Juan Archibaldo Lanús, un hombre universal en una patria argentina profunda

Así se define a sí mismo este abogado, escritor y diplomático de larga carrera en el servicio exterior del país, en una charla en la que comparte las claves de su formación: educación, Patria y caridad

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Juan Archibaldo Lanús, la formación de un hombre universal en una patria argentina

El testimonio del embajador Juan Archibaldo Lanús es un estímulo para que la Argentina recupere su autoestima y el orgullo de sus logros —olvidados— en materia de política exterior. Su trayectoria personal fue preparada por una infancia y juventud en las que el estudio y el amor a la Patria fueron los cimientos de su personalidad y su vocación por la representación de la Argentina ante el mundo.

La incansable labor intelectual de este hombre que, a los 87 años, se muestra siempre activo y preocupado por el destino del país debería motivar a muchos políticos que con demasiada frecuencia olvidan que la finalidad de su actividad son el bien común y los intereses permanentes de la Nación.

Diplomático de carrera, abogado formado en la Universidad de Buenos Aires, doctor en Economía por la Sorbona, varios de los libros de Archibaldo Lanús dedicados a la política exterior integran la bibliografía con la cual se forman los futuros diplomáticos. A lo largo de su carrera, integró delegaciones ante las Naciones Unidas, la OEA, el Fondo Monetario Internacional y el GATT, y fue ministro consejero de la delegación ante la UNESCO. Fue embajador en Francia y secretario de Relaciones Exteriores.

Aquí se reproducen extractos de las respuestas que Lanús le dio al también embajador Julio Lascano y Vedia durante la clase de cierre del año del Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios (CUDES). Este último centró sus preguntas especialmente en dos libros de Lanús: “Aquel apogeo. Política Exterior argentina 1910-1939″ (2002) y “Saber ser” (2018), una obra más personal y filosófica, en la que condensa su pensamiento sobre la vida y su sentido.

A los 87 años se
A los 87 años se mantiene activo y preocupado por el destino de Argentina

Veterano y testigo de nuestra política exterior que, como dijo un argentino ilustre, es “la verdadera política”, reconstruye aquí un tiempo en que los argentinos influíamos en el curso de ciertos acontecimientos mundiales de primer orden, no en base a la prepotencia militar sino a la fuerza de la idea. A la imaginación. Al escucharlo, es inevitable sentir el doloroso contraste con los últimos tiempos en que la Argentina se volvió irrelevante, esencialmente por la falta de vocación patriótica de sus representantes.

Recordar aquellos hechos y aquellos protagonistas, como lo hace Archibaldo Lanús, puede ser la fuente de inspiración de nuestro resurgir como Nación que sólo será posible precisamente si reanudamos con esa línea histórica.

Lo que sigue es textual de Juan Archibaldo Lanús, en una charla que podría titularse: “Cómo se forma un argentino para actuar en el mundo sin perder sus raíces, y encarnando siempre nuestras esencias”

Juan Archibaldo Lanús: “El filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola dijo: ‘El nombre no es lo que es, es lo que puede ser’. Es decir, si nosotros dejamos a un chico de ocho años en la selva, a los nueve es un bicho. Porque todo depende de lo que se hace con la vida. Todo depende de nuestra voluntad y de dos cosas fundamentales en la vida: el amor de los padres y la educación. Y buenos nutrientes para poder desarrollarse.

Yo soy el producto de papá y mamá, dos personas distintas. Mi madre era una mujer de la cultura europea, cantaba, tocaba el piano, leía Dostoievski, era una mujer sensible. Muy bonita. Y papá era un criollo, de los criollos, criollos. Nunca salió del país. Íbamos a Entre Ríos, a la estancia, todo era argentino. Yo nací de esas dos influencias, de una visión del mundo que era la literatura, la poesía, y otra, que era la historia, la Argentina, lo profundo, la guerra de Paraguay, hablaban de cosas históricas. De esas dos visiones que yo nunca abandoné: un hombre universal en una patria argentina profunda. Ni en los mejores momentos en Europa, en la Sorbonne, donde me iba bien, nunca abandoné.

