
El Museo del Louvre ha vuelto a ser escenario de un robo que pasará a engrosar la larga lista de atracos más audaces de la historia del arte. Nueve joyas pertenecientes a las colecciones de Napoleón Bonaparte y de la emperatriz Eugenia de Montijo fueron sustraídas este domingo de una de las vitrinas del ala dedicada al Segundo Imperio. Las autoridades confirmaron la desaparición de las piezas a primera hora de la mañana, después de que un vigilante detectara irregularidades en los cierres de seguridad durante la ronda de apertura al público.
Las piezas formaban parte del tesoro imperial y se encontraban expuestas desde hace años como parte de una de las muestras más visitadas del museo. Aunque el Louvre no ha facilitado un inventario detallado por motivos de seguridad, fuentes cercanas a la investigación apuntan a que entre los objetos robados habría broches de diamantes, collares de perlas naturales y una tiara atribuida a la colección personal de la emperatriz Eugenia. Todas ellas, piezas de un valor histórico y artístico incalculable.
Un museo con un largo historial de atracos
El golpe de este domingo reabre un viejo capítulo en la historia del Louvre, una institución que ya ha sufrido episodios memorables de sustracción. El más famoso ocurrió en 1911, cuando el cuadro más célebre del mundo, la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, desapareció misteriosamente. El autor del robo, el italiano Vincenzo Peruggia, había trabajado como empleado del museo y conocía a la perfección sus rutinas de seguridad. Aprovechando que el edificio permanecía cerrado, entró con su bata de trabajo, descolgó la pintura y la ocultó bajo la ropa. Nadie notó su ausencia hasta el día siguiente.
La Gioconda permaneció perdida durante más de dos años, hasta que Peruggia fue detenido en Florencia al intentar venderla. Paradójicamente, aquel hurto convirtió la obra en el icono mundial que hoy atrae a millones de visitantes al Louvre. Este mismo mes se conmemora, además, el centenario de la muerte de Peruggia, cuyo nombre ha vuelto a aparecer en la prensa francesa a raíz del nuevo robo.

El museo también sufrió otros incidentes notables. En 1983 fueron sustraídas dos piezas de una armadura renacentista, un casco tipo borgoñota y una coraza de hierro decorada con incrustaciones de oro, fabricadas en Milán en el siglo XVI. Las obras reaparecieron casi cuarenta años después, en 2021, cuando un experto en antigüedades las localizó entre los bienes de una herencia en Burdeos. Ambos objetos fueron restituidos y hoy se exhiben en el ala Richelieu del museo.
Robos legendarios en la historia del arte
El caso del Louvre se suma a una larga lista de atracos que han marcado la historia del patrimonio cultural. Uno de los más sonados fue el de la Natividad con San Francisco y San Lorenzo de Caravaggio, robada en 1969 del oratorio de San Lorenzo de Palermo por dos sicarios de la mafia. La obra, de más de dos metros de altura, fue arrancada con una cuchilla de afeitar y, según confesó años después un arrepentido del clan Badalamenti, cortada en varios fragmentos para ser vendida en el mercado negro internacional. Nunca se ha recuperado.
También el pintor noruego Edvard Munch fue víctima doble del robo de su célebre El grito. En 1994, aprovechando la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno, un ladrón escaló la fachada de la Galería Nacional de Oslo y se llevó el lienzo en menos de un minuto. Dejó una nota burlona: “Gracias por la falta de seguridad”. Diez años después, otro grupo robó una versión diferente del cuadro junto a una Madonna del mismo autor en el Museo Munch. Ambas fueron recuperadas en 2006, pero con daños irreversibles causados por la humedad.
Entre los robos más persistentes de la historia destaca también el del políptico La adoración del Cordero místico, de los hermanos Van Eyck, considerado una de las obras más codiciadas del arte flamenco. Desde el siglo XVIII ha sido víctima de pillajes, ventas irregulares y hasta un secuestro por parte de las tropas napoleónicas. Hitler ordenó su confiscación durante la Segunda Guerra Mundial y fue ocultado en una mina de sal antes de ser rescatado por los Monuments Men. Una de sus tablas, la que representa a San Juan Bautista, continúa desaparecida.
De Boston a Madrid: el crimen artístico no tiene fronteras
El robo más cuantioso del que se tiene constancia sigue siendo el perpetrado en 1990 en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston. Aquella madrugada, dos hombres disfrazados de policías maniataron a los vigilantes y durante más de una hora recorrieron las salas a su antojo, llevándose trece obras maestras de Vermeer, Rembrandt, Manet y Degas. El concierto de Vermeer, considerada la pintura perdida más valiosa del mundo, sigue desaparecida. El museo mantiene los marcos vacíos colgados como recordatorio.
Europa tampoco ha sido ajena a golpes recientes. En 2005, tres hombres se llevaron una escultura de Henry Moore de 2,1 toneladas de peso de los jardines de su fundación en Hertfordshire. Se sospecha que fue fundida. Y en España, uno de los casos más mediáticos fue el robo de cinco retratos de Francis Bacon en 2015, en el domicilio madrileño de José Capelo, amigo del artista. Los cuadros, valorados en 30 millones de euros, fueron recuperándose de manera gradual tras años de investigaciones y detenciones. Cuatro han sido localizados, el último en 2024, mientras uno sigue en paradero desconocido.
La lista de robos recientes incluye también el asalto al Museo Drents de Assen, en los Países Bajos, en enero de este año. Allí fueron sustraídas cuatro piezas arqueológicas rumanas, entre ellas el célebre casco de oro de Cotofenesti, mediante una explosión controlada. Las autoridades neerlandesas confirmaron que se trató de un robo “profesional y planificado al milímetro”.
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