
La chica de la lámpara es la primera obra de teatro que escribí. Le tengo muchísimo cariño. Brotó de mi, por varios motivos y circunstancias. Siempre había querido ser artista, dedicarme a las artes escénicas, pero nunca me había planteado que podía ser algo más que una actriz. En ese momento, en que empecé a estudiar, nunca me había planteado que como mujer podía tener un grado de poder o de liderazgo dentro de las artes escénicas. En ese entonces, tuve la posibilidad en Barcelona de ver una versión de Las tres hermanas de Chejov, dirigida por Daniel Veronese. Tenía un nombre largo, que no recuerdo.
En esa versión se cambiaban todos los géneros, las tres hermanas eran tres hermanos, todas las mujeres hacían los papeles masculinos y los hombres hacían los papeles femeninos. Y por primera vez, yo en un personaje femenino, que era la coronel, me sentí identificada. Sentí un gran shock, nunca me había sentido identificada con los personajes femeninos en el teatro.
La chica de la lámpara encuentra su impulso a partir de una cena social con amigos. Por esos años estaba en pareja. Eran gente que no se dedicaban a las artes. Recuerdo que manifesté que quedarme embarazada me daba un poco de miedo, porque sentía que tenía que parar mi carrera un año, ya que solamente me dedicaba a ser actriz. Entonces, allí se hizo un debate sobre si mi decisión de parar mi carrera era ser una persona egoísta, o no.
Y me vi envuelta en que diez personas estaban opinando sobre mi vida, sobre mi maternidad, sobre mi manera de ver mi carrera laboral. Me di cuenta que muchas veces hablamos de feminismo, pero cuando viene la maternidad, se acaban esas palabras. Cuando la maternidad te atraviesa, toda la sociedad se permite el lujo de opinar sobre tu vida y sobre tus decisiones. Entonces me di cuenta que la maternidad, es como si fuera un “trofeo de todos”, olvidándose muchas veces de la madre. Entonces, desde esa rabia tan absoluta, de esa cena, de esa baja autoestima, escribí la pieza.

También influyó en la escritura otra conversación con mi pareja de entonces, quién quería hacer una instalación como la que se cuenta en la obra. Una chica que fuera una lámpara, un objeto. Les parecía una idea muy graciosa, yo le intentaba hacer ver que eso era denigrante y que no podía ser considerado una obra de arte. Entonces, me surgieron muchas preguntas. ¿Qué es una obra de arte? Una obra de arte, ¿puede ser solo una provocación? Gestar, ¿es una obra de arte? ¿Mi carrera, mis decisiones? Entonces, ambienté la acción de la obra en una galería de arte, porque mi madre se dedica al arte pictórico y me parecía que era una propuesta interesante alejarla del teatro, para que no acabara volviéndose endogámico. Creo que la maternidad nos atraviesa a todas las personas, incluso si no se puede ser madre, incluso si no se quiere ser madre, nos atraviesa a todas las mujeres, porque es un patrimonio de todo ser viviente.
De estas situaciones, sensaciones, reflexiones y vivencias, nació esta obra.
Actualmente estoy queriendo ser madre y estoy teniendo problemas de infertilidad, e incluso ahora se me está diciendo lo que tengo que hacer y lo que no.

En mi obra, quise hablar de la autonomía de las mujeres, dentro de todas sus decisiones, y también hablar de esas madres que no ven el embarazo como la panacea. Realmente hay mucho mercado y mucho marketing detrás de la maternidad y del embarazo. Creo que muchas veces ese marketing es para endulzar una realidad muy dura. Ahora mismo estoy rodeada de amigas que están embarazadas y te cuentan que sus embarazos son duros, no son color de rosa.
También veo una infantilización de las mujeres en el embarazo. De golpe, quienes son representadas en la ficción son mujeres con vestidos color pastel. Y me parecía importante también hablar de estas madres, y la verdad, fue un acto de honestidad con todos mis miedos y con todo mi temor al rechazo. Como no había estado embarazada ni aún lo estoy, hablé con varias mujeres, y hay cinco testimonios en esta obra donde se habla de todo esto. Yo me sentía muy culpable al escribir esta obra, porque me decía: “eres un monstruo, nadie opina estas cosas”.
Ya había escrito un trozo de la obra que dice: “ojalá se muera mi hijo, es lo único que deseo”. Y me sentía muy mal como persona, hasta que llegó a mí, casi por intuición, de que sí había madres que se arrepentían de serlo. Llegó a mí el libro Madres arrepentidas, de Orna Dorath, y su llegada fue un regalo para mí. Encontrar ese libro y leer esos testimonios tan desgarradores, me hizo decir: “me he quedado corta con la realidad”. La chica de la lámpara, pensé entonces en ese momento, tenía que ser una obra que diera voz a esas madres arrepentidas, a esas madres que se han sentido manipuladas, infantilizadas, y que les habían vendido un sueño que no era.
* “La chica de la lámpara” se pone en escena los sábados a las 22.15 horas en El excéntrico de la 18 (Lerma 420, Villa Crespo, CABA).
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