Viaje a los secretos de Granada en el Siglo de Oro: la investigación de un santo y una monja para resolver tres asesinatos en un convento de clausura

Susana Martín Gijón publica ‘La capitana’, un thriller histórico rigurosamente ambientado en la ciudad andaluza en pleno siglo XVI con el que busca dar voz “a los desheredados y, sobre todo, a las mujeres”

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Susana Martín Gijón, autora de
Susana Martín Gijón, autora de 'La Capitana'. (Isabel Wagemann)

En España, hablar del Siglo de Oro implica, casi siempre, pensar en una época de esplendor. Por aquel entonces, la monarquía hispánica expandía su imperio por medio mundo; en él nunca se ponía el Sol, hasta el punto de que toda aquella luz impedía, en cualquiera de sus formas, la existencia de ninguna sombra.

Sin embargo, esas sombras existían. Susana Martín Gijón ya lo dejó bien claro en su anterior novela, La Babilonia, 1580, un thriller histórico donde, a través de un macabro crimen y su investigación, la autora realizaba un fiel retrato de la Sevilla del Siglo XVI, “centro comercial del Antiguo y el Nuevo Mundo”, y el oscuro secreto que la ciudad albergaba en su interior.

Ahora, la autora cambia de escenario, pero no de época. Y es que, en su nueva novela, La Capitana (Alfaguara), muestra cómo en esa misma época el brillo de una ciudad no impedía que, a unos cuantos kilómetros al este, Granada estuviera pasando por una etapa “muy oscura”. “Había una grandísima crisis social y económica, provocada sobre todo por la expulsión de la población morisca una década antes”. La antigua capital del reino nazarí, conocida como la ciudad de las tres culturas, se convierte en la ciudad del exilio y la vergüenza. Un lugar idóneo para un nuevo y terrible crimen.

Cubierta de 'La Capitana', de
Cubierta de 'La Capitana', de Susana Martín Gijón. (Alfaguara)

Sumergirse en la historia

En La Capitana, segundo thriller histórico de Martín Gijón, el Convento de San José se vuelve el escenario de una serie de asesinatos cuya investigación es llevada a cabo por una particular pareja: sor Ana de Jesús, priora del convento, y Fray Juan de la Cruz. Dos personajes reales (la una declarada beata, el otro canonizado como santo) que se ven envueltos en una serie de conspiraciones que amenazan no solo su propia integridad, sino también el destino de la ciudad y el de la religión.

“A mí siempre me había apasionado la historia“, empieza diciendo la escritora en su entrevista con Infobae España. ”No me había atrevido hasta ahora, pero llevaba ya diez novelas negras o policíacas, thrillers, en la actualidad, y bueno, me lo planteé como un desafío”. Fue la investigación llevada a cabo para La Babilonia, 1580 la que finalmente condujo a su proyecto posterior. En ambas, la autora ha sabido mostrar su oficio en la novela negra para el suspense de las tramas, los giros sorprendentes y los misterios que, en esta nueva etapa, acaban por sumergirnos del todo en una época anterior.

Sin embargo, este trabajo ha implicado una labor mucho mayor de documentación. Y algo aún más importante —y también más difícil, tal y como ella reconoce—, ha sido encontrar el “equilibrio” para que las descripciones históricas no acabaran por entorpecer el ritmo del argumento. “Para eso, parte de la documentación me ha servido para poder narrar más directamente las emociones, o partir más de la vista, el oído o incluso el olfato de los personajes, y así sumergir al lector ahorrándole muchos pasajes descriptivos”.

Juan de Sabis, Vista de
Juan de Sabis, Vista de la Carrera del Darro en Granada, siglo XVII.

Una dupla singular de detectives

La trama viene muy dada por los acontecimientos históricos que preceden y suceden a la propia novela, como la mencionada expulsión de los moriscos. “Además, es la primera vez que utilizo a personajes históricos reales como protagonistas”, añade Martín Gijón, quien explica cómo leyendo múltiples biografías y textos escritos de la propia mano de la priora y Juan de la Cruz, acabó pudiendo reconstruir su personalidad para poder ser fiel, incluso, en sus reacciones.

La relación entre estos personajes se mezcla con la tensión palpable en Granada, donde abundan la vigilancia eclesiástica y las alianzas clandestinas. Y es que La Capitana no se centra tan solo en los asesinatos. Estos vienen enmarcados por otro acontecimiento clave, la reforma teresiana, una renovación de la Orden del Carmen que buscaba establecer una vida religiosa más austera, alejada de privilegios, abusos y jerarquías, por un lado, y que por otro establecía también la liberación de las mujeres consagradas a la fe de la sujeción a los hombres.

