
El recuerdo de los momentos felices incide en los cuerpos transformando la forma en la que deseamos. Una imagen, una fragancia, un olor, el cuerpo recuerda los instantes en los que fue feliz. Es una sensación extraña, en ocasiones hipnótica. Un olor o un sabor hace que entremos en un trance profundo, como en un sueño.
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Al igual que las personas, los animales también experimentan estos fenómenos sensoriales. El recuerdo de aquello que les hizo feliz se afianza en su memoria. Su deseo se explica en el instinto de su sociabilidad. De alguna manera participan de lo emocional, en lo instintivo.
La historia de Max
Max es un perro que vive junto a sus dueños en Dakota del sur (Estados Unidos). Alegre y amoroso, se caracteriza por tener un apetito voraz.
Fue una tarde cuando probó los famosos burritos del supermercado del pueblo. Algo en él se obsesionó con el sabor de esos mini sándwiches. Desde ese momento quedó obsesionado con su sabor. El recuerdo no lo abandonaba. En su memoria algo persistía con la constancia de quien debe tomar acción para saciar un sentimiento incontrolable.
Con el pretexto de apaciguar su deseo, sus instintos lo llevaron a tomar una decisión peligrosa. Eran las 23:39 cuando, aprovechando que Emily, su dueña, regresaba de una fiesta, salió corriendo despavorido.
Otra de sus dueñas, Sara Olson, recuerda cómo al abrir Emily la puerta del garaje, el perro, escondiéndose entre las sombras, escapó de la casa al lugar que más tarde explicaría el porqué de su repentina escapada. No era propio de él, lo que, de primeras, extrañó a la familia.
La familia tardó varias horas en darse cuenta de la desaparición de Max. Esto le proporcionó al perro tiempo suficiente para deambular por las calles del pueblo. “No nos dimos cuenta hasta la mañana siguiente”, explica Sara recordando el susto que se llevó al comprobar que Max no estaba con ella.
Siguiendo el rastro del burrito
La noche fue incierta. Nadie sabe exactamente qué pasó. La travesía canina duró unas cinco horas durante la madrugada, en la que Max se tuvo que enfrentar a toda clase de desafíos. Los estímulos estaban por todas partes. Siguiendo el rastro del burrito, Max caminó por las calles del pueblo, mimetizándose con las sombras de la noche. Sus instintos tan desarrollados le permitieron recordar el sitio donde probó aquel manjar por primera vez.

Ansioso por probarlo de nuevo, sentir su sabor expandiéndose por su hocico, recrearse en la sensación de éxtasis, llegó al supermercado. Todo parecía ir bien, por fin, iba a poder cumplir su deseo. Estaba a punto de lograrlo. En la noche se respiraba un ambiente tranquilo y todo estaba muy quieto. Tan solo debería entrar en el supermercado y sin que nadie lo viera encontrar los burritos.
Sin embargo, sus sueños más feroces quedaron frustrados enseguida. El supermercado estaba cerrado.
En un intento por no dejarse derrotar, el perro esperó hasta que abrieran el comercio.
Fue durante esa hora cuando sus dueños recibieron varios avisos del GPS de su mascota. Se desplazaron de inmediato hasta donde él estaba. Desesperados por el susto se reencontraron con Max.
A partir de ese suceso y para evitar que lo volviera a hacer, los dueños decidieron dar a Max aquello que tanto quería. A partir del día siguiente, cada mañana, le esperaba un burrito de esos que tanto le gustaban. No solo era una medida preventiva para que no volviese a cometer locuras, sino una forma de amor sincera que sus dueños quisieron tener con su perro.
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