A 45 años de los 60 gritos de Héctor Scotta en una temporada, récord vigente del fútbol argentino: “Terminé demorado en una comisaría”

El delantero, ídolo de San Lorenzo, alcanzó esa inigualable cifra en 1975, superando la marca de Arsenio Erico, leyenda de Independiente. Tras conseguir el hito se prestó a una producción conjunta para una revista, de goleador a goleador. Pero algo salió mal. El Gringo repasó su carrera con Infobae: de romper redes en Argentina y en Sevilla, donde es ídolo, a la depresión post retiro

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Héctor Scotta, una gloria de San Lorenzo (Foto: San Lorenzo Oficial)
Héctor Scotta, una gloria de San Lorenzo (Foto: San Lorenzo Oficial)

En el aire caluroso de la tarde del domingo 23 de noviembre de 1975 flotaba la sensación de partido decisivo. La Bombonera mostraba pocos espacios libres como preludio de una tarde importante. Faltaban dos fechas para terminar la fase de grupos y la clasificación, que semanas atrás parecía un trámite para el cuadro local, había ingresado en un terreno resbaladizo. Un Boca vacilante y dubitativo, estaba como esos boxeadores a los que solo les falta que el rival les aplique el golpe de nocaut. Pero alentaba su última esperanza: ganar esa tarde para seguir soñado, como el púgil que cierne sus ilusiones a meter una mano salvadora.

Enfrente estaba San Lorenzo, el líder de la zona. Un equipo austero, afirmado para salir de contragolpe y con un arma mortal: Héctor Horacio Scotta. En el torneo anterior (Metropolitano), había sido el máximo artillero con 32 conquistas y ahora encabeza la tabla del nacional con 14 goles. La suma de 46 lo asomaba al umbral de un récord que parecía imbatible, ya que el paraguayo Arsenio Erico había señalado nada menos que 47 en la lejanía de 1937 con la camiseta de Independiente.

El Gringo Scotta recuerda con precisión su carrera y por supuesto, aquella tarde del ’75: “Antes del partido todos me decían que si hacía dos goles lo pasaba a Erico, a lo que yo les respondía: ‘¿Cómo querés que los meta en esta cancha? (risas), me las voy a tener que rebuscar’. Aparte en esos años, Boca tenía una defensa durísima, integrada por Pernía, Nicolau, Rogel y Tarantini. El tema es que se me dio. El primero fue de tiro libre apenas comenzado el partido, cuando Biasutto estaba armando la barrera. Le dije al árbitro Arturo Ithurralde que no quería que me contara los pasos para la distancia, a lo que me contestó: ‘Bueno, entonces, pateá'. Saqué un tiro muy fuerte que se metió abajo. Los muchachos de Boca le protestaron, pero la cosa ya estaba 1-0″.

La añeja paternidad decía presente casi desde los vestuarios. La sana costumbre del Ciclón, que parecía soplar más intenso que en cualquier otro lado en las orillas del Riachuelo, establecía la distancia en el score, que envalentonó a sus hombres y resquebrajó el endeble andamiaje anímico xeneize. Premici colocó el 2-0 a los 22, descontó Abel Alves, pero a la media hora Alberto Beltrán puso el 3-1 y pocos minutos después, Scotta inscribía su apellido en la leyenda, superando a Erico: “El segundo mío fue desde casi 30 metros y de zurda… Es cierto que la agarré bien, pero yo, pegarle de zurda, era raro, pero estaba con confianza. Se le metió a Biasutto al lado de su poste derecho, fue un lindo gol”.

El primero tiempo finalizó con un estrepitoso 5-1, impensado antes y también durante el desarrollo, porque no hubo semejante distancia, pero vayan a discutir los goles, y más si se tiene un artillero como Scotta. Boca reaccionó en el segundo, marcó dos tantos para decorar con un dejo de orgullo la placa final de 3-5 en un tarde que iba a quedar en el recuerdo y merecía su evocación 45 años después.

“Recuerdo que Guillermo Nimo me criticaba mucho, me daba en todos los programas y ese día se apareció por el vestuario al terminar el partido. Yo estaba charlando con Valiño, que era el presidente del club y él se acercó a saludar. A los dos segundos apareció mi compañero Roberto Oveja Telch, con un balde lleno de agua, se lo vació entero y lo empapó, mientras gritaba: ‘Éste no habla nunca más mal de vos, Gringo’” (risas).

