
Aunque actualmente lo vemos como una celebración obligatoria, el tradicional grito de Independencia surgió como una actividad para recordar el inicio de la guerra para lograr la emancipación del pueblo de México. El primer personaje en realizar el acto fue Ignacio López Rayón, en el año de 1812, y dicha conmemoración se llevó a cabo con disparos al aire al amanecer.
Sin embargo, aunque parezca irónico, uno de los episodios de la historia más recordados es cuando el emperador Maximiliano de Habsburgo se dirigió a Dolores, Hidalgo para recordar el inicio de la Independencia de México. De acuerdo con la Sociedad Mexicana de Estudios del Segundo Imperio, el gobernante también visitó la casa de Miguel Hidalgo, en el mismo año de 1864.
En dicho sitio, mandó a colocar una placa con la leyenda: “En memoria del héroe D. Miguel Hidalgo y Costilla, que proclamó en esta casa la independencia de México el 16 de septiembre de 1810. Maximiliano Emperador 8 de septiembre de 1864″.
“Sabemos que en 1864, Maximiliano dio el tradicional Grito de Independencia en Dolores y visitó la casa de Miguel Hidalgo donde colocó esta placa pública que, por ventura, aún subsiste”, refiere la cuenta de Twitter @CronistadeCorte.

Luego de la expulsión de la Corona española del territorio nacional, la disputa por la joven nación no cesó. Las principales potencias europeas comenzaron a preparar sus estrategias para intervenir en México, ubicándose así en una posición de ventaja frente a la falta de instituciones y la deficiente organización política al interior del país.
Uno de los esfuerzos más notables fueron los del emperador francés Napoleón III, que en 1863 logró ocupar la Ciudad de México gracias a su importante poder bélico. Ese año, una asamblea de 35 notables, organizada por el mariscal Federico Forey, decidió adoptar el sistema monárquico como forma de gobierno y ofrecer la corona a Maximiliano de Habsburgo.
Así pues, una vez aceptadas sus condiciones, el archiduque aceptó el trono el 10 de abril de 1864 mediante la firma de los Tratados de Miramar, mismos con los que se formalizó el apoyo de Francia al nuevo Imperio. Maximiliano y Carlota desembarcaron en el puerto de Veracruz el 28 de mayo de 1864, mientras el gobierno constitucional republicano de Benito Juárez se encontraba establecido en Monterrey.

El mandato del archiduque fue efímero, pues solo duró hasta 1867, año en que fue fusilado. Al ser nombrado emperador del Segundo Imperio Mexicano, pronunció las siguientes líneas:
“Acepto el poder constituyente con que ha querido investirme la nación, cuyo órgano sois vosotros, pero sólo lo conservaré el tiempo preciso para crear en México un orden regular y para establecer instituciones sabiamente liberales. Así que, como os lo anuncié [...] me apresuraré a colocar la monarquía bajo la autoridad de las leyes constitucionales tan luego como la pacificación del país se haya conseguido completamente”.

Entre los principales distintivos de su gobierno se pueden identificar tres momentos. En una primara etapa se practicó una política conciliadora con el papa Pío IX, con la intención de firmar un convenio que le permitiera ejercer el patronato sobre la Iglesia. Posteriormente, aplicó una política de corte liberal que le permitió obtener el apoyo de los moderados, quienes fungieron como importantes funcionarios en la monarquía.
Por último, el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHR) señala que, ante el abandono de Napoleón III, el archiduque se vio obligado a claudicar de su política liberal y solicitar abiertamente el apoyo de la Iglesia y de los conservadores.
Otros legados del emperador fueron la edificación del Castillo de Chapultepec, residencia oficial de la pareja de monarcas, y la construcción del Paso de la Emperatriz, ahora Paseo de la Reforma.
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