Se llama “ofimática” a todas las herramientas que la informática desarrolla para la oficina. Por ejemplo, el procesador de texto, la planilla de cálculo, el software de presentación de diapositivas, etc. Es un tipo de software crucial para el trabajo y con más de tres décadas de desarrollo, las facilidades y características que traen hoy en día los vuelven unas herramientas súper flexibles, cómodas, simples. Sin embargo, hay cosas que la informática no puede resolver.
Una de las grandes dificultades que tienen los estudiantes que se enfrentan a una planilla de cálculos es entender cómo mostrar la información. Los mismos chicos que leen un cuadro de doble entrada en Geografía, Biología o Matemática. Aquí se toma un límite. Como diría Gastón Bachelard: un obstáculo epistemológico. Y esto muchas veces sucede porque los estudiantes entran al laboratorio de Informáticoa, primero con la sensación de que las materias están compartimentadas y por lo tanto lo que se ve en Historia no tiene nada que ver con el software, y luego porque muchas veces somos nosotros, los profes de Informática, quienes les ponemos esos obstáculos por delante.
La paradoja de la planilla de cálculos es que esa herramienta es monstruosamente perfecta y potente, pero muchas veces —por no decir siempre— es necesario que quien se pone a trabajar con este software comience primero a pensar soluciones posibles con lápiz y papel: usar la regla de tres simple, manejar ecuaciones, anticipar cálculos complejos. Muchas veces les digo a mis estudiantes como ejercicio que miren los datos, que los analicen y piensen cómo mostrarlos y de qué manera sistematizarlos y que después de ese trabajo, que a veces puede llegar a tomar unos diez minutos en una clase de ochenta, recién entonces prendan la computadora y abran la planilla.
No hay nada mejor de trabajar en una planilla que teniendo al lado una hoja y un lápiz con la punta bien afilada. A veces, profesores y estudiantes tenemos demasiada fe en las herramientas informáticas. Mi propuesta aquí no es perderla, pero como un buen hombre de ciencia soy politeísta. O mejor, no: creo en la verdad. Sólo que no hay una única forma de alcanzarla.
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