Ni en los mejores momentos
Ni en los mejores momentos en Europa, en la Sorbonne, donde me iba bien, abandoné esas dos visiones: un hombre universal en una patria argentina profunda

Tuve dos o tres cosas importantísimas en mi vida que aconsejo. La primera es que todo lo que hacía durante la infancia, hasta los diez años más o menos, estaba dirigido a la educación. Tenía todos los días trabajo que hacer. Clases de piano, ejercicio, y, según los años, profesor de historia, de francés, de inglés, todo el tiempo. Nunca me dejaron en paz. Y con la sensación de que tenía que aprenderlo rápido, también eso es muy importante.

El otro elemento en mi vida era la Patria. Nosotros admirábamos a la Patria. Era sagrada. Y les cuento, éramos radicales, pero cuando había un acto en la Plaza de Mayo, nos reuníamos a escuchar la radio, estábamos medio asustados, de qué iba a pasar, pero estábamos ahí. Y cuando tocaban el himno, nos parábamos todos. Inclusive el servicio. Había una cosa reverencial, hoy ya tocan el himno, y ni se sabe. Eso es muy importante, marca muchísimo.

Otra de las cosas que tuve en mi vida fue la sociedad, la familia, para mí era todo, los primos, los amigos. Yo fui de una sociedad muy buena en la Argentina, viví en las casas más lindas de la avenida Alvear y en las estancias más grandes. Yo vivía ahí, pero había algo muy fuerte en nosotros, que era la caridad. Mamá siempre dio de comer a alguien, toda la vida. Había alguien que venía todos los días y me acuerdo que en la calle Talcahuano, había dos viejitos lituanos que se morían de hambre. Y mi hermana y yo les llevábamos la comida, siempre.

Todo lo que no se usaba, había que darlo. Importantísimo. Les cuento cosas quizás muy pequeñas, pero fundamentales para mí. Por ejemplo, en diciembre había que abrir todos los roperos y lo que no nos gustaba o no usábamos había que entregarlo.

Lo más importante era la educación, el culto a alguien que había hecho algo con esfuerzo. Nunca admiraban a los ricos. Yo siempre fui al colegio del Estado porque a papá no le gustaba nada que fuera con los ricos, que pagan a los sacerdotes -perdón si hay alguno- para que pasen de año, decía. Le parecía horrible todo eso. Así que siempre al colegio del Estado. Cantábamos Aurora antes de empezar las clases y salíamos marchando. Después, a los muy antiperonistas les digo que jamás recibí un libro como ‘La razón de mi vida’. Nunca. Todo el mundo repite eso y dice qué horror. Yo nunca tuve nada. Todo era educación y punto. Se ha dicho que en la Argentina se hacía propaganda, yo nunca lo vi.

Me inculcaron admiración por quien
Me inculcaron admiración por quien había hecho algo con esfuerzo, no admiración a los ricos

Para mí los libros eran lo más importante, porque todo se basaba en el conocimiento. No lo recuerdo bien, pero creo que empecé con Salgari, aventuras. Me parece que el primer libro que leí, ya más serio, fue Amalia de Mármol. Después siempre me manejé con la biblioteca que había en la casa. Estanislao Zeballos. Los gauchos, los matreros, muchas cosas de descripción de la Argentina, libros de geografía muy importantes, todo lo que tenía que ver con el lugar donde yo vivía.

Diría que el que más me impresionó fue (Lucio V.) Mansilla. Se parecía a mí, por esa cosa universal. Escribió sobre los indios ranqueles y a mí me interesaban muchísimo los indios. Desde muy chico sabía mucho de indios y de gauchos. Me interesaba mucho la cultura primaria de nuestro país, estaba muy impresionado con eso. Mi madre menos, no le gustaba mucho. No quiero decir la cantidad de libros que leí después, porque tengo una enorme biblioteca.

