Victorias y derrotas del periodismo estadounidense en los cuatro años de Donald Trump

La dinámica presidencial llevó a los medios a una situación sin precedentes. Los analistas advierten del difícil equilibrio en el que se mueven y los expertos se cuestionan hasta dónde llegar en la cobertura

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Kayleigh McEnany, secretaria de Medios y portavoz de la Casa Blanca, muestra durante una conferencia de prensa en junio una primera plana del "New York Post" REUTERS/Tom Brenner/File Photo
Kayleigh McEnany, secretaria de Medios y portavoz de la Casa Blanca, muestra durante una conferencia de prensa en junio una primera plana del "New York Post" REUTERS/Tom Brenner/File Photo

WASHINGTON DC - Son muchas las preguntas, pero se puede empezar por una: ¿Hizo un buen trabajo el periodismo estadounidense en los cuatro años de Donald Trump? Y además de preguntas hay una certeza: el presidente nunca dejó de cuestionar a los medios tradicionales. Y eso, en vez de perjudicarlos, ¿los benefició?

Con el final del mandato presidencial del republicano, y a la espera de saber si fue el único o suma un segundo, la paradoja trumpista es evidente. Ningún presidente criticó tanto y tan abiertamente al periodismo, ningún presidente le había puesto a los medios tradicionales la etiqueta de “fake news media”, pero es gracias a esa batalla que publicaciones como The New York Times o The Washington Post subieron notablemente su nivel de suscriptores. Es gracias a la asombrosa omnipresencia crítica del presidente que resucitaron medios en declive como The Atlantic, que ganaron impulso otros de gran prestigio como The New Yorker o que se consolidaron otros alternativos como Político, Vox, Axios, The Hill, The Intercept y unos cuantos más.

“Trump necesita a los medios: para alimentar su ego, para enardecer a sus simpatizantes, para tener el barómetro de su estatus, para estructurar su comprensión del mundo. Los números récord en la industria de los medios de comunicación sugieren que prosperan con la ansiedad que se desprende de la Casa Blanca. Por ahora, esto es para muchas compañías de medios un acuerdo extrañamente rentable. Debajo de la retórica acerca de los enemigos hay un alarmante nivel de dependencia mutua”, escribió hace ya dos años The Atlantic, que destacó también el crecimiento en audiencia y facturación de cadenas de noticias como CNN, Fox News o MSNBC.

Con sus cuestionamientos, Trump contribuyó a acelerar la transformación digital y el nuevo modelo de negocios de los medios tradicionales. Les abrió un futuro a esos medios que dice despreciar, los devolvió al centro de la escena.

Forbes puso en su momento también el foco en un fenómeno lateral, pero también importante: el de los multimillonarios que compraron medios de comunicación de gran nombre pero difícil presente. “Desde Marc Benioff y su esposa comprando ‘Time’ a la viuda de Steve Jobs, Laurene Powell Jobs, que compró ‘The Atlantic’, o el multimillonario de la biotecnología Patrick Soon-Shiong, que compró ‘Los Angeles Times’ y el ‘San Diego Union-Tribune’”.

También reverdeció la televisión como foro de discusión pública y gran entretenimiento. El “prime time” de los programas políticos nocturnos ofrece momentos asombrosos. Está Chris Cuomo con su programa “Prime Time” en CNN que de tanto en tanto le habla a la pantalla como si le hablara al presidente, al que llega a llamar “este tipo”. Cuomo es hermano de Andrew, gobernador de Nueva York, al que Trump destroza a críticas un día sí y otro también.

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Fox News gana grandes franjas de audiencia con programas como los de Sean Hannity, que se autodefine como amigo del presidente, o Laura Ingraham, de lengua filosa e implacable, que vio como esta semana Trump se mofaba de ella en un acto de campaña en Michigan.

Dirgiéndose a ella en pleno acto, Trump ironizó. “No puedo reconocerte, ¿es eso un barbijo? No puede ser, ¿estás llevando una mascarilla? Nunca la vi con barbijo. Mírate, Laura, estás siendo muy políticamente correcta, uauh”.

