El director italiano Paolo Sorrentino espera que su última película, que se estrenó en la apertura del Festival de Venecia, llame la atención sobre el controvertido tema de la eutanasia, al tiempo que anime a quienes están en el poder a rechazar la necesidad de certeza y a abrazar la duda.
La Grazia, sobre un presidente italiano que lucha con la indecisión de si firmar o no una ley de eutanasia, es la más reciente obra del director nacido en Nápoles, conocido por el público global por La gran belleza, ganadora del Óscar a la mejor película extranjera en 2014.
“Detenerse en la duda y luego permitir que esa duda madure en una decisión es algo cada vez más raro”, dijo Sorrentino a los periodistas, horas antes de que su película inaugurara el Festival de Cine de Venecia. “Quise retratar a un político que encarna una idea elevada de la política, como creo que debería ser y como con demasiada frecuencia no es”, añadió, señalando que hoy en día demasiados están en una “búsqueda constante de certeza”.
La undécima obra de Sorrentino es el segundo filme sobre eutanasia que se presenta en Venecia desde el año pasado, cuando el director español Pedro Almodóvar ganó el codiciado León de Oro por La habitación de al lado.
Pero La Grazia está a años luz en tono y alcance, utilizando el tema de la eutanasia para explorar el autoexamen de un hombre que se acerca al final de su vida y carrera. Aun así, al ser preguntado en una rueda de prensa si esperaba que la película pudiera influir en el debate sobre la eutanasia, Sorrentino respondió: “Creo que el cine puede intentarlo. Solo puedo esperar que una película, en este caso la mía, pueda volver a centrar la atención en un tema que doy por sentado pero que es fundamental, el de la eutanasia. Así que eso espero”.
Consecuencias morales
Parte historia de amor, parte drama legal, parte provocación a la élite política italiana, la película de Paolo Sorrentino trata sobre encontrar el valor para actuar a pesar de la incertidumbre.
Un presidente ficticio de la actualidad, Mariano de Santis (interpretado por el actor fetiche de Sorrentino, Toni Servillo), está a meses de terminar su mandato presidencial, pero bajo la presión de su hija abogada (Anna Ferzetti) para firmar una ley de final de vida que legalizaría la eutanasia. Aunque el viudo católico, mesurado y reflexivo, ha sofocado muchas crisis políticas en el pasado, se ve paralizado por su incapacidad para tomar una decisión tanto sobre la ley de eutanasia como sobre dos solicitudes de indulto a favor de asesinos condenados que están cargadas de consecuencias morales.
“Durante años he pensado que los dilemas morales son un formidable motor narrativo, más que cualquier otra herramienta narrativa que suele usarse en el cine”, dijo Sorrentino. “De ahí surgió la idea de centrar la película en un presidente de la república”. La indecisión de De Santis se alimenta de demonios del pasado relacionados con su esposa fallecida, la historia de amor que se entreteje a lo largo de la película y que le da su base emocional.
La Grazia es de gran actualidad, tanto política como socialmente, en la Italia católica, donde no existe una ley nacional sobre el derecho a morir, pero sí un acalorado debate a nivel regional sobre la legalización del suicidio médicamente asistido.
Los cinéfilos en Italia también notarán evidentes ecos de los actuales habitantes del Palacio del Quirinal, la residencia presidencial del país: el presidente italiano Sergio Mattarella, viudo, y su hija Laura, abogada, quien es una compañera constante de su padre. A pesar de la seriedad del tema, la película está salpicada de deliciosos toques surrealistas y cameos peculiares que son una marca registrada de Sorrentino.
La película también evoca en ocasiones momentos famosos de La gran belleza, como Servillo mirando fijamente a la cámara al inicio del filme, o la banda sonora vibrante de rap y techno.
Fuente: AFP
[Fotos: REUTERS/Yara Nardi]
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