
En El Carmen de Viboral, un pequeño municipio del Oriente antioqueño, la figura de Julio Enrique Saldarriaga Hernández fue siempre un símbolo de longevidad y vitalidad, hasta su reciente fallecimiento el 10 de octubre de 2025 por cuenta de un infarto fulminante.
“El venía tranquilito. En el Hospital local San Juan de Dios estaban revisando la posibilidad de ponerle oxígeno, pero al parecer se puso indispuesto”, explicó Hugo Alfonso Jiménez Cuervo, alcalde del municipio El Carmen de Viboral, en su momento.
Con 112 años recién cumplidos, Saldarriaga Hernández ostentaba el título de hombre más longevo de Colombia, un estatus validado por el Gerontology Research Group (GRG), que lo reconoce como uno de los dos supercentenarios vivos en el país.
Su historia, lejos de ser un simple anecdotario, ha despertado el interés de la comunidad científica y social, que busca comprender los factores que permitieron a este campesino atravesar más de un siglo de vida.
El Colombiano tuvo un acercamiento con él para conocer los pormenores de su vida y tratar de establecer algún patrón que estuviera relacionado con su longevidad, poco común no solo en Colombia, sino en el mundo.
La vida de Saldarriaga transcurrió en el corazón rural de Antioquia. Nació el 30 de julio de 1913 en Cocorná, en una zona donde confluyen los caminos de El Carmen de Viboral y El Santuario.
Creció en una familia numerosa, como uno de diez hermanos, y desde muy pequeño se vio inmerso en las labores del campo.
A los 10 años ya trabajaba quemando carbón y aserrando madera, actividades que implicaban largas jornadas en el monte y recorridos a pie para vender el producto en los pueblos cercanos.
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A pesar de la exposición constante al carbón vegetal, Julio Enrique Saldarriaga Hernández nunca sufrió problemas pulmonares, algo que él atribuyó a una peculiar receta: baños de aguardiente, tanto para la piel como para la garganta.
Con el tiempo, este colombiano diversificó sus oficios y se dedicó a la producción de tapetusa, un licor artesanal. También relató en ese momento cómo conseguía la panela, la fermentaba y destilaba, y luego recorría los caminos para vender el producto, enfrentando incluso anécdotas fantásticas como encuentros con el “diablo pelietas” en sus travesías nocturnas.

A los 17 años conoció a María Calista García, con quien mantuvo un largo noviazgo antes de casarse en 1935. Juntos formaron una familia de 19 hijos y, con el paso de los años, la descendencia se multiplicó hasta alcanzar los 180, entre hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.
María Calista falleció hace 12 años, cerca de cumplir los 100 años, pero la memoria de su vida en común permaneció viva en los relatos de Saldarriaga Hernández.
La familia, lo más importante
El entorno familiar y social ha sido un pilar fundamental en la vida de Julio Enrique Saldarriaga Hernández, que hasta octubre de 2025 era considerado como el hombre más longevo en Colombia.
Hasta 2020, se desplazaba con autonomía por las calles de El Carmen de Viboral, interactuando con vecinos y conocidos. Pero la llegada de la pandemia por covid-19 supuso un cambio, pues el confinamiento afectó su movilidad.
A pesar de las dificultades, logró adaptarse con el apoyo de una silla de ruedas y, sobre todo, gracias al cuidado constante de su hija Ubiter y sus nietas Nelly y Marleny. Ellas se encargan de acompañarlo en sus paseos, celebrar sus encuentros sociales y mantenerlo conectado con la comunidad.
Saldarriaga Hernández disfrutaba de la vida social del pueblo, donde era tratado como una celebridad y donde los encuentros en su bar favorito, acompañados de ron y música, formaban parte de su rutina.
La ciencia ha comenzado a prestar especial atención a casos como el de Saldarriaga Hernández.
Investigaciones recientes, especialmente de la Universidad de Chicago, han señalado que, a partir de los 80 años, las relaciones sociales sólidas y amplias se convierten en un factor determinante para la longevidad.

Familias cohesionadas, amistades duraderas y una vida social activa parecen ser denominadores comunes entre los supercentenarios.
Sin embargo, en la Colombia actual, la soledad se ha convertido en un fenómeno preocupante: el 34,7% de la población afirma no contar con ninguna red de apoyo o confianza, lo que resalta aún más la excepcionalidad del entorno de Saldarriaga.
Más allá de los factores sociales, la genética emerge como un elemento clave en la explicación de la longevidad extrema. Los científicos han descubierto que en los supercentenarios, ciertas regiones cerebrales, como la corteza entorrinal y el hipocampo, muestran una resistencia inusual al deterioro asociado con la edad.
Estas áreas, responsables de la memoria y el aprendizaje, se mantienen en mejor estado que, en la mayoría de las personas, lo que podría deberse a reservas neuronales superiores.
Aunque los genes de Saldarriaga Hernández no han sido estudiados directamente, la longevidad de esta familia colombiana sugiere una predisposición genética: su padre vivió hasta los 75 años, su madre hasta los 90, su hermano menor tiene 95 y su esposa casi alcanzó el siglo de vida. La hija mayor de la pareja cuenta actualmente con 88 años.
El interés científico por la longevidad en Colombia ha crecido en los últimos años. En 2022, se logró la secuenciación completa del genoma humano, y al año siguiente, universidades colombianas realizaron las primeras secuenciaciones de personas centenarias en el país.
Este avance abre la puerta a investigaciones que buscan identificar las claves genéticas de la longevidad y comprender cómo el entorno y las experiencias de vida influyen en la expresión de esos genes.

El objetivo es avanzar hacia una medicina predictiva que permita anticipar y tratar enfermedades asociadas al envejecimiento, extendiendo la calidad y duración de la vida.
Colombia cuenta actualmente con 19.400 personas mayores de 100 años, una cifra que refleja un cambio demográfico significativo respecto a décadas anteriores, cuando alcanzar el siglo de vida era una rareza. Sin embargo, la historia de Julio Enrique Saldarriaga Hernández pone de manifiesto la complejidad de los factores que confluyen en la longevidad: genética, entorno social, experiencias vitales y, en parte, el azar de haber sorteado los riesgos de un país marcado por la violencia y las dificultades.
Al concluir su relato, Saldarriaga Hernández, con el humor y la vitalidad que lo caracterizaban, sugirió compartir un trago más. Su invitación, sencilla y espontánea, resumió el espíritu con el que enfrentaba la vida y dejaba abierta la posibilidad de que aún quedaban muchas historias por contar.
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