Laura Ingraham, TV host in Fox News, attends U.S. President Donald Trump's campaign rally at Green Bay Austin Straubel International Airport in Green Bay, Wisconsin, U.S., October 30, 2020. REUTERS/Carlos Barria
Laura Ingraham, TV host in Fox News, attends U.S. President Donald Trump's campaign rally at Green Bay Austin Straubel International Airport in Green Bay, Wisconsin, U.S., October 30, 2020. REUTERS/Carlos Barria

Fox suele criticar a los hermanos Cuomo por intercambiar elogios entre sí en las frecuentes entrevistas que el hermano menor le hace al hermano mayor. Se trata, al fin, de un ida y vuelta frecuente en el que ambas cadenas se potencias citándose y criticándose mutuamente. Recientemente CNN dedicó 10 minutos a refutar a María Bartiromo, ex CNN y hoy en Fox, rescatando preguntas de sus entrevistas a Trump. En una de ellas, Bartiromo termina agradeciendo al presidente “por todo lo que hace”, y le dice que quiere volver a ir a la Casa Blanca a entrevistarlo, porque hace tiempo que no lo hace. “Estoy segura de que eso se puede arreglar”, comentó con sarcasmo Brianna Keilar en la CNN.

Es Estados Unidos, pero por momentos parece Madrid en 2011, aquel mayo turbulento de los “indignados”. Casi todos están enojados, ya sea en contra o a favor, para dar forma a un ambiente que no existía hace unos pocos años. Los discursos, los gestos, las puestas en escena: casi todo tiene un voltaje inusitado.

En un reciente artículo, el “Columbia Journalism Review” (CJR), la revista de periodismo de la Universidad de Columbia, llegó a una conclusión, a propósito de aquella frase que dice que “la historia la escriben los que ganan”.

“Mirando el borrador de los últimos cuatro años de esta historia, es difícil concluir en que nosotros seamos los ganadores”, dice el CJR, que ofrece argumentos para su visión pesimista del estado de la profesión.

“En noviembre de 2017, el Centro Internacional de Periodistas otorgó a Chris Wallace, de Fox News, un premio a la excelencia en periodismo. En su discurso de aceptación, señaló que los ataques del presidente Trump a los medios de comunicación amenazan la democracia, pero luego regañó a sus compañeros. ‘Incluso si Trump está tratando de socavar la prensa por sus propias y calculadas razones’, dijo Wallace, ‘cuando habla de la parcialidad en los medios de comunicación creo que tiene razón’”.

El nombre de Wallace saltó al primerísimo plano un mes atrás como moderador del debate en Cleveland en el que Trump prácticamente no dejó hablar a Joe Biden. Un debate que forzó a incluir un sistema de silenciamiento del micrófono para el siguiente.

FOTO DE ARCHIVO: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el candidato presidencial demócrata Joe Biden en su primer debate de campaña presidencial de 2020 en Cleveland. Ohio, 29 sep 2020. REUTERS/Brian Snyder/File Photo
FOTO DE ARCHIVO: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el candidato presidencial demócrata Joe Biden en su primer debate de campaña presidencial de 2020 en Cleveland. Ohio, 29 sep 2020. REUTERS/Brian Snyder/File Photo

Tres años antes, Wallace advertía del peligro de que los periodistas y los medios tomen parte. Según él, los periodistas son “árbitros... testigos objetivos de lo que está pasando”. Marty Baron, director de The Washington Post, lo sintetizaría en seis palabras: “No estamos en guerra; estamos trabajando”.

El impacto de la elección de 2016 aún se siente. Primero fue en las primarias republicanas, luego en la general contra Hillary Clinton. En una y otra situación, muchos medios se entusiasmaron al ver cómo subían sus cifras de audiencia con cada frase disruptiva de Trump. Luego, ya con el republicano en la Casa Blanca, ese entusiasmo se esfumó en parte.

Autocríticos, medios como el The New York Times prometieron mejorar la cobertura de esos Estados del “cinturón de óxido” que sorprendieron con su apoyo a Trump y le dieron la presidencia. Abrieron corresponsalías allí e intentaron controlar la tendencia a ver todo bajo el prisma hiper politizado de la costa Este, de las élites de Washington DC y Nueva York.

Cuatro años después, lo que se observa es que los vientos que buscan arrastrar a los medios a uno u otro “lado” (y anclarlos ahí) soplan con mucha más fuerza que en aquella elección. Las redes sociales ganaron un poder y una influencia que antes no tenían, hasta el punto de llevar a modificar la primera plana del The New York Times o terminar en la renuncia de su jefe de Opinión este año por una polémica columna de un senador republicano.

