
En las últimas décadas, el aumento de diagnósticos de trastorno del espectro autista (TEA) generó un intenso debate entre especialistas, familias y la sociedad en general.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), el número de niños diagnosticados con autismo en Estados Unidos pasó de 1 en 150 en el año 2000 a 1 en 36 en la actualidad. Este fenómeno plantea preguntas urgentes: ¿estamos ante una verdadera epidemia de autismo o simplemente somos más conscientes y precisos al identificarlo?, informó New York Times.
Aunque las teorías conspirativas, como la falsa asociación entre vacunas y autismo, siguen circulando, la comunidad científica desmontó categóricamente tales vínculos.
Estudios extensos, como uno realizado en Dinamarca con toda la población infantil del país, descartaron cualquier relación entre las vacunas y el trastorno. Sin embargo, la persistencia de esta desinformación refleja la dificultad de lidiar con la complejidad de un fenómeno que, hasta ahora, no tiene una explicación única ni simple.
Un diagnóstico ampliado y mejor comprendido
El autismo, conocido técnicamente como trastorno del espectro autista, es una condición neuropsiquiátrica caracterizada por una amplia variedad de síntomas, desde dificultades leves para interpretar señales sociales hasta limitaciones severas que pueden impedir la comunicación verbal.
Esta diversidad inherente hace que el diagnóstico dependa enteramente de observaciones clínicas, ya que no existen pruebas biológicas específicas para identificarlo.
En gran parte, el aumento de casos se atribuye a cambios significativos en la definición y los criterios diagnósticos del autismo. Desde que apareció en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) en 1980, la categoría evolucionó para incluir un rango más amplio de síntomas y severidades.
En 1987, el DSM-III-R amplió los criterios para incluir casos que aparecían después de los 30 meses de edad, y en 1997, con el DSM-IV, el síndrome de Asperger se integró al espectro, reconociendo que las personas con inteligencia promedio o superior también podían ser diagnosticadas.
El cambio más reciente, en el DSM-5 de 2013, consolidó varias categorías previamente separadas, como Asperger y el trastorno generalizado del desarrollo no especificado (PDD-NOS), bajo el paraguas único del TEA.
Además, permitió diagnósticos combinados con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), reflejando la alta comorbilidad entre ambas condiciones.
Factores genéticos y ambientales
A pesar de que los cambios en los criterios diagnósticos y la mayor conciencia pública explican gran parte del aumento, no se descarta la influencia de factores biológicos y ambientales.
Más de 100 genes fueron vinculados al autismo, lo que sugiere una fuerte predisposición genética. Sin embargo, la interacción entre estas susceptibilidades genéticas y ciertos desencadenantes ambientales podría desempeñar un papel crítico.
Los investigadores identificaron posibles factores de riesgo, como la exposición a contaminantes durante el embarazo, infecciones virales o el nacimiento prematuro.
También se señaló la edad avanzada de los padres, especialmente del padre, como un elemento de riesgo. Aunque estas hipótesis son plausibles, estudiar su impacto con precisión requiere controlar una multitud de variables y realizar seguimientos a largo plazo.
El profesor Juergen Hahn, del Instituto Politécnico Rensselaer, considera convincentes estas correlaciones, particularmente porque la supervivencia de bebés prematuros y la edad promedio de los padres aumentaron en las últimas décadas. No obstante, subraya que los estudios necesarios para confirmar estos vínculos son complejos y costosos.
Mayor conciencia, inclusión y redes sociales

La evolución de los sistemas de detección y las políticas públicas también contribuyeron al aumento de diagnósticos. En 1991, los niños con diagnóstico de autismo comenzaron a calificar para servicios especiales en las escuelas estadounidenses, lo que incentivó a muchas familias a buscar una evaluación médica.
Más tarde, en 2007, la Academia Americana de Pediatría recomendó realizar exámenes de detección para todos los niños a los 18 y 24 meses de edad.
Estas medidas permitieron identificar más casos en comunidades históricamente subdiagnosticadas, como las minorías raciales y étnicas. Entre 2011 y 2022, los diagnósticos aumentaron significativamente en niños hispanos, afroamericanos y asiáticos, lo que sugiere una mejora en el acceso a servicios de diagnóstico. Además, la brecha de género también se redujo, en parte gracias a una mayor aceptación de la neurodiversidad.
El auge de las redes sociales jugó un papel inesperado pero crucial. Plataformas como Reddit permiten a padres y adultos discutir síntomas, compartir experiencias y buscar diagnósticos, creando una nueva forma de conciencia y autoidentificación en torno al autismo.
Según Simon Baron-Cohen, director del Centro de Investigación del Autismo de la Universidad de Cambridge, este fenómeno es “uno de los factores más grandes y subestimados que impulsa el aumento en los diagnósticos”.
El camino hacia la comprensión
A pesar de los avances, la pregunta central persiste: ¿más personas están desarrollando autismo o simplemente hemos mejorado en detectarlo? Según la psicóloga Catherine Lord, de la Universidad de California en Los Ángeles, no es sencillo responder.
Aunque los cambios en los criterios diagnósticos y la mayor conciencia explican gran parte del incremento, parece improbable que sean los únicos factores.
Lo que sí es claro, según Lord, es que las vacunas no tienen relación alguna con el trastorno. Esta conclusión, respaldada por amplias investigaciones, debería ser suficiente para cerrar el debate sobre este tema. Sin embargo, aún queda mucho por descubrir sobre las raíces genéticas, biológicas y sociales del autismo, así como sobre su creciente prevalencia en la población.
El autismo sigue siendo un terreno complejo y multifacético, cuyo estudio requiere un enfoque interdisciplinario y una comprensión profunda de la interacción entre genes, ambiente y sociedad. Por ahora, el aumento en los diagnósticos refleja un desafío médico, y una mayor capacidad para reconocer y apoyar a quienes viven con esta condición.
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