‘Devuélvemela’, el gran hit de terror del verano: traumas parentales, ritos satánicos y ‘mal rollo’ para devolver la fe en las imágenes

Hace exactamente 65 años, un señor llamado Alfred Hitchcock tuvo la brillante idea de grabar una escena en la ducha que cambiaría para siempre la historia del cine. No fue la única que tuvo en aquella película llamada Psicosis, que introdujo varios conceptos tanto técnicos como temáticos de lo más novedosos para la época, desde una estructura única que incluía eliminar a su protagonista en el primer acto a representar una violencia y una sexualidad inédita. Pero si hay algo de lo que el público no se olvidó -ese mismo al que se le prohibió entrar iniciada la sesión o contar el final por orden del maestro del suspense- fue de aquella escena. De aquella sensación de peligro inminente. De aquella cortina. De aquella música. En definitiva, de aquella ducha.

Con el eco de ese agua fluyendo poco a poco por el desagüe hasta hacer un ruido seco parece llegar ahora Devuélvemela, la nueva película de los hermanos Michael y Danny Philippou, dos gemelos australianos que en realidad no comenzaron en el mundo del cine, sino del entretenimiento audiovisual a partir de su canal de YouTube, RackaRacka. Con casi siete millones de suscriptores, los vídeos de los Philippou transitaban entre el terror más de serie B y la comedia negra, convocando a celebridades tanto de Internet (KSI, Logan Paul) como del mundo real (Ryan Reynolds o Ice Cube, al que llevaron al límite de su paciencia en un sketch). Todas ellos con un mismo patrón, el de un montaje tan prodigioso como acelerado, unos efectos especiales aparentemente cutres pero de lo más solventes y sobre todo, un gusto por la incomodidad por encima de todo.

Su talento atrajo el interés del equipo de producción de Babadook, la película de 2014 que supuso uno de los inicios del mal llamado terror elevado y que supuso el primer contacto de los Philippou con el cine, aunque fuese solo prestando ayuda en el apartado de efectos especiales. No obstante, su gran salto llegó unos cuantos años después, cuando fueron seleccionados para el festival de Sundance con su ópera prima, Háblame, una de las grandes sorpresas de terror de los últimos años.

Con el vértigo en los talones

No es que los Philippou emulen al maestro del suspense, ni mucho menos, pero es inevitable no acordarse de él al ver la forma tan particular y a la vez tan cercana que tienen los hermanos de dirigirse al público. No solo en los temas recurrentes -tienen una fijación y un miedo por la pérdida y el más allá a la altura de la de Hitchcock con las rubias y la policía- sino la forma que tiene de acercarse a ellos, y de cómo emplean hasta el último recurso técnico para epatar, para que el espectador no quede indiferente. Irónico, cuando menos, si tenemos en cuenta que Háblame trataba precisamente de un grupo de jóvenes tan insensibilizados por los vídeos en redes sociales que ni siquiera les impresionaba ese brazo embalsamado como suerte de ouija, sino que era un divertimento, una distracción cualquiera en una sociedad necesitada de dopamina.

Con Devuélvemela, los Philippou acuden de nuevo al mismo tema, en esta ocasión con un chico y una chica adolescentes que han perdido a su padre de una forma bastante traumática y que pasan a ser acogidos por una señora extremadamente amable pero con un fondo tenebroso entre tanta nube de azúcar. Como hiciera Hitchcock con Anthony Perkins, los australianos cogen a Sally Hawkins para retorcer su imagen de mujer dulce e inocente labrada durante tantos años y convertirla en una mujer de lo más perturbadora pero a la que los Philippou no renuncian a presentar con gran ironía; escuchando a todo trapo Alive de Empire of the Sun mientras estudia ritos satánicos con los que traer a la hija que perdió en una piscina de vuelta a la vida.

El humor quizá no esté presente de forma tan descarada como en Háblame, pero es sin duda ese espíritu permanente que solo podría permitir una secuencia como la de los tres protagonistas emborrachándose y todos los momentos de cierta burla a costa de la niña ciega a ojos literal y metafóricamente, pues es la única de los dos hermanos que confía en su nueva madre adoptiva. Está ese punto de serie B, de telefilme barato, pero lo que se cuenta es tan macabro y está tan bien interpretado que el contraste resulta hasta más estimulante que si todo estuviese sobreescenificado y rematado a la perfección.

Agua y sangre

Dado el éxito de Háblame, los Philippou se permiten en Devuélvemela el lujo de apostar aun más fuerte por estirar la cuerda entre atmósfera y terror gráfico. La primera parte de la película, hasta que enseña sus cartas, es un gran ejercicio de ambientación, recuperando ese buen gusto por un montaje ágil y que utiliza las rimas tanto visuales y sonoras para enganchar una escena con otra y de paso generar en el espectador tanto una respuesta constante -sí, como sucede con los TikToks que se aprovechan de canciones virales- como va dejando la semilla de un miedo que será recurrente, en este caso el agua en sus múltiples formas. A Hitchcock le apasionaba darle las pistas al espectador antes de resolver el puzle, y a los Philippou buscar la tiricia del espectador con lo más insospechado.

De esta forma, la segunda parte deviene en algo quizá más deslavazado, más bruto y en definitiva más directo, pero que complemente perfectamente a la primera mitad e incluso pone en imágenes las consecuencias de esos miedos que recorren a cada uno de los personajes. Se pierden ciertas sutilezas y se aumenta el nivel de sangre, no apto para los más sensibles, pero necesario para mostrar el horror que puede llevar a cometer el ser humano cuando está desesperado.

Como buen director y mago del cine que era, a Hitchcock no le gustaba revelas sus secretos, ni darle explicación a cosas como por qué atacaban los pájaros de Pájaros. Dos películas después, a estos gemelos australianos parece que sí les interesa indagar en la miseria humana, pero tampoco tienen miedo a plantear situaciones inverosímiles y sorprendentes, por mucho que puedan herir sensibilidades. Después de todo, han conseguido algo que parecía de lo más difícil para una generación que presta cada vez menos atención a la pantalla: que las imágenes vuelvan a quedarse grabadas y los sonidos a producir miedo. En definitiva, que volvamos a pasar miedo hasta en la ducha.