Es el mismo diario que a fines de septiembre, poco antes del primer debate presidencial, publicó una profunda y documentada investigación acerca de los impuestos que realmente paga el presidente Trump. Se trata de un tema sensible, un asunto que históricamente interesa a los estadounidenses. Esta vez, en medio del fárrago de una campaña que incluyó todo tipo de situaciones, su impacto fue relativo.

Mike Hisey dressed as U.S. President Donald Trump in a prison jumpsuit reads the New York Times in front of the New York Times office in the Manhattan borough of New York City, New York, U.S., September 28, 2020.  REUTERS/Carlo Allegri     TPX IMAGES OF THE DAY
Mike Hisey dressed as U.S. President Donald Trump in a prison jumpsuit reads the New York Times in front of the New York Times office in the Manhattan borough of New York City, New York, U.S., September 28, 2020. REUTERS/Carlo Allegri TPX IMAGES OF THE DAY

Hay críticas entre los medios también, la más reciente y ácida en un artículo de opinión en The Wall Street Journal bajo el provocador título de “Salvar al soldado Biden”. Lo firma William McGurn, miembro del consejo editorial del WSJ y, en su momento, autor de los discursos del presidente republicano George Bush (hijo). McGurn compara la campaña de 2016 con la de 2020: “En la era de Donald Trump, la objetividad de los medios era un lujo que Estados Unidos no podía darse. Pero se vio que la cobertura sesgada no era suficiente para impedir que Trump ganara. En lo que va de 2020, los medios aportaron una novedad: a Biden no hay que hacerle nunca una pregunta complicada”.

Ben Smith, el crítico de medios del The New York Times publicó en septiembre una columna en la que analizaba la “creciente tentación de muchos periodistas”, en especial en la televisión, de adoptar una postura “dura” que satisfaga a aquellos que no simpatizan con Trump. En el texto cita a Frank Rich, ex columnista del Times y hoy productor ejecutivo de series de éxito en HBO como “Veep” y “Succession”.

“Los muchos periodistas de los medios tradicionales que han estado siguiendo a Trump durante cuatro largos años, incluido yo mismo, corren inevitablemente el riesgo de convertirse en artistas de la interpretación para lectores agradecidos que ya están de acuerdo con nosotros”, dijo Rich a Smith. “Tienes que preguntarte si algo de esto ha influido en un solo votante de Trump”.

“Miren las noticias por cable para ver los beneficios de hacer el papel del periodista de televisión indignado. La Casa Blanca era, antes del señor Trump, aburrida (...) con los reporteros encadenados a una interminable, a menudo vacía, secuencia de eventos y sesiones informativas ritualizadas. Ahora es un juego de moralidad sobre la verdad, en el que los reporteros se hacen famosos al enfrentarse al señor Trump”, evalúa Smith.

The Washington Post coincidió recientemente con ese análisis. En su cuenta de Instagram @coveringpotus (Cubriendo al presidente de los Estados Unidos), destacó que en la recta final hacia las elecciones las “entrevistas confrontativas con funcionarios de Trump se convirtieron en un ritual de los canales de cable”, y muestra cuatro ejemplos, tres de CNN y uno de MSNBC.

La presión que el estilo único de Trump le genera a los medios tensa la cuerda al máximo. Durante buena parte de su presidencia, uno de los debates en el mundo del periodismo fue si era correcto o no decir que el presidente mentía. Marie Louise Kelly, de la National Public Radio (NPR), explicó por qué, pese a haberse encontrado con situaciones en las que Trump describe una realidad inexistente, optó por no decir nunca que el presidente mentía. Muchos de sus oyentes le pedían que usara la palabra “mentira”.

La periodista fue al “Diccionario de inglés de Oxford” para buscar la definición de “mentir”. “Lo que dice es que se trata de ‘una afirmación falsa con la intención de engañar’. La palabra clave aquí es ‘intención’. Sin la capacidad de meterme en el cerebro de Donald Trump, yo no puedo decirle a la gente cuál era su intención. Puedo decirle lo que dijo y en qué medida eso coincide, o no, con los hechos”.

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