El regreso de los arcade: esa forma de la nostalgia

Una nueva tendencia se expande en Buenos Aires: los bares de arcade, las máquinas de videojuegos populares en los 70 y 80. Por qué volvemos a ellos en tiempos de internet y conectividad global. Por Joaquín Sánchez Mariño.

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El bar El Destello, en pleno Palermo, un bar de cerveza y fichines. Fernando Calzada/DEF.
El bar El Destello, en pleno Palermo, un bar de cerveza y fichines. Fernando Calzada/DEF.

Primero es la oscuridad, la sensación de entrar a un lugar oscuro. Después, de pronto, el destello, las fuentes de luz que se encienden, múltiples, impredecibles, como los ojos rojos de Terminator o el rayo que hace desaparecer al DeLorean. Ahí están, una máquina al lado de la otra. Máquinas que en este caso podrían describirse así: cajas semirrectangulares de madera con palancas de plástico y pantalla luminosa dentro –una especie de televisor de tubo recostado hacia atrás– y un vidrio protector.

Para los nacidos del 90 hacia acá, son una cosa rara y antigua. Las vieron tal vez en las películas o en uno de los capítulos de Black Mirror: "San Junípero", que trata de una suerte de parque de diversiones para esquivar la muerte. Para otros, los nacidos del 60 para allá, son más bien una cosa modernosa, algo que vieron nacer en los 70 sin entender qué era. Una forma de futuro que recogen del pasado. Y para otros, congéneres de este cronista, los que quedamos encerrados en la cárcel mental de las décadas del 70, 80 y 90, las máquinas de arcade son la imagen de la infancia, de la adolescencia, de los fines de semana de superacción y fichines.

Y ahora, como todo lo bueno vuelve, volvieron. En Buenos Aires, hay al menos dos bares de arcade. El primero en surgir fue el Arcade Club Social, un club oscuro escondido en Villa Crespo, sobre Serrano a una cuadra de la calle Warnes. Surgió como un pequeño secreto y se puso de moda entre los chicos durante 2017. Fue entonces una suerte de club cerrado. Había que inscribirse, tramitar un carnet y ganarse la membresía. Después, fue abierto a todo el mundo.

La tendencia escaló y, en abril, de este año apareció El Destello, en pleno Palermo, un bar de cerveza y fichines. Lo crearon cuatro socios, Esteban, entre ellos. "Trabajamos durante un año en la idea, buscando las máquinas, afinando el proyecto. Fue una combinación de factores: uno venía del palo de la música, otro de la cerveza, otro de los videojuegos… y dijimos: "Bueno, sumemos todo", comenta.

En la barra del bar, E.T. apela a la nostalgia de una generación. Fernando Calzada/DEF.
En la barra del bar, E.T. apela a la nostalgia de una generación. Fernando Calzada/DEF.

En El Destello, no solo se toma cerveza, se come y se juega en las máquinas, sino que también se organizan eventos con temáticas que de un modo u otro homenajean a otra época. En la barra, tienen un muñeco de E. T. al que suelen vestir con remeras de otros elementos retro. Un E. T. con un remera de las Tortugas Ninja, el mismo E. T. vestido de Los Simpsons, E. T. con una imagen de Volver al futuro.

"Hagamos un lugar retrofuturista, pensamos, mezclando en un solo lugar lo que viene del pasado y lo que va a venir en el futuro. Y armamos esto. Y cuando vimos el primer capítulo de la segunda temporada de Stranger Things, que empieza en un arcade, dijimos, bueno, sí, viene por acá", cuenta Esteban.

Para él, la cara de los clientes es en parte lo mejor de su trabajo. Verles el gesto en transformación, la sorpresa, esa forma de emoción de cuando el hombre se encuentra con su gran amor o con su tierra perdida. La encarnación de eso que decía Rilke: "La patria de un hombre es la infancia".

Filosofía de la nostalgia

Tomás Balmaceda es periodista, filósofo, amante de la cultura pop pero, ante todo, un pibe retro. Es autor de Los 90. La década que amamos odiar, un libro en el que rescata y examina el porqué de aquellas cosas que extrañamos de esos años.

