
La publicación de Sobre Dios. Pensar con Simone Weil, escrita por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, propone un acercamiento novedoso a la espiritualidad y a la experiencia religiosa en una época marcada por el ruido, la hiperproductividad y el vacío existencial. El libro no toma a Weil como objeto de estudio, sino como interlocutora e inspiración para pensar la trascendencia más allá de las fronteras tradicionales de la religión.
A través de siete conceptos fundamentales —atención, descreación, vacío, belleza, dolor, silencio e inactividad—, Han invita a revisar, como él mismo sostiene, “la posibilidad de lo sagrado en una era sin dioses”, desafiando la lógica dominante del rendimiento y del consumo.
La lectura de Han exige considerar el contexto en el que ambos pensadores se sitúan. Según lo apunta el propio autor en declaraciones recogidas en la obra, la situación actual se caracteriza por un “régimen dictatorial neoliberal” en el que los individuos han quedado atrapados en un “ruidoso mercado” que transforma la comunicación en espectáculo, expande la agresividad a través de las redes sociales y abandona toda ética en el ámbito democrático, profundizando la brecha entre ricos y pobres. Este análisis, busca relanzar la pregunta por lo espiritual y lo sagrado más allá del colapso de las instituciones religiosas y la saturación de información.
El libro abre su reflexión con el concepto de la atención, que Weil vinculaba a la oración más profunda. Han contrapone este ideal al auge del mindfulness, al que define como “la espiritualidad del régimen neoliberal”, pues “pone la espiritualidad al servicio de la producción y el rendimiento”.

Según el pensador surcoreano, incluso la interioridad ha sido colonizada, y el ruido permanente ha vaciado el silencio de su poder transformador. Al adentrarse en la descreación, rescata la máxima de Weil en La gravedad y la gracia: “Dios renunció a serlo, para que existiese lo que no es Él”.
Han interpreta este gesto teológico como una vía para liberarse del ego, y señala que la descreación, entendida como renuncia, adquiere sentido político y espiritual en un mundo obsesionado con la visibilidad y la autoafirmación.
El ensayo alterna referencias a figuras de la filosofía occidental —Sócrates, Platón, Kant, Agamben, Foucault, Steiner, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, Kafka, Lévinas, Adorno y Benjamin—, que enriquecen el diálogo entre Han y Weil.
La obra explora la crisis de la religión y del espíritu, que, según el autor, se debe a causas profundas y estructurales: la pérdida del silencio, la erosión de la atención y la cacofonía mediática. Han sintetiza el diagnóstico en una afirmación potente: “No es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba”.
En este escenario, la propuesta de Weil y Han desconoce la vigencia de los atributos clásicos de la divinidad como omnipotencia o omnisciencia, y ubica la manifestación de lo sagrado en la experiencia del vacío, la desnudez, el dolor y la belleza: “La belleza es la sonrisa de la materia”, sostiene Weil, quien considera que la contemplación estética es, por sí misma, “una prueba de Dios”.
El filósofo surcoreano retoma esta perspectiva para proponer la contemplación del mundo sin voluntad de posesión, como un gesto de libertad y vaciamiento que permite la irrupción de lo trascendente.

En el plano humano, Han destaca la “amistad profunda del alma” que siente hacia la autora francesa, a quien describe como filósofa, mística e intelectual compasiva con los más vulnerables. El libro explora la conexión entre la fascinación de Han por Weil y el anhelo de hallar una trascendencia que libere de la vida reducida a supervivencia y consumo.
Finalmente, la voz de Simone Weil, recogida en una carta al padre Joseph Perrin, resuena en la obra al confesar el dolor de pensar que sus reflexiones “están condenadas a muerte por el contagio de mi insuficiencia y de mi miseria”. El progresivo reconocimiento de su pensamiento, destacado incluso por Albert Camus, quien la calificó como “el único espíritu libre de nuestro tiempo”, confirma el eco de su legado. A través del diálogo entre Weil y Han, Sobre Dios se presenta como una lección de filosofía de la religión que interpela la actualidad, y que, en palabras de José Saramago, permite concebir que “Dios es el gran silencio del universo y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio”.
Hacia el final del texto, Han retoma la escena íntima de Weil arrodillada en una capilla de Asís. Esa imagen sirve como punto de partida para la meditación sobre el vacío y el silencio: para el filósofo, “la gracia desciende solo sobre los lugares vacíos”, una afirmación que plantea el vacío no como carencia, sino como oportunidad para la escucha y la plenitud.
Es aquí donde Han desarrolla uno de los ejes del libro, al considerar que “toda actividad que no albergue en su corazón un silencio contemplativo se asemeja a la esclavitud. Es el silencio lo que espiritualiza la acción humana; calma la actividad hasta convertirla en inactividad”. Así, el ensayo apela a recuperar el sentido de la inactividad contemplativa frente a las presiones de la eficiencia contemporánea.
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