Tanto la capitana como Juan de la Cruz se arriesgaron al defender una transformación que dotaba a los conventos de las Carmelitas de una autonomía mucho mayor y las liberaba de la autoridad de los religiosos hombres. La reforma acogía la pureza de las almas sin ningún tipo de prejuicios y brindaba mayores oportunidades a todas las profesas. Algo que, cómo no, suscitó recelos en el seno de la propia Iglesia.

“Sor Ana fue una de las principales defensoras de los cambios impulsados por Santa Teresa, seguía luchando por esas ideas y fue fundando conventos por toda Europa”, explica Martín Gijón. La escritora señala, además, como estos lugares no solo eran un lugar de culto, sino también “un refugio para muchas mujeres y uno de los pocos lugares donde se podían permitir cultivarse de alguna forma, lejos de las desigualdades más atroces”.

Convento de San José en
Convento de San José en Granada. (Ayuntamiento de Granada)

Cerca del hábito, lejos de los prejuicios

La imagen popular de las monjas y la vida dentro de los conventos ha estado tradicionalmente marcada por una serie de prejuicios y estereotipos que, en palabras de la autora, no hacen justicia a la complejidad de esas mujeres ni a la realidad histórica. “Le damos una mirada primero de uniformidad. Parece que las monjas se ponen un hábito y se les cancela la identidad”.

La novelista relata que uno de los principales retos narrativos fue precisamente desdibujar ese imaginario preconcebido, así como “definir bien” a cada una de las hermanas “para que el lector identificara fácilmente a cada una de las monjas de ese convento”. Para ello, se sirvió del contacto directo con varias monjas de la orden. “Tenemos una idea de las monjas como un poco mojigatas que no se corresponde con la realidad, pues simplemente dedican ese tiempo a su vocación y eligen estar un poco ajenas al mundo exterior”, defiende.

Al hacer visible la humanidad de las monjas y matizar el clima real de los conventos, la autora también aborda temas tan sensibles como las posibles relaciones sexuales que allí se dieron entre ellas. “Por supuesto que hubo. No me cabe la menor duda, porque al final son seres humanos que convivían”, afirma, pese a reconocer lo difícil que resulta documentar este hecho al tratarse de algo tan penalizado que “no podía quedar reflejado de ningún modo”. “Habrá afectos diferentes entre unas y otras, mayores complicidades, atracción en algunos casos, y por supuesto intentar ocultar que se daban relaciones sexuales sería algo demasiado puritano”.

María Ana de Jesús, Santa
María Ana de Jesús, Santa Teresa y la Beata Ana de San Bartolomé, en un cuadro pintado por Andrés Melgar. (Museo de Arte de Cataluña)

La historia se repite, aunque nos moleste

Es aquí donde la historia de La Capitana coge mayor fuerza. El recorrido de la autora desde la novela negra al relato histórico es, en sí mismo, un ejercicio de memoria. En la reconstrucción de aquel pasado resplandece la ambición de desvelar lo que se ha querido ocultar: “Quería darle voz a los oprimidos, a los desheredados y, de entre todos ellos, sobre todo a las mujeres”. Un ejercicio que, inevitablemente, acaba por revelar también algunos problemas que reconocemos en nuestro presente.

“No hay que irse muy lejos”, lamenta. “A veces pensamos que, como somos los últimos, somos los más evolucionados, pero basta echar una ojeada a la historia para ver que seguimos cometiendo las mismas atrocidades que se cometían hace 400 años”. Se para, por ejemplo, en la introducción del libro, tomando como ejemplo esa “deportación masiva” que se presencia en las primeras páginas de La Capitana. “Miras a tu alrededor y ves que eso sigue sucediendo, así que nada como refrescar un poquito la historia, ¿no?”.

Este complejo se enclava en un antiguo convento que antes fue un bello palacio nazarí

Por eso, en su viaje al pasado sabe que quizá algunas personas puedan sentirse contrariadas, o incluso, ofendidas. “Estoy arrojando mi mirada al mundo”, empieza diciendo, “e intento que sea de justicia, de igualdad, de reparación... Entiendo que alguien pueda tener una mirada contraria y que le moleste que narre la historia desde un prisma en el que me hago cargo de las crueldades que se cometieron. Pero son datos objetivos: están ahí, y si alguno no lo quiere mirar, si alguno sigue eligiendo su visión distorsionada de la historia, allá él”.