayecto se la debieron ver en varias oportunidades con barcos piratas. En marzo de 1818 rumbearon para las islas Sandwich, que luego cambiaría su nombre por la de Hawaii. En una de ellas, se sorprendió al saber que el rey Kamehameha I se había adueñado de la corbeta “Santa Rosa”, también conocida como “Chacabuco”. Su propia tripulación, amotinada, se la había vendido y muchos de ellos estaban desperdigados por la zona.
Luego de una trabajosa negociación, Bouchard logró la devolución del buque -que así se incorporó a su campaña- y suscribió con el monarca local un tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio, que algunos interpretan como el primer reconocimiento tácito de una nación extranjera a la independencia de las Provincias Unidas.
El 21 de octubre de 1818 partieron hacia California. El corsario ignoraba que un mercante español ya había llevado la alarma a la guarnición española cuando advirtió de la probable llegada de los corsarios rioplatenses.
Bouchard intentó tomar la fortificación con la “Santa Rosa”, pero fue rechazada por la artillería española. Entonces, con 200 hombres, en la madrugada del 24 de noviembre, desembarcaron a una legua y lograron su cometido.
Se izó la bandera argentina y durante seis días, en los hechos California fue territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Luego de saquear y de recoger todo lo de valor, siguieron su periplo hacia el sur, asolando la misión de San Juan de Capistrano, San Blas y El Realejo en Guatemala. Se dice que las banderas de este país, de Honduras y Nicaragua son similares a la argentina en reconocimiento a la acción de Bouchard en su raid contra los puertos españoles.
Cuando en julio de 1819 regresaron a Valparaíso, Espora se convertía en el primer marino argentino en dar la vuelta al mundo.

A los 19 años era teniente y le asignaron el mando de “La Peruana”, con la que siguió con la guerra de corso. Al año siguiente, debido a su desempeño, y por haber apresado al buque “Esmeralda”, José de San Martín lo distinguió con una medalla de oro. También estuvo en el sitio al Callao.
De regreso a Buenos Aires, lo sorprendió la guerra contra el Brasil. El almirante Guillermo Brown, jefe de la escuadra, le tenía confianza, ya que le dio el mando de la 25 de Mayo, la nave insignia, en el combate de Los Pozos, el 13 de enero de 1826.
En el de Quilmes, el 30 de julio de ese año, Brown, palmeándolo, le dijo: “Espora, hoy tendremos un día glorioso si todos los nuestros cumplen con su deber, como espero lo haga este buque”.
El joven oficial arengó a sus hombres: “Solo los cobardes se rinden sin pelear, y aquí no reconozco sino argentinos y republicanos. Compañeros: ¡arrimen las mechas y viva la patria!”
Tuvo un duro combate a bordo de la 25 de Mayo, la que en el medio de las acciones, se vio rodeada de todas las naves mayores del enemigo. Durante tres horas la acosaron y la acribillaron a mansalva. A duras penas, en el medio del fuego brasileño la nave, prácticamente destrozada, debió ser remolcada por cañoneras, ya que le habían destruido mástiles, velas y estaba escorada.

Espora resultó malherido cuando una bala le arrancó de la mano la bocina de órdenes. Lo bajaron para hacerle las primeras curaciones, y a pesar de su fiebre y gravedad de sus heridas, ordenó ser llevado a la cubierta. Pidió a sus hombres que, en caso el buque fuera tomado por el enemigo, arrojasen su cuerpo al agua. Tenía tan mal aspecto tenía cuando los médicos lo asistían, Brown pensó que su joven oficial no la contaría. Las secuelas de ese enfrentamiento lo acompañarían toda su vida.
El buque que comandaba Espora, ya inservible, se hundió al año siguiente como consecuencia de un temporal. En 1935 una draga que trabajaba en la dársena de Puerto Nuevo dio con sus restos y se rescataron cañones, proyectiles y anclas.
Al finalizar ese enfrentamiento Brown quedó muy molesto con Clark, el capitán del República, quien había rehuido la lucha. Cuando intentó disculparse ante el almirante, éste respondió: “Mr. Clark, siento tanto verlo con nuestro uniforme, como al frente de este barco. Salga usted de mi presencia porque no reconozco más valientes que Brown, Espora y Rosales”.
En agosto fue ascendido a sargento mayor y estuvo al mando de la goleta Maldonado y al año siguiente, ya como teniente coronel, quedó al frente de la escuadra mientras Brown se recuperaba de una enfermedad.
Con su gran amigo Leonardo Rosales, en febrero de 1828 capturaron la “Fortuna”. Tuvo la mala suerte de encallar con el bergantín-goleta “8 de Febrero”, al regreso de una misión al Brasil. Fue en los bancos del Tuyú, frente a Sanborombón, producto de la intensa niebla.
Rodeado por una decena de buques enemigos, durante diez horas se ensañaron con él.
Espora, luego de agotar munición, alcanzó a desmantelar la nave, por la noche hizo desembarcar a la mayoría de la tripulación y a los heridos que podían movilizarse por su cuenta, y se rindió. El comandante brasileño le dijo que no lo tomaría prisionero por el valor demostrado y terminó canjeado por prisioneros brasileños.
Espora se había casado en Chile el 11 de septiembre de 1823 con María del Carmen Chiclana, con la que tuvo siete hijos.
Ese año le había comprado a su tía María Luisa Ugarte una casa en la que viviría los últimos años de su vida. Es una construcción de planta baja, primer piso y mirador, desde donde Espora acostumbraba a otear el horizonte con su catalejo.

Fue nombrado comandante general de marina y cuando ocurrió la revolución del 1 de diciembre de 1828 que derrocó al gobernador Manuel Dorrego, circuló un panfleto en el que, injustamente, lo acusaban de ser uno de los partícipes. Desde entonces, perdió su carácter jovial para transformarse en un hombre hosco y huraño.
Enfermó de congestión pulmonar, que se complicó y falleció en su casa el 25 de julio de 1835. En septiembre hubiera cumplido 35 años.
El no haber tomado partido ni por los unitarios ni por los federales, fue motivo suficiente para que su sepulcro quedase sin identificación correspondiente a un héroe de guerra, lo que supuso que, con el correr de los años, el lugar donde descansan sus restos en la Recoleta sea una incógnita.

Su casa, ubicada en avenida Caseros 2526, fue declarada monumento histórico nacional en 1961 y funciona un museo naval que lleva el nombre de quien prefería ser arrojado al agua a rendirse al enemigo.
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