
Lady Jane Grey, conocida como la “Reina de los nueve días”, es una de las figuras más trágicas de la historia inglesa. Nacida en 1537, fue una joven brillante y culta, educada en un ambiente de alto nivel intelectual, donde se destacó por su dominio de los idiomas y su piedad protestante.
Estudios publicados en Oxford Academic indican que Jane recibió una formación humanista poco común para una mujer del período Tudor. Educada por el erudito protestante John Aylmer, aprendió latín, griego, hebreo e italiano. Además, mantenía correspondencia teológica con figuras como Heinrich Bullinger, lo que refuerza su perfil como joven intelectualmente destacada en una corte polarizada por tensiones religiosas.
A los 16 años, Lady Jane fue proclamada reina de Inglaterra, pero su reinado duró solo nueve días, entre el 10 y el 19 de julio de 1553. La joven fue manipulada por las ambiciones políticas de su familia y otros actores de la corte, y a pesar de su inteligencia y carácter, se vio atrapada en una lucha dinástica que terminó con su ejecución.
Todo comenzó con la muerte de Enrique VIII en 1547, que dejó el trono a su hijo Eduardo VI, un joven que asumió el poder a tan solo nueve años. Cuando Eduardo enfermó gravemente en 1553, su consejo de regencia, bajo la dirección de figuras como el duque de Northumberland, alteró la línea de sucesión para asegurarse de que un protestante ocupara el trono, excluyendo a la católica María Tudor.

En lugar de permitir que María, hija de Enrique VIII, heredara la corona, Eduardo VI nombró a su prima Lady Jane como sucesora. Esta decisión, sin embargo, desató una serie de conflictos dinásticos, ya que la proclamación de Jane como reina fue rechazada por gran parte del pueblo, que seguía siendo leal a María.
Investigaciones como las recopiladas en Mid-Tudor Queenship and Memory sostienen que Jane fue presentada como una candidata protestante dócil y manipulable, útil para los intereses del duque de Northumberland, pero incapaz de articular un proyecto propio. Su acceso al trono fue técnicamente irregular y políticamente inviable, dada la legitimidad dinástica de María, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón.
La resistencia popular, sumada a la falta de apoyo militar y político de Jane, hizo que su reinado fuera efímero. Apenas nueve días después de ser proclamada reina, María Tudor tomó el control, y Lady Jane fue arrestada y encarcelada en la Torre de Londres. A pesar de que intentó salvar su vida a través de cartas de súplica, su destino ya estaba sellado.
En febrero de 1554, fue condenada a muerte por traición y ejecutada junto a su esposo Guildford Dudley. La figura de Lady Jane Grey quedó grabada en la historia como una víctima de las intrigas políticas, cuya corta vida fue trágicamente marcada por el deseo de poder de los hombres que la rodearon.

Académicos como Eric Ives y Helen Castor han debatido si Jane debe interpretarse como mártir religiosa, peón político o figura de transición en la política sucesoria inglesa. Para Ives, su papel como mártir protestante fue acentuado por la propaganda elisabetana posterior, que buscaba legitimar la ruptura con Roma exaltando figuras trágicas asociadas a la Reforma.
La ejecución de Lady Jane Grey: el retrato de Paul Delaroche
En 1833, el pintor francés Paul Delaroche creó una de las representaciones más conmovedoras de la ejecución de Lady Jane Grey. Su obra, titulada The Execution of Lady Jane Grey (La ejecución de Lady Jane Grey), se considera un ejemplo destacado del Romanticismo, un estilo artístico que buscaba capturar los momentos más dramáticos y emocionales de la historia humana.
La pintura, que actualmente se exhibe en la National Gallery de Londres, no solo es una obra maestra de la técnica pictórica, sino también un potente análisis de la vulnerabilidad y el sufrimiento humano en un contexto de poder político.
Según los archivos curatoriales de la National Gallery, Delaroche trabajó sobre descripciones históricas del juicio y ejecución de Jane, pero intencionalmente introdujo elementos teatrales para reforzar la emoción del momento. El uso del blanco impoluto en el vestido de Jane, la iluminación lateral y la expresión compasiva del verdugo forman parte de una construcción simbólica de inocencia y martirio.

En la escena, Lady Jane aparece de pie, su rostro marcado por la angustia y la incertidumbre, mientras extiende los brazos para intentar encontrar el bloque sobre el que debe ser decapitada. La tensión emocional en su rostro es palpable, y su postura refleja la fragilidad de una joven que, pese a su rango de reina, se ve completamente impotente ante su destino.
Estudios en historia del arte —como los de Stephen Bann y John House— coinciden en que la pintura funciona más como una alegoría moral que como una reconstrucción histórica. La teatralidad de la composición, inspirada en el escenario operístico, otorga a Jane el aura de heroína trágica más que la de figura política específica.
El hecho de que la joven se encuentre con los ojos vendados, incapaz de encontrar el bloque sin ayuda, aumenta la sensación de desorientación y desesperación que el artista quiso transmitir.
La figura de Lady Jane es casi etérea, vestida con un corpiño y una falda blanca inmaculada, lo que contrasta fuertemente con la tragedia que está a punto de ocurrir. Los pliegues del vestido, pintados con minuciosidad, parecen irradiar una luz propia, una estrategia del pintor para enfatizar la pureza y la inocencia de la joven, lo que intensifica el drama de la escena.

A la derecha de la pintura, Delaroche coloca al verdugo, un hombre sombrío que sostiene el hacha con una mano. Su rostro, cabizbajo y serio, refleja una mezcla de resignación y compasión hacia la condenada.
Incluso se dice que, según relatos históricos, ese hombre se disculpó con Lady Jane antes de proceder con la ejecución, un detalle que Delaroche incorpora con sutileza en su pintura.
A la izquierda, se encuentran las dos damas de compañía de Lady Jane, cuyas reacciones ante el inminente desenlace son visiblemente dramáticas. Una de ellas cayó al suelo, aparentemente desmayada por la tensión de la escena, mientras que la otra se muestra de espaldas, con los brazos levantados y el rostro cubierto, incapaz de presenciar la ejecución.
Estas figuras ayudan a transmitir el tono sombrío y angustioso de la obra, subrayando el impacto emocional que esta ejecución tuvo no solo en la joven reina, sino también en aquellos que la rodeaban.
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