
“Yo busqué las partes altas y me metí a la mina con la que nos comunicamos. Yo me metí a esa mina que tenía unos 30 centímetros, iba en rastra, apenas libraba mi cuerpo y busqué las partes altas, porque yo sabía bien que en esos puntos el agua no me iba a alcanzar”, con nostalgia y un nudo en la garganta, así recuerda Don Plutarco el momento que quedó atrapado en una mina en La Florida, municipio de Francisco I. Madero, en el estado de Coahuila.
Han pasado 12 años desde que el ex minero conoció el infierno durante varios días, y tras el derrumbe de la mina El Pinabete, en Agujita, Sabinas, le vienen un sinfín de dolorosos recuerdos que lo hacen alzar la vista y dar: “Gracias por estar vivo, pero a su vez se pregunta ¿por qué?, ¿para qué? y es que la historia se repite y una vez más afecta directamente a su familia”, comentó su yerno Sergio Gabriel Cruz Gaytán, quien es uno de los mineros que se quedaron atrapados el pasado 3 de agosto tras el colapso de una mina de carbón en Sabinas, Coahuila.
Don gran devoción y fe, don Plutarco es uno de los muchos que permanecen afuera de la mina con la certidumbre de poder abrazar a su yerno; relató que al enterarse del terrible accidente pidió fervientemente por la vida del padre de sus nietas: “En esos días hablé con Dios, le pedí de corazón que me dejara vivir, porque tenía a mis hijos y yo que ya sabía lo que es que tu papá no esté, no quería que ellos pasaran por eso. Por eso le pido a Dios que deje a Sergio Gabriel, para sus niñas”, dijo en entrevista.

Dicen que la esperanza muere al último y con ello la fe que llegue un milagro, así como le pasó a don Plutarco, él cuando tenía 45 años, brigadistas lo rescataron vivo, estuvo atrapado una semana a 90 metros de profundidad en una cantera de carbón del municipio de Melchor Múzquiz. El terrible suceso se registró el viernes 30 de julio, pero fue hasta el 6 de agosto del 2010, cuando fue rescatado. Junto con sus otros 11 compañeros cayeron en un túnel inundado por las fuertes lluvias que dejó a su paso por la región carbonífera el huracán Alex, a principios del mes de julio.
“Aparte las mangueras, de las pistolas que traíamos nosotros, eran como de 95 metros, entonces cuando se vino el accidente las mangueras esas se quedaron arriba y tronaron por la misma presión del aire del compresor y esos siete días estuve yo viviendo con el aire del compresor, porque yo estaba a 85 metros en el segundo manto”, detalló. También recordó que fueron días de terror al quedarse completamente incomunicados, sin sus instrumentos de protección, ni casco ni lámpara, y recordó: “Pero la confianza en mis compañeros y su intuición, me hicieron suponer que las mangueras serían nuestra salvación y así fue”.
Sus únicos aliados, palas, picos y herramientas eléctricas para extraer el mineral, se las había llevado la fuerza del agua, estaban solos con la fuerza de la naturaleza en su contra, pero dicen por ahí que la esperanza muere al último: “Luego de varios días, comenzó a salir y regresar al exterior de la mina donde permanecía, para verificar el nivel del agua, que iba bajando poco a poco. Nadie me cree que no comí nada esos días, también hablé con la Virgen María y le dije que ella me iba a alimentar esos días”, recordó.
También alertó a los familiares de las víctimas a no creer todo lo que se publica en medios o redes sociales ya que puede ser información falsa: “Yo necesito ver. Yo no creo en las estadísticas. En ese tiempo, una persona de la Secretaría del Trabajo parece que ya me había dado por muerto, incluso ya lo había anunciado en el periódico, yo lo vi. No deben de hacer eso”, por ello tiene la convicción de que puedan encontrar a su yerno con vida. “pero siempre hay una esperanza y yo soy testigo de eso” comentó.
Quienes trabajan en las minas saben que ese oficio es duro y sacrificado, acechando a la muerte día con día y con la incertidumbre de saber si volverán a ver a sus familiares; privados de la luz solar e impregnados de minerales, estos hombres se esfuerzan a diario para llevar sustento a sus familias. Desde el accidente, la vida de don Plutarco cambió por completo y es sin duda una historia esperanzadora digna de contar.
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