La revista El Gráfico tenía una importantísima tirada en esos años y marcó a varias generaciones con sus notas. Para esa ocasión había designado a una de sus mejores plumas de todos los tiempos, Osvaldo Ardizzone, para la crónica del match que es una verdadera pieza de colección, con su manera tan particular de pintar situaciones adornándolas con las mejores palabras y analogías brillantes, como comparar la eliminación de Boca y su falta de recambio de jugadores importantes, con el protagonista del tango Viejo esmoquin, que venido a menos, puso un frac como almohada y se echó a dormir. Pero la cobertura no fue solo eso, sino propiciar el encuentro de Erico y Scotta esa misma tarde, con un desenlace inesperado…

“Me llevaron en un remise desde la cancha hasta Morón, donde él vivía. Charlamos en su casa y luego fuimos a una plaza cercana para hacer un par de fotos. Al ratito me di cuenta de que nos estaba rodeando un grupo de policías y a los pocos minutos estábamos los dos demorados en la comisaría (risas). Hay que ponerse en la época: eran los últimos momentos del gobierno de Isabel Perón y había caos. Una disposición no dejaba sacar fotos en las inmediaciones de las comisarías y por eso ambos terminamos así. Nos dejaron un rato largo en lo que fue una locura”.

Al año 1975 de Scotta aún le quedaban por delante 8 partidos oficiales, donde marcó 12 goles, para alcanzar la impactante cifra de 60 conquistas en una sola temporada, récord que aún permanece (¿podrá ser batido alguna vez?) en nuestro fútbol. Un tal Diego Armando Maradona se acercó un poco en su esplendoroso 1980, marcando 43…

La historia del Gringo había comenzado con la camiseta de Unión, donde sufrió el descenso en 1970. Sus condiciones no pasaron inadvertidas para los dirigentes de San Lorenzo, que lo contrataron el año siguiente, aunque con un detalle curioso: “Llegué al Ciclón como mediocampista y fue Rogelio Domínguez, el entrenador, quien me colocó como puntero derecho, posición a la que me costó muchísimo adaptarme y los hinchas querían que me volviese a Santa Fe (risas). En el ’72 llegó Juan Carlos Lorenzo y con él anduve cada vez mejor. Tenía un esquema mas europeo, lo que sumado a su viveza natural y al plantel que había, ganamos los dos campeonatos del año, aunque el Nacional no lo jugué porque me fracture la tibia en agosto y me dejó casi un año parado”.

"Llegué al Ciclón como mediocampista y fue Rogelio Domínguez, el entrenador, quien me colocó como puntero derecho" (Foto: San Lorenzo Oficial)
"Llegué al Ciclón como mediocampista y fue Rogelio Domínguez, el entrenador, quien me colocó como puntero derecho" (Foto: San Lorenzo Oficial)

La lesión lo privó de la disputa de la Copa Libertadores de 1973, pero Scotta volvió con la energía renovada. En el banco, para el ’74, ya había otro entrenador, que al igual que con el Toto, los llevaría a la vuelta olímpica: “Osvaldo Zubeldía era una gran persona, un técnico muy bueno y nada que ver con lo que se hablaba de las cosas que hacía Estudiantes cuando él lo dirigía. Salimos campeones del Nacional contra Ferro en la cancha de Velez y fue inolvidable por la alegría de la gente. En ese torneo anduvimos muy bien con Oscar Ortiz, con quien nos conocíamos de memoria, porque él aprovechaba la velocidad cortita que tenía para ganar el fondo y tirar el centro, entonces yo me preparaba en el área y definía. Siempre le reconocí la ayuda que me dio para conseguir el récord”.

La figura de Scotta, con la particular camiseta con botones de San Lorenzo, desbordaba las portadas de las publicaciones deportivas, donde se rememoraban tanto sus goles, como sus orígenes o su vida familiar. Era la figura del fútbol local. Y allí llegó el lógico llamado para la Selección, aunque las cosas no tuvieron el clásico aroma idilio de estos casos: “El señor Menotti no me quería (risas), esa es la verdad. Disputábamos el puesto con René Houseman, un jugador excepcional. Los dos primeros partidos del año eran con Paraguay de visitantes y con Brasil como locales. En Asunción compartimos la habitación con René que me dijo: ‘Gringo, César me comentó que vos vas a jugar acá y yo allá'. El tema es que ganamos 3-2 y, como metí los tres goles, no me pudo sacar (risas). Soy un convencido de que Menotti no solo no me quería a mí, sino a ningún futbolista de San Lorenzo”.

Los dos partidos que menciona Scotta fueron a fines de febrero de 1976, cuando el clima social y político en Argentina ya comenzaba a ponerse complicado en las vísperas del golpe del 24 de marzo, que encontró a la Selección en medio de una histórica gira por Europa del Este: “Recuerdo que estábamos cenando y vinieron Menotti y el presidente de la delegación para contarnos que había habido un golpe miliar y que Videla había afirmado que la Selección debía seguir su curso. Sinceramente, estábamos todos asustados. Ese día enfrentamos a Polonia y tuve la suerte de hacer un lindo gol tras una asistencia de Leopoldo Luque, pero no tuve ni tiempo de festejar, porque automáticamente me reemplazó por Houseman, que hizo el segundo y ganamos 2-1. La última estación de la gira fue contra el Sevilla y los directivos de ese club hablaron con René, pero él no quería saber nada de irse del país, entonces se contactaron conmigo y poco tiempo después se hizo el pase”.

