
Las escenas de pelea han sido un elemento fijo en las películas desde los albores del cine comercial. Pero cada año los directores y las estrellas de acción intentan deslumbrar al público con un nuevo giro en los combates. Han convertido objetos tan inocuos como libros, juguetes sexuales y zanahorias en armas mortales. Han escenificado batallas en lugares tan inverosímiles como el monte Rushmore, un pozo de arena carnívoro y el techo. Y han superado los límites de la duración de una escena de lucha, el número de combatientes que puede incluir y la velocidad a la que puede brotar la sangre. Para los soldados, agentes secretos y superhéroes de talla mundial, el cuerpo humano es una máquina asombrosa capaz de casi todo.
Hay un placer evidente en la tensión creciente, el movimiento balletístico y la imposibilidad física de una gran escena de pelea. Pero este año, pese a la impresionante Misión imposible: sentencia final , me cautivó más una variedad más desordenada de peleas cinematográficas. En películas como Friendship , El esquema fenicio , Eddington , Lurker , Amores compartidos y Bugonia , no son los héroes de acción los que pelean, sino hombres comunes y corrientes. Y puede que estos hombres comunes intenten emular a los John McClanes y John Wicks que ya conoces, pero a la hora de la verdad lo que ocurre es más torpe que épico.
En estas películas, los hombres que se pelean suelen ser hermanos, amigos o vecinos. Y recurren a la violencia porque no saben cómo comunicarse entre sí. A veces, como en la comedia incómoda Friendship y el drama psicológico Lurker, la violencia física podría interpretarse como expresión de un enamoramiento reprimido. Otras veces, una larga (y a menudo trivial) disputa se cuece a fuego lento hasta que hierve, como en Eddington y El esquema fenicio.
Estas películas llegan en medio de un ruidoso resurgimiento de la masculinidad tradicional. Un sector de los pódcast más populares --a menudo agrupados como parte de la "manosfera"-- han encontrado un público con su humor de bar, su comportamiento de deportistas y su interés por los deportes de combate. Las redes sociales están inundadas de videos sobre "maxificación de testosterona" y dietas ricas en proteínas para aumentar de volumen. Cada vez más hombres de la generación Z creen que Estados Unidos se ha vuelto "demasiado blando y femenino", según un artículo de The Guardian. Y los altos ejecutivos tecnológicos se retan a combates en jaula y promueven una cultura empresarial más machista.
Puede que los hombres estadounidenses estén construyendo cuerpos más fuertes, pero estas películas sugieren que son más frágiles que nunca. Las peleas en cuestión rara vez son premeditadas. En cambio, una situación empeora hasta explotar. En Amores compartidos , una comedia absurda sobre un par de parejas que experimentan con las relaciones abiertas, Paul (Michael Angelo Covino) afirma ser un libertino sexual "autorrealizado". Pero cuando su mejor amigo, Carey (Kyle Marvin), admite haberse acostado con la esposa de Paul, este lo abofetea inmediatamente. Paul insiste en que no está enfadado, que la bofetada fue "una especie de reflejo". Pero cuando Carey se ofrece a hablar de lo que siente, Paul vuelve a abofetearle, lo que provoca una pelea de seis minutos en la que los dos hombres destruyen la inmaculada casa del lago de los Hamptons de Paul.
Es revelador que varias de estas peleas empiecen con una bofetada. Estos hombres apenas saben pelear y no pretenden matarse, ni siquiera herirse físicamente. La bofetada es un gesto reflejo destinado a poner al otro en su sitio. Es una afirmación de dominio y una forma de avergonzar al rival. Por supuesto, el abofeteado no puede limitarse a poner la otra mejilla. En lugar de servir como última palabra, una bofetada actúa como una provocación. Defiéndete o parecerás débil.
La respuesta más extrema a una bofetada aparece en la comedia neo-western de Ari Aster, Eddington . El adulador alcalde liberal Ted Garcia, interpretado por Pedro Pascal, llega a su punto de ruptura en su enfrentamiento con el sheriff conservador del pueblo, Joe Cross (Joaquin Phoenix), cuando Cross se entromete en una fiesta que está organizando Garcia y comete la peor ofensa de la fiesta: bajarle el volumen a "Firework" de Katy Perry. Garcia abofetea a Cross delante de todos sus invitados, y la vergüenza provocada por la bofetada se ve agravada por la impotencia que Cross siente en su vida personal y profesional. Sale de casa de Garcia con el rabo entre las piernas. Y entonces estalla, dejando varios cadáveres a su paso.
Eddington tiene lugar en el tipo de pequeño pueblo en el desierto donde la cultura popular estadounidense ha celebrado tradicionalmente al justiciero con sombrero de vaquero y pistola como Cross. Es probable que Cross se imagine en la estirpe de los pistoleros de Clint Eastwood y John Wayne. Pero el quid de su propia cruzada equivale a poco más que el derecho a comprar víveres sin usar cubrebocas en medio de una pandemia. Entonces, ¿qué ocurre?
Según el contexto que configura Aster, internet es la raíz de la perdición de Cross. Tanto él como Garcia se han enfurecido a causa de sus cámaras de eco en línea, que han tachado al otro de menos que humano, haciendo permisible la violencia. El alocado thriller paranoico de Yorgos Lanthimos, Bugonia , lleva el efecto deshumanizador de nuestro mundo digital actual un paso más allá. Teddy (Jesse Plemons), un obrero solitario que ha pasado demasiado tiempo conectado a internet, secuestra a una directora ejecutiva de una gran farmacéutica (Emma Stone) porque está convencido de que es una alienígena que quiere destruir el planeta. Cuando las cosas no salen según lo planeado y ella lo saca de quicio, Teddy pierde el control, galopa por la mesa de la cena y la ataca.
Pero internet también actúa sobre muchos de estos hombres de formas más sutiles. Es habitual que se sientan solos y aislados, sin amigos y, a menudo, tras haber perdido a su pareja. Cuando intentan relacionarse con otras personas en el mundo real, se ponen raros. En Lurker , un solitario llamado Matthew (Théodore Pellerin) adora a una estrella del pop en ciernes llamada Oliver (Archie Madekwe). Pero en un momento íntimo --los dos hombres en la cama de Matthew, con las caras a centímetros de distancia-- Matthew rompe la tensión diciendo: "Luchemos", y empieza a forcejear y a reírse histéricamente. Y en Friendship , el Craig de Tim Robinson estropea la incipiente camaradería con su cool vecino meteorólogo, Austin (Paul Rudd), asestándole un golpe bajo en un combate amistoso de boxeo. Cuando Austin y su grupo de amigos de mediana edad se enfadan con Craig, este empeora las cosas metiéndose una pastilla de jabón en la boca como autocastigo, diciendo: "Soy un niño muy malo. Lo chiento mucho".
No me malinterpreten: no es que los hombres adultos que se enzarzan en peleas tontas, ya sea en la pantalla o fuera de ella, sean un fenómeno totalmente nuevo. El esquema fenicio , ambientada a mediados del siglo XX, interrumpe una pelea a puñetazos culminante entre Zsa-zsa Korda (Benicio Del Toro) y su hermanastro, Nubar (Benedict Cumberbatch), para preguntar de qué va su disputa. Según Nubar, todo se reduce a "quién puede lamer a quién". Hasta cierto punto, ese afán competitivo puede ser eterno. Y, sin embargo, es difícil recordar una época en la que tantos de los hombres más poderosos del mundo abrazaran la ira y la impaciencia tan abiertamente.
Eso es lo que hace que los enfrentamientos anticlimáticos de estas películas sean tan impactantes. Mientras que una escena de pelea típica de una película de acción produce una sacudida, las peleas de estas películas arruinan el ánimo de la sala. Por si no estuviera ya claro que los hombres peleones deberían sentirse avergonzados, muchos de estos cineastas incluyen una toma en la que vemos a los perpetradores desde el punto de vista de un tercero neutral. A los ojos de los amigos de Austin, en Friendship, o de la mujer y el hijo de Paul, en Amores compartidos, estos hombres lucen patéticos, como niños que se portan mal.
Lo absurdo, por supuesto, es el punto. Si eres un agente secreto o un soldado, puede que tengas que dar algunos puñetazos. Para el resto de nosotros, ceder a la fantasía masculina de abrirnos paso a golpes a través del conflicto esconde una falta de control muy infantil.
Max Cea es escritor y cineasta y vive en Brooklyn.
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