
Gaby Grobo concibe su obra en un viaje interior. En sus pinturas confluyen sentimientos, historias y recuerdos a través de capas superpuestas que son realizadas con una materia espesa en las que condensa sus vivencias. Y no se trata de representar —aunque en ocasiones deje ver sutiles arboledas u horizontes— ni de poner en evidencia cuestiones simbólicas, sino de buscar las maneras de hablar de lo más íntimo a través del arte. Es el cruce entre un expresionismo que sale de lo más profundo con la conciencia de estar comunicándolo.
Esa búsqueda la lleva a hacer procesos alquímicos, incorporando otros elementos a los pigmentos, como la tierra que se constituye en sustancia y en tema, se acumula y habla de un lugar, de las raíces y de los orígenes. Un diálogo permanente que abre la posibilidad de comprender el presente e imaginar futuros. Inquieta y con la necesidad de ahondar en la expresión y compartirla, su exploración la ha llevado a abordar el espacio, incorporar objetos significantes a sus pinturas y generar situaciones inmersivas para participar aquellas sensaciones que viene atesorando desde hace años, y que sigue alimentando en forma permanente al volver a su tierra.

Digo volver, y en realidad no es el término adecuado, porque así como es usual preguntarse acerca de cuál es nuestro lugar en el mundo, sin dudas ella reconoce el campo de Carlos Casares —donde nació y creció— como lo más propio, un punto de referencia donde pasa gran parte de su vida. Es cierto que a veces los lugares que nos marcaron se recuperan a la distancia o después de mucho tiempo en forma nostálgica, como cuando Lucio Fontana habla del horizonte pampeano para hacer comprender cómo lo había influido a la hora de pensar el espacio; o en forma crítica, como cuando Anselm Kiefer revive su ignorancia infantil —por la negación de una sociedad culposa que apostó al olvido después del Holocausto—, y busca dar cuenta de cómo la historia inevitablemente está presente en la geografía.
Pero en el caso de Gaby Grobo no se trata de nostalgia ni de redimir la culpa, sino de sentir y reconocer, de alguien que vive lo que pinta y no necesita justificarse con adhesiones a ningún movimiento artístico. Su hacer implica también abordar un universo, el del campo, un concepto que tiene una significación mucho más amplia que los reduccionismos a los que suele ser sometido.

Y al desandar el camino de vivencias mediante las capas pictóricas renueva la fascinación por descubrir algo que tal vez esté soterrado, un misterio o negación. Cosas que quizás se han dejado de nombrar. Esas presencias están.
Y se perciben más claramente cuando en sus trabajos incluye raíces, porque no se trata simplemente de la fascinación por las formas retorcidas, intrincadas. Hay una indagación que es trascendental y son seguramente en esas obras donde aparece más clara la síntesis de lo que siente. Porque las raíces se revelan frente al cuadro, se resisten a ser meras pinturas y se constituyen en historias y preguntas.
* Licenciado en Teoría y Crítica del Arte, curador de la muestra.
** Desde lo profundo: de martes a viernes de 12 a 21, sábados, domingos y feriados de 11 a 21 hs. en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) hasta el 30 de marzo. De lunes a viernes de 12 a 18 hs. en la galería Rubbers (Av. Alvear 1640, PB) hasta el 11 de abril.
[Fotos: Carlos Furman]
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