Yo tenía 21 años [cuando entró en la diplomacia], y lo que yo sabía tenía importancia. A los veintidós años yo estaba con el ministro, era la época de la Alianza para el Progreso, y el director me llamaba: “Sabés mucho de esto. Vení, acompañame”. Y yo le explicaba a él. (ríe) Yo sentí que valoraban lo que se sabía. Siempre me ocupé de lo mismo: la economía. Y siempre basado en el estudio, porque cada tema hay que estudiarlo bien para poder tener éxito. Pero la mayoría de la gente que está en la diplomacia tiene muy poca persistencia en el conocimiento. Desgraciadamente. Se distraen… están en Nueva York, están distraídos. Yo me concentraba siempre en lo que hacía. A mí no me distraía nadie. Porque tenía un sentido del tiempo y siempre tuve esa necesidad de avanzar rápido. Y la base es el estudio. Es lo que aconseja Confucio: el hombre se robustece con el estudio, vive más, está más conectado con las esencias y le da una vitalidad que no tiene el no estudioso que está generalmente distraído. Hoy en día vemos que la mayoría de la gente, sin decir todos, digamos un ochenta por ciento, están distraídos. Yo no me distraigo, o muy poquito. Siempre estoy atento y eso es muy importante. Es lo que yo les digo siempre a los jóvenes. Señores, hay que hacerlo rápido, porque ustedes a los cuarenta, si no tienen identidad... Y para lograr identidad en la diplomacia, hay que saber. Es la única forma en que te respetan.

Escribí varios documentos de política internacional. Cuando el gran tole tole de los años 2000, reuní a unos amigos y les dije: “Vamos a tratar de ver qué podríamos hacer con la Argentina”. Y reunimos un grupo muy importante que se llamó Las Ideas para la Argentina. Y eran una cantidad enorme. Pasaron ministros de Economía, embajadores... Cien personas. Tenemos el documento. Un documento fabuloso que hicimos cien personas. Teníamos reunión todos los días y me ayudaba Horacio Rodríguez Larreta [padre del ex jefe de Gboierno porteño]. Este era muy amigo mío y entre los dos pagábamos los salones de los hoteles donde teníamos que reunirnos porque ya era mucha gente. Había jóvenes tambien. Hicimos el documento que se presentó en la sociedad científica, con el Nuncio y con el embajador de Estados Unidos. Y lo enviamos a todos los partidos, a todos los diputados y a todos los senadores. Solamente una persona contestó: Juan Carlos Romero (aplausos). Nadie más. Solamente una persona. Habíamos gastado una fortuna. Nadie contestó. Era un desastre (ríe). Esto es para decirle que uno está entusiasmado, a pesar de muchos fracasos.

Convocó a más de cien
Convocó a más de cien argentinos para escribir un documentos con ideas para la Argentina y ningún político lo comentó

Julio Lascano y Vedia: Es la conciencia de tener una causa nacional. Este año se publicaron dos artículos muy importantes de Lanús, uno para sostener la diplomacia soberana y otro referido a la vida de Carlos Saavedra Lamas por los 80 años de las Naciones Unidas. En los libros de Lanús, el tema de América está presente siempre. El libro “Aquel apogeo”, tan elogiado, prácticamente es un tratado de panamericanismo y latinoamericanismo. Quisiera que refirieras algunos elementos de esa época, para saber quiénes son los principales protagonistas.

Juan Archibaldo Lanús: América Latina. Hoy tan desprestigiada para muchos sectores argentinos, ninguneada, como se dice ahora. América Latina fue el continente donde durante cincuenta, sesenta años se gestaron las más importantes reglas de convivencia entre los Estados, y las que más influyeron en el mundo en el siglo XX. Nosotros fuimos los que inventamos una serie de reglas en un proceso que empezó en 1889, más o menos, cuando fueron Roque Sáenz Peña y Manuel Quintana a Washington, a la primera conferencia (Primera Conferencia Panamericana 1889/90), este famoso carro con que recorrían los alrededores de la conferencia —eran jovencitos— para mofarse de lo que quería Estados Unidos. Y se inicia un proceso donde se van creando una especie de corpus de conductas, de convivencia política pacífica, entre los estados. La no injerencia en los asuntos internos, no meterse en cuestiones territoriales, el arbitraje, todo eso.

Todas esas ideas, no una, todas, son de América Latina. Todas. Eso permitió que América Latina fuese el continente menos conflictivo del mundo. Al principio, Estados Unidos estaba en contra, estamos frente a una gran potencia intervencionista permanente en América Latina y creamos una doctrina totalmente contraria a eso. La primera cuestión es la acción maravillosa que desarrolla Carlos Saavedra Lamas, que en el año 1933 convence al presidente Roosevelt de cambiar la política americana del garrote, la del primer Roosevelt, por la política del buen vecino.

