
¿Cuál es la temperatura más baja que el cuerpo humano puede soportar sin morir? Para la medicina, descender por debajo de los 15,5 °C parece un umbral prácticamente incompatible con la vida. Sin embargo, la ciencia ha documentado casos excepcionales que desafían ese límite y obligaron a replantear lo que se creía posible frente al frío extremo.
Historias como la de la radióloga noruega Anna Bågenholm y la de un niño polaco llamado Adam, analizadas por Popular Science, muestran que, en circunstancias muy específicas, algunas personas han sobrevivido a hipotermias profundas que habrían sido consideradas fatales.
Estos episodios no solo sorprendieron a la comunidad médica, sino que también impulsaron el uso controlado de la hipotermia inducida como herramienta terapéutica, una práctica que aún conlleva riesgos significativos.
¿Qué es la hipotermia y cómo progresa?
La hipotermia se produce cuando la temperatura corporal central cae por debajo de los 35 °C. En sus primeras fases, los síntomas pueden ser sutiles: sensación de hambre, malestar, confusión y piel pálida y seca.
Cuