
Ser mujer en el Perú nunca fue fácil. Y esto no es de estos últimos tiempos, pues se podría decir que desde siempre las mujeres de este país han sufrido algún tipo de discriminación. Pero las cosas comenzaron a cambiar poco a poco a mediados de los últimos años del siglo XIX y principios del XX.
Algunas mujeres, rompiendo el molde que las ataba solo a las tareas del hogar o al cuidado de los niños, decidieron salir a comerse el mundo. Aunque eso les costara más de un dolor de cabeza.
Un ejemplo de eso fue Margarita Práxedes Muñoz, la primera mujer en estudiar una carrera en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Tal vez siguiendo el sendero marcado por ella es que Laura Esther Rodríguez Dulanto decidió seguir sus pasos hasta convertirse en la primera médica cirujana del Perú en 1900.
La vida es bella (y dura)

Nacida como María Laura Esther Rodríguez Dulanto, en Supe (Barranca), un 18 de octubre de 1872, la que sería reconocida más adelante como “médica clínica, docente, investigadora y líder de la comunidad” vivió sus primeros años en su tierra natal. Poco tiempo después la familia decidió mudarse a Lima en busca de más y mejores oportunidades para mejorar la economía familiar.
Pero en aquellas épocas eso era casi imposible, así que para no ver frustradas sus ambiciones de seguir aprendiendo, lo que solía hacer la jovencita era esperar la llegada del colegio de su hermano Abraham y revisar sus apuntes para continuar su educación en casa. Los estudios más allá de la primaria solo estaban reservados para los varones.
Al poco tiempo, sus padres la matricularon en la escuela de la señorita Magdalena Badani, un prestigioso lugar que formaba a las futuras profesoras del país. Allí, Laura Rodríguez logró el título de preceptora de tercer grado, el máximo grado instrucción al que podía aspirar cualquier peruana de esos tiempos ante la falta de colegios femeninos.
Y vaya que lo hizo con el invalorable apoyo de su abuelo materno y de toda su familia después, pues con todo lo que ya había aprendido se presentó en los exámenes anuales que tomaban los muy exigentes jurados especiales designados por el Consejo Superior de Instrucción Pública. Como es de suponer, Laura Esther los aprobó todas de manera brillante.
Universidad, cosa de locos

El camino estaba allanado, pero no sería para nada sencillo. Con tan solo 19 años, postula y logra ingresar a la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en mayo de 1892. Fiel a su estilo, las notas que lograron su ingreso a la decana de América fueron de las más altas de todo el proceso de admisión.
Acaso uno de sus momentos más trascendentales de Laura Esther llegó en 1894, cuando se matriculó en la Facultad de Medicina de San Fernando. Para la historia quedará su nombre registrado en la página 109 del Quinto Libro de Matrículas, su expediente era el número 38.
No fue fácil

A pesar de la fama que tenía ya debido a sus logros académicos, los obstáculos seguían apareciendo en cada paso que daba. Por ejemplo, en el curso de Anatomía no la dejaban presenciar ningún cadáver por estar desnudos. Estas clases las seguía detrás de un biombo.
Pero como no contaban con su astucia, de vuelta ya en casa solía repasar las mismas lecciones con su inseparable hermano Abraham, quien también estudiaba lo mismo y años más tarde se convertiría en Ministro de Hacienda y Comercio durante el mandato de Augusto B. Leguía, en mayo de 1921.
Su caso llegó a ser vox populi en todo el territorio nacional y hasta en el mismo Congreso de la República. Justamente en el Parlamento se aprobó un dictamen en 1895 para otorgarle un subsidio de 40 soles de la época hasta que culmine sus estudios universitarios.
Cosa que ocurrió en 1889 cuando se convirtió en bachiller. Para el año siguiente obtuvo su título como médico cirujano; convirtiéndose así, de manera formal, en la primera mujer en Perú en realizar el juramento hipocrático, reservado solo para aquellos que terminan los estudios de Medicina. Más tarde se especializaría en ginecología.
Pensaba en los demás

Rodríguez Dulanto no solo creía en su propio crecimiento, sino que tuvo la visión para ayudar a los demás que querían dedicarse a la Medicina. Es por eso que en 1910, ante el recrudecimiento de las tensiones fronterizas entre Perú y Ecuador, y mientras realizaba investigaciones relacionadas con la tuberculosis, donó un equipo de cirugía al Hospital Militar el día de su inauguración. Además de fundar la Unión Patriótica de Señoras.
Eso no fue todo, también se dio tiempo para organizar una Escuela de Enfermería, en donde también ofició como profesora de Anatomía, Fisiología e Higiene. A sus alumnas las solía ayudar consiguiendo prácticas en los hospitales Dos de Mayo y Santa Ana (ahora Arzobispo Loayza).
Lo cierto es que ese 6 de julio 1919 pasó como un día más y tuvo poca atención en la prensa de aquellos años. Ocurre que tan solo un par de días antes se produjo el golpe de Estado que derrocó al presidente José Pardo Barreda y colocó en el poder a Augusto B. Leguía, dando así principio al llamado ‘Oncenio’.
Su cuerpo fue enterrado el nicho 89-D del pabellón San Marcos en el Cementerio Presbítero Maestro de Lima.
Solo con el pasar de los años, su historia y su legado fueron ganando el reconocimiento que siempre debió tener. Es más, en su natal Supe hay un hospital con su nombre.
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