Esa transferencia cambió su vida, porque hasta el día de hoy es reconocido e idolatrado por los simpatizantes del cuadro español, que han pasado su leyenda de generación en generación: “Fue algo hermoso. En ese tiempo acá en Argentina no cobrábamos lo que perciben los futbolistas ahora e ir al exterior era muy importante. Cada vez que voy me reciben de la mejor manera, incluso viven allá mi hija y mi nieto de 19 años (Valentino Fattore), que es jugador formado en las inferiores del club”.

Fueron cuatro temporadas donde los andaluces deliraron con la potencia y los goles del Gringo, en tiempos donde en la liga española descollaban figuras de la talla de Johan Cruyff o Mario Alberto Kempes. A mediados de 1980 fue el tiempo del retorno a Argentina, con la verde esperanza de la camiseta de Ferro Carril Oeste, pero sin continuidad dentro del cuadro inolvidable que ya estaba horneando Carlos Timoteo Griguol. En el comienzo de 1981 llegó el llamado de San Lorenzo y allí fue Scotta, sin poder imaginar ni en la peor de las pesadillas lo que le esperaba con esa casaca donde había sido tan feliz.

“Tenía una gran ilusión cuando los dirigentes me vinieron a buscar y ahí sufrí un dolor inmenso con el hecho de habernos ido al descenso. Había un plantel de buenos jugadores, pero no nos fue bien. Arrancó Victorio Cocco como entrenador, pero su tuvo que ir por los magros resultados y faltando 10 partidos agarró el Toto Lorenzo, remontamos un poco, pero no llegamos… Nunca le encontré una explicación a algo tan feo, con decirte que el día que nos fuimos a la B, volví a mi casa llorando… (Se nota su emoción en la charla)”.

La sinceridad del Gringo, siempre presente, como cuando le adjudica a un malentendido con los dirigentes el no haber estado con la piel azulgrana en el complejo trance de los sábados del ’82, cuando él había manifestado su deseo de quedarse. Seis meses sin jugar en forma oficial y de pronto, en las horas en que cerraba el libro de pases, días después de la consagración de Italia en España, una nueva sorpresa.

“Firmé a último momento para Boca, donde estaba Carmelo Faraone como técnico. Si no lo hacía, me queda un año entero sin jugar y creo que me retiraba. Nunca hice contrato en el club y jugué por los premios, algo que parece increíble. Fueron pocos partidos, pero con algunos goles que son recordados, como el empate contra Central en Rosario sobre la hora la tarde de mi debut o el cabezazo para ganarle al Estudiantes de Bilardo, que iba a ser el campeón, 1-0 en la Bombonera”.

En febrero de 1983 pasó a Deportivo Armenio, inaugurando la que sería su última, pero no por ello menos fructífera etapa de su carrera, vinculada al fútbol de ascenso. Goles y más goles, con la esa desmesurada potencia, que era su marca registrada y que no minaba con los años. Las transmisiones radiales de los sábados renovaban el “gol de Scotta” que brotó con las camisetas de All Boys, Nueva Chicago, Villa Dálmine, San Miguel y Estudiantes de Caseros, donde llegó el final del cuento y las redes descansaron de los Scottazos.

No tenía asumido el retiro y fue una época difícil, donde la pasé muy mal, con una gran depresión. Me la pasaba fumando y casi no comía. A la noche no podía dormir y me iba a la guardia. Fui tantas veces, que una vez el médico me dijo: ‘¿Otra vez por acá Gringo? Volvete a tu casa y dormí (risas)’. Me dio una mano grande haber conocido en Boca al doctor Raúl Madero que me habló claro y bien: ‘Pensá que tenés que dejar el fútbol, porque a mí me pasó'. Mi familia y mis amigos me ayudaron a empezar a salir a la calle y así se me fue pasando”.

El goleador que habitará por siempre en Scotta no descansa jamás: “Cuando voy a la cancha a ver a San Lorenzo, me dan unas ganas tremendas de entrar y supongo que si estuviera ahí adentro, seguro la metería”. Es un pensamiento del Gringo, que recorre las venas azulgranas de los hinchas, que en esos partidos donde a veces las cosas no se le dan al Ciclón, lo miran en la platea y Héctor les devuelve un guiño, festejado como cada uno de los 60 goles del ’75 que lo instalaron en leyenda eterna.

Los goles de Scotta en San Lorenzo

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