Este corpus era único en el mundo. En Estados Unidos era el aislacionismo y el intervencionismo. Y en Europa era el colonialismo, la invasión de los territorios africanos. Cuando Stalin propone en la conferencia de San Francisco a Roosevelt lo que se llamó zonas de influencia, ‘aquí vamos a tener una zona de influencia soviética, aquí va a estar occidental, esto será lo neutro…' Roosevelt dijo: ‘De ninguna manera’. Ahí están todas las actas. ‘One world’, un mundo, yo quiero un mundo, no varios mundos. Y es ahí cuando se incorporan todas las normas de este corpus jurídico de América Latina. No injerencia, más el arbitraje. Todas las reglas de Naciones Unidas son nuestras. Más aún, la carta de Naciones Unidas en ningún lado habla de democracia, en ningún lado habla de economía de mercado. Porque todos tienen que participar. Entonces, van a participar también los socialistas, los democráticos, los menos democráticos, los medio comunistas, etcétera. One world. Eso se fue modificando poco a poco y llegamos al presente, pero no voy a hablar de eso.

Lo que quiero señalar es que esto fue muy, muy importante. Señalo también un hecho fabuloso que le pasó a la Argentina. Nosotros teníamos un gran conflicto con Chile en el siglo XIX. Estaban los dos grandes metidos en una especie de armamentismo colosal que llevó a Chile al segundo lugar del mundo después de Inglaterra, por armamento marítimo. Imagínense lo que era. Y nosotros estábamos séptimos, habíamos contratado muchos, muchos barcos. Y Roca, en su segunda presidencia, se reúne con Errázuriz y da la clave para la solución del problema: el desarme. Y a partir de ahí, en 1902, Chile y Argentina provocan el hecho más importante en la historia de las relaciones internacionales, que es un desarme sin tiros, sin ningún enfrentamiento. Este hecho fue tan importante que cuando el zar de Rusia convocó las famosas conferencias de Ginebra en 1902 y 1903, dijo: “Ahí está la solución. Tenemos que consagrar las dos grandes políticas latinoamericanas”. ¿Cuáles eran? Desarme y arbitraje. Y con eso resolvemos todo. Bueno, por supuesto no se pudo: estaba Inglaterra, Francia...

Con esto quiero decir que nosotros tenemos una participación muy grande. La misma situación de gran prestigio que tuvimos fue cuando los marines americanos invadieron Tampico (México) en plena guerra civil (1914). Nosotros ofrecemos la mediación y Argentina, Brasil y Chile son aceptados por los Estados Unidos y seis meses después se retiran las tropas sin pedir ninguna indemnización, ninguna compensación.

Otro hecho muy importante que demuestra el prestigio que tenía la Argentina pero muchas veces olvidado, porque hay un gran antiperonismo y entonces borran la mayoría de las cosas buenas y las malas las exaltan, es la acción que desarrolló [el canciller de Perón] Juan Atilio Bramuglia en la primera crisis internacional después de la Segunda Guerra Mundial, que es la crisis de Berlín, en 1947. Los soviéticos bloquean Berlín sin razón. Estados Unidos está absorto. Ya habían tirado bombas atómicas, era una situación muy, muy grave. ¿Y qué hace Estados Unidos? Acepta la elección como presidente del Consejo de Seguridad del canciller argentino, Bramuglia. Bramuglia le escribe a Perón, yo he visto la carta: “¿Qué hago? Esto es una cosa nueva”. La crisis de Berlín, un problema con Rusia. Parecía una cosa estratosférica. Pero le dice: “Acepte. Vamos a ver lo que podemos sacar”. Una carta muy sencilla. “Pero acepte con una condición: no lo ponga al embajador Arce, porque ese se peleó con el (ministro de Exteriores) soviético, Andréi Vyshinski, se van a matar entre ellos. Usted quédese en París y actúe”. Bramuglia se quedó dos o tres meses en París. Y fue él quien solucionó la primera crisis mundial de la posguerra, que podía derivar en casi una guerra nuclear, porque era muy, muy grave la situación. Al punto que —todos los documentos lo dicen—, cuando termina todo este asunto y se levanta el bloqueo soviético, el general Marshall solicita que venga a Washington este hombre magnífico para conocerlo. Entonces va Bramugia, canciller argentino, y lo visita, y están admirados. Había comités pidiendo para él el Nobel de la Paz. Y cuando está en Washington, el presidente Truman también le pide la exposición que había hecho sobre la tercera posición del presidente Perón en el Consejo de Seguridad antes de iniciar la acción, que fue muy interesante. La tercera posición que era una especie de neutralidad. Argentina y América Latina fueron cuna de muchas cosas que se olvidan.

