
La miniserie británica Adolescencia, de Netflix, ha captado la atención de miles de espectadores desde su estreno, no solo por su impecable producción a nivel técnico y poderosa narrativa, sino por la crudeza con la que retrata una etapa vital compleja: la adolescencia.
En tan solo cuatro episodios, dirigidos por Jack Thorne y protagonizados por Owen Cooper y Stephen Graham, se presenta el caso de Jamie, un joven de 13 años acusado del asesinato de una compañera de clase. Sin embargo, el verdadero eje de la trama va más allá del crimen: se trata de un agudo retrato de la desconexión entre adultos y adolescentes, acentuado por el uso de un lenguaje propio que resulta, muchas veces, indescifrable para los mayores.
Adolescencia no solo es un éxito en términos de audiencia, sino que ha abierto un debate urgente: ¿qué están diciendo los adolescentes cuando utilizan determinados emojis?, ¿cómo pueden los adultos interpretar un lenguaje que no está dirigido a ellos? Este fenómeno pone sobre la mesa la necesidad de fomentar una comunicación más abierta entre generaciones, y subraya la responsabilidad de padres y cuidadores de entender las nuevas formas de interacción digital.
Los emojis como código oculto

Uno de los elementos más llamativos de la serie es el uso de emojis, aquellos pequeños íconos que, aparentemente inocuos, adquieren significados ocultos dentro de ciertas comunidades juveniles, y que se tergiversan en aquellas que están vinculadas a discursos extremistas como la llamada “manosfera”. Este código digital, desconocido por muchos adultos, es motivo de sorpresa y alarma para quienes siguen la serie, revelando cómo estos símbolos pueden funcionar como herramientas para propagar ideologías misóginas, incitaciones a la violencia y discursos de odio, muchas veces sin que padres o educadores tengan conciencia de ello.
Los emojis, tal como los conocemos hoy, fueron creados en Japón en la década de 1990 por Shigetaka Kurita, con el objetivo de enriquecer la comunicación digital con expresiones visuales sencillas. Desde entonces, han evolucionado hasta convertirse en un elemento central del lenguaje en línea, permitiendo transmitir emociones, ideas o intenciones sin necesidad de palabras. Sin embargo, su uso ha adquirido nuevas capas de complejidad, especialmente entre los jóvenes, quienes los emplean como jerga, otorgándoles significados que difieren radicalmente de su interpretación convencional.
En Adolescencia, esta transformación simbólica es abordada de forma explícita. Uno de los personajes, Adam, hijo del detective encargado del caso, explica a su padre el verdadero sentido que tienen ciertos emojis dentro de las comunidades incel (abreviatura de involuntary celibates, o “célibes involuntarios”). Por ejemplo, el número 100 (💯), usualmente interpretado como símbolo de excelencia, hace referencia en este contexto a la llamada “regla 80/20″, una creencia infundada que sostiene que el 80 % de las mujeres solo se siente atraída por el 20 % de los hombres. La dinamita (🧨), por su parte, se convierte en una metáfora del “estallido” de frustración que, según estos discursos, justifica actos de violencia.
Los corazones, presentes en múltiples colores, también adquieren nuevos matices. El corazón rojo (❤️) representa amor; el morado (💜), deseo sexual; el amarillo (💛), interés romántico abierto; y el rosa (💗), atracción emocional sin connotación sexual. Estos códigos no solo comunican intenciones sentimentales, sino que funcionan como indicadores de pertenencia a ciertos grupos o ideologías.
Otro caso relevante es el emoji de los frijoles rojos (🫘), que se utiliza como símbolo de identificación entre los incels, en analogía con el emoji de la píldora roja (💊), el cual remite al concepto popularizado por la película Matrix (1999): la idea de “despertar” a una supuesta verdad sobre las relaciones de género.
Este uso críptico de los emojis se asemeja al funcionamiento del argot en grupos sociales cerrados. Según la Real Academia Española, esto es un “lenguaje especial utilizado con propósitos crípticos por determinados grupos”, lo cual refuerza la idea de que los emojis, en ciertos contextos, funcionan como una lengua cifrada diseñada para excluir a quienes no forman parte del colectivo.
El papel de los adultos en la radicalización digital

Uno de los aspectos más perturbadores abordados en Adolescencia es la facilidad con la que los adolescentes pueden acceder a discursos radicales a través de internet. La serie evidencia cómo un joven, vulnerable y confundido, puede verse arrastrado por comunidades digitales que promueven el odio, utilizando herramientas aparentemente inocentes como los emojis para difundir mensajes peligrosos. La radicalización no ocurre de forma súbita, sino que se gesta a través de una exposición constante a contenidos que validan el resentimiento, la misoginia y el rechazo a la diferencia.
Frente a esta realidad, muchos padres se preguntan qué pueden hacer para prevenir que sus hijos caigan en este tipo de dinámicas. La respuesta, sin embargo, no es simple. Prohibir determinados símbolos o restringir el acceso a redes sociales puede ser un paliativo, pero no ataca el problema de raíz. Como se ha demostrado, las comunidades radicalizadas encuentran siempre nuevas formas de comunicarse. Cuando TikTok prohibió la etiqueta incel, los usuarios comenzaron a utilizar términos alternativos como sub5. Asimismo, Apple rediseñó el emoji de la pistola en 2016 para que se asemejara a una pistola de agua, en un intento por reducir su asociación con la violencia, sin lograr frenar su uso como amenaza velada.
Lo esencial es fomentar el pensamiento crítico desde edades tempranas, promover la alfabetización digital y crear espacios de diálogo donde los adolescentes puedan expresar sus inquietudes sin miedo al juicio. Más que vigilar el uso de emojis, se trata de comprender las emociones, frustraciones y anhelos que los jóvenes canalizan a través de ellos. Adolescencia, en este sentido, no solo es una obra de ficción, sino una llamada de atención: invita a los adultos a escuchar con más atención, a observar con mayor sensibilidad y, sobre todo, a acompañar sin prejuicios.
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