Debido a la crisis sanitaria provocada por la COVID-19, toda la población ha tenido que recluirse en casa para no contagiarse. Este repentino cambio en la rutina ha provocado en algunos depresión, aburrimiento, incertidumbre o estrés, sentimientos que los han llevado al “comer emocional”.
Esto quiere decir que algunas personas han enfrentado los problemas del confinamiento con comida, situación que los ha hecho subir de peso y poner en riesgo su salud.
De acuerdo a María Isabel Flores, nutrióloga especialista en obesidad y comorbilidades de la IBERO, dichas emociones pueden tener un impacto negativo en los hábitos alimenticios, ya que las personas tienden a comer para sentirse mejor.

Comer en exceso en respuesta a emociones negativas como ansiedad, aburrimiento, preocupación, tristeza, entre otros; y puede deberse a un mecanismo biológico como uno psicológico.
Biológico: los sentimientos negativos tienden a aumentar la secreción de cortisol (hormona esteroidea que se libera como respuesta al estrés y a un nivel bajo de glucocorticoides en la sangre), el cual provoca un aumento en la insulina y suele ir acompañado de un incremento en el apetito.
Psicológico: el estrés no es una emoción agradable y para muchos consumir ciertos alimentos (generalmente con elevado aporte de azúcar y grasa) genera una sensación de confort, por lo que la comida se vuelve un mecanismo de afrontamiento.
De tal modo, para quienes han presentado sentimientos negativos por la cuarentena, la comida se ha vuelto en su escape para distraerse y lidiar con el encierro.

Pero usar la comida como un “aliado” no hace que las cosas mejoren o desaparezcan, ya que solo generan alivios temporales que a la larga pueden ser peores, hasta volverse una pesada carga emocional dentro de un círculo vicioso difícil de romper.
“En ese sentido, el ciclo del ‘comer emocional’ está integrado por estrés, necesidad de confort, comer comida reconfortante, después sensación temporal de bienestar, pero una vez que pasa su efecto, se pierde la sensación de bienestar, llega la culpa y regresa el estrés”, señala la especialista.
Por ello, quienes están experimentando una situación como esta deben de identificar sus emociones y darles nombre.

Antes de ser una víctima del “comer emocional”, o bien, para salir de su círculo vicioso, es necesario que la persona se tome un momento antes de ir a la cocina e identifique si lo que está sintiendo es hambre física o emocional.
¿Cómo identificar el hambre física de la emocional?
El hambre emocional se presenta de manera espontánea y urgente, además está acompañada de emociones intensas como estrés y ansiedad.
A diferencia del hambre física, el hambre emocional hace que el detenerse de comer sea una tarea difícil, pues aunque se esté satisfecho, la necesidad de ingerir comida continúa.
Además está acompañado de un pensamiento obsesivo con algún alimento en especial, que puede ser chocolates, frituras, etc. Cabe destacar que también se presenta un sentimiento de culpa después de haber comido.

En tanto, el hambre física se presenta de manera gradual y está acompañada de señales como sonidos estomacales, baja energía o dificultad para concentrarse.
Cuando es un hambre física las personas tienen la capacidad de parar cuando está satisfecha además, no buscan un alimento en específico y se pueden satisfacer con muchas opciones. Algo importante es que no se acompaña el sentimiento de culpa.
La especialista señala que para enfrentar el “comer emocional”, cada persona debe tener su estrategia propia, ya que no puede funcionar el mismo método para todos, sin embargo, algunas de sus recomendaciones son:
-Evita tener un plan de alimentación muy riguroso, cuando nos restringimos de más y no alimentamos bien a nuestro cuerpo, sólo se genera más ansiedad.

-Estructura tus horarios de comida, si ya sabes que a cierta hora del día es más probable que te pares a la cocina por algo de comer, planea una colación saludable para ese momento del día.
-Evita comer directo de los contenedores, sirve tu porción en un plato. Cuando comemos directo del contenedor es muy difícil identificar la porción que nos comimos.
-Hidrátate bien, muchas veces confundimos la sed con hambre.
-No te olvides de la actividad física y el ejercicio, recuerda que mantenerte físicamente activo ayuda a disminuir niveles de ansiedad.
Dale prioridad al sueño y descanso, entre más tarde te duermas más oportunidades para comer tendrás. Se ha visto que él no dormir bien altera nuestro apetito, procura dormir entre 7 u 8 horas al día.

-Escribe un diario de alimentos y emociones, el identificar cómo te sientes antes y después de comer puede arrojar información sobre tus patrones de comportamiento.
-Identifica tus detonadores (emociones, hora del día, situaciones, alimentos o personas). Posteriormente es importante crear un plan que te ayude a esquivarlos
-Crea un plan, haz una lista de actividades que podrías hacer en lugar de ir corriendo a la cocina como primera opción, por ejemplo:
Hablarle a un amigo.
Escuchar algo de música o un podcast.
Leer un libro.

-Pon en práctica la atención plena o mindfulness mientras comes. Muchas veces, nos alimentamos tan de prisa o estamos haciendo otras actividades que no le damos oportunidad a nuestro cuerpo y a nuestra mente de disfrutar lo que estamos comiendo, siéntate a la mesa y usa todos tus sentidos para disfrutar de tu comida.”
Todas estas recomendaciones junto a la constancia ayudarán a las personas a no caer en el círculo vicioso del “comer emocional”.
Cabe recordar que en los últimos días el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell ha dicho en varias ocasiones que México es un país con altos índices de obesidad y sobre preso a nivel mundial, factores que hacen a la población que lo padece, más vulnerable ante el COVID-19, por lo que es importante cuidar la dieta y la salud.
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