Todo lo que sucede en la realidad suele tener un discurso que lo avale. ¿Cuál es el de estos bares? ¿Qué es lo que está detrás en nuestros cerebros mientras recordamos? O más sencillo aún: ¿por qué nos seducen tanto las cosas que fueron parte de nuestra vida y un día vuelven? "La nostalgia es una fuerza muy poderosa", dice Balmaceda. Y sigue: "Nos gustan los dibujos animados y las películas que veíamos de chicos porque nos recuerdan un mundo más sencillo, sin complicaciones, en donde podíamos ser más libres. Creo que eso explica por qué la estética de los 80, por ejemplo, pasó de ser odiada a copiada o por qué nos gusta volver a jugar al Mortal Kombat, incluso sabiendo que hoy contamos con videojuegos superiores".

-¿A qué atribuís la aparición de estos bares?
-El fenómeno del retrogaming incluye a muchos actores y fenómenos, que exceden a los bares. Nintendo, por ejemplo, lanzó y agotó en horas versiones de sus consolas clásicas en formato mini, y PlayStation 4 tuvo, entre sus títulos más vendidos, una reedición de Pac-Man. Sin dudas, los primeros títulos, sencillos y muy adictivos, siguen siendo atractivos para muchas personas, incluso en tiempos de juegos inmersivos, en VR o con narraciones cinematográficas. A diferencia de lo que sucede hoy –cuando "compartir" un juego es hacerlo online, como en Fortnite, con personas en todas partes del mundo– los viejos fichines eran sociales en un sentido analógico: nos juntábamos físicamente en los locales a jugar y ver jugar a otros. Creo que estos bares rescatan esta experiencia y la actualizan.

-¿Qué te obsesiona más: saber cómo serán las cosas en el futuro o cómo fueron en el pasado?
-¡El futuro! Pero futuro y pasado están conectados: hoy son realidad inventos y creaciones que en el pasado leíamos en cuentos de ciencia ficción o en películas, como el tricorder de Star Trek que eran protosmartphones o pantallas táctiles. No todo lo que se soñó en los 60 y 70 existe hoy, pero no hay dudas de que moldeó lo que tenemos.

Lo favorito

El 21 de mayo de 1980 llegó al mundo de los videojuegos un producto japonés que se convirtió en un hito. Vendió, en su apogeo, casi 300.000 máquinas de arcade y entró en el record Guinnes como el videojuego más exitoso de todos los tiempos. Se llamó Pac-Man, y todos lo conocen. Un bicho blanco va comiendo pelotitas mientras intenta que los fantasmas no lo acorralen ni coman. Sencillo como un golpe de viento, efectivo como apostar al dólar. Se volvió parte del pasado de todos nosotros. Quizás no el predilecto, pero sí el más recordado.

En 1986, surgió un juego que se convirtió para muchos en su favorito. Desarrollado por Escape y distribuido por Sega, el Wonder Boy trataba de un chico que, a la inversa de nosotros, corría siempre en marcha hacia adelante, esquivando obstáculos, matando enemigos a martillazos o saltando entre nubes en su patineta. ¿Qué era lo especial de este chico rubio arrojado a la aventura? Difícil saberlo. En principio, la complejidad creciente de los escenarios generaba algo adictivo. Había que recordar de memoria cada obstáculo para llegar al final; cuanto más se practicaba, más se aprendía.

A contramano de la expansión de la vida online, los bares de arcade proponen una experiencia lúdica pero cara a cara. Foto: Fernando Calzada/DEF.
A contramano de la expansión de la vida online, los bares de arcade proponen una experiencia lúdica pero cara a cara. Foto: Fernando Calzada/DEF.

Tuvo varias versiones. La última: Monster World IV, del 94, fue la última aventura del chico maravilla, que ahora vuelve a brillar en los bares arcade. "No sé por qué, pero es uno de los favoritos. También te das cuenta cuando viene alguien que lo jugó, se pasan mucho rato pasando de niveles. Tiene algo ese juego", explica Esteban.