El canciller Bramuglia en París
El canciller Bramuglia en París mientras trataba la crisis de Berlín en 1947. La fotografia y su epígrafe pertenecen al libro "De Chaoyltepec al Beagle. Política extrerior argentina 1945-1980", de J.A.Lanús

Julio Lascano y Vedia: Queda muy claro el concepto de que el tema de la diplomacia soberana no es nuevo, que la formación intelectual, diplomática y de nuestros juristas dejó una escuela de pensamiento que tenemos que defender y mantener con coherencia. Me gustaría una última reflexión sobre la necesidad que tenemos de reeducar, de más cultura para que esto se profundice. La educación en los principios que hacen a nuestra nacionalidad.

Juan Archlbaldo Lanús: Lo primero es que, para empezar a mirar la política, hay que saber desde dónde se la quiere mirar. Si empezamos como Margaret Thatcher diciendo: ‘La sociedad no existe. Yo existo. El individuo existe.’ Esa no es mi canción. Mi canción es aristotélica. El hombre es un animal social y la política debe formularse a partir del centro de su quietud ontológica, que es el ser humano, es decir, el bien común. Estoy en contra de todos aquellos que están atacando uno de los elementos esenciales de la modernidad, que es el Estado. El Estado es algo moderno, novedoso, que se genera más o menos después de la Edad Media, fin del Renacimiento. Ahora, hay una gran teoría de que hay que destruir el Estado, que quiere decir que nosotros vamos a ser defendidos por la General Motors o por una fábrica de dentífricos (risas).

Lo que ha sacado al ser humano de la sujeción por otro hombre es el Estado, que se rige por el derecho, por el estado de derecho. Entonces, primero hay que tener una valoración positiva de dónde estamos parados. A partir de ahí tenemos que valorar lo que son verdaderamente las esencias argentinas. Y nuestra política exterior tiene que formularse a partir de los intereses nacionales en un mundo muy complejo, como es el actual.

La complejidad del mundo es muy grande. Hay un autor, Eric Hobsbawm, que dijo que estamos viviendo uno de los procesos de cambio más grandes en los últimos diez mil años, desde la invención de la agricultura, pero luego dijo: “No sabemos a dónde vamos, a dónde va el mundo”. Cuando terminó la Guerra Fría, Francis Fukuyama dijo: “Ya está, terminó la historia. Ganamos nosotros. Los ingleses y los americanos”. Ah, bueno, fenómeno. Cada vez hubo más guerras, más explosiones étnicas, más terrorismo, más todo. Nunca paró la guerra y todas las acciones de enfrentamiento de los países se hacen fuera del contexto de las Naciones Unidas, en forma caótica; se ha destruido el sistema que quizás hubiera andado mejor con otras conductas. Entonces, hay que volver a asentar nuestras conductas, tanto nacionales como individuales, en un contexto de valores, porque es imposible crear una sociedad si no hay valores.

Desgraciadamente, como dice Zygmunt Bauman, vivimos en una sociedad líquida donde no hay ningún valor, todo flota, parecería que somos pasajeros de una estación. Salen trenes, pero no sabemos a dónde van. Hay que volver a las esencias del arraigo. Arraigo en el sentido de lo que somos realmente, porque en un momento de tanta confusión, nos pueden vender cualquier cosa y creemos que estamos haciendo bien, como pasa en muchos países, que nadie sabe ni a dónde van las democracias. Porque por ahí con un discurso tecnocrático, con ciertas técnicas modernas te llevan exactamente a lo contrario de lo que vos crees que estás haciendo. Entonces, hay que volver a esos valores: que la educación vuelva a consolidar el concepto de patria, de pertenencia. Y luego, nuestra vida personal tenemos que hacerla de acuerdo a valores profundos, espirituales y de coherencia con lo que somos. La dicha no se compra como se compra la comida, no hay un delivery de la dicha. Es uno internamente, es ese valor que uno va construyendo. Modestamente, he tratado siempre, he construido lo poco que he hecho, siempre con eso, y entonces llego a transmitir a mis amigos esta alegría de vivir en un contexto que creemos que es lo mejor que podemos hacer en este momento de la humanidad."