Otro de los preferidos –de ayer y hoy– es el Street Fighter, un juego de lucha callejera creado por Capcom, una empresa japonesa que lideró gran parte de la industria del arcade. Apareció por primera vez en 1987. Sus personajes se volvieron míticos: el japonés Ryu (siempre vestido de blanco, algo así como el protagonista del juego, famoso por su tiro a distancia: "ayuken"), el yankee Ken (un rubio canchero vestido de rojo), el brasilero Blanka (una especie de increíble Hulk encorvado), el español Vega (mezcla del Jason de Martes 13 con Freedy Mercury y el joven manos de tijera).

Es también de los que más se juega en los nuevos bares de arcade. Paradójicamente, un juego ideal para profundizar un vínculo, matándote a trompadas a través de la pantalla. El completo opuesto a lo que pasa con el Fortnite. ¿Qué es el Fornite? El juego del momento: se juega online, tiene millones de usuarios en el mundo, y básicamente se trata de sobrevivir en una isla en la que se cae en paracaídas y hay que matar a todos lo que aparecen por ahí. Y todos los que aparecen por ahí, para mayor diferencia con los arcade, pueden estar en cualquier parte del mundo jugando con o contra vos. En los arcade, no. En los arcade, la cara del triunfo y la derrota aparecen de manera inmediata en nuestro contrincante. Es un triunfo o una derrota humana, nunca digital.

"No me gusta el San Bernardo. Me parece que son todos hippies que se hacen los nostálgicos como si fuese un filtro de Instagram", dice Lucila. El San Bernardo es un bar de la avenida Corrientes en el que la propia desidia de su decoración lo hace parecer retro. Tiene mesas de pool y ping pong, y es famoso en el ambiente del cine o el teatro. A Lucila, en cambio, sí le gustan los bares de arcade. No porque no parezcan hechos para Instagram sino porque la nostalgia que evoca es de algún modo más auténtica.

"Hay algo de la nostalgia de los bares, la noche y el amor. Y creo que la combinación de bar y noche ayudan a superar la falta de amor. La nostalgia, creo yo, no es más que eso que aparece cuando falta el amor", dice Lucila, con la mirada perdida en la luz verde de un juego de zombies.

Miranda es más chica que Lucila. Nació en el 98, en un mundo que ya no se juntaba alrededor de un flipper. Empezó a ir a estos bares como plan social, no a El Destello sino al Arcade Club Social. Para ella, no es un juego en particular ni la melancolía. ¿Qué podría extrañar de aquello que ya se había ido cuando ella nació? Para Miranda, es un buen lugar para charlar con amigos y divertirse sin mediar pensamientos.

"Nunca fui tan profundo en el por qué. Seguramente, tiene que ver con que ahora atrae mucho lo que fueron las tendencias pasadas y todo lo que fue famoso en algún momento… Eso seguro influyó, pero no lo había analizado. No sé. Pero creo que se convirtió finalmente en un punto de encuentro para todos los que estamos en Instagram y nos podemos ver ahí, en el Arcade", explica. Y Esteban, desde El Destello, sin saberlo coincide. Cuenta que la práctica habitual entre los chicos más jóvenes que se acercan es jugar unos pocos minutos, hacerse una foto para Instagram y después seguir.

¿Pero no es Instagram, también, un lugar donde se vive una vida que no es propia? No es muy distinto a aquello que, con maestría, captura Woody Allen en Medianoche en París. Un escritor medianamente mediocre tiene la fortuna de salir a pasear por la capital francesa y, en un golpe de magia, aparece en la década del 20. A partir de entonces, cada noche volverá a ese tiempo, a charlar con Hemingway, con Picasso, Dalí… Es el hombre al que se le cumple la fantasía, el que hace con su nostalgia una forma de presente. Pero más tarde que temprano (¿o más temprano que tarde?), descubre que vive una paradoja. Los santos locos del 20 sueñan con el siglo anterior que no vivieron, y los del siglo anterior con el otro.

La mecánica, a fin de cuentas, es simple: iremos siempre detrás de esa paradoja, hacia el futuro inevitablemente, pensando siempre en lo pasado. O más bien eso que escribió Scott Fitzgerald en un tiempo mejor al nuestro: seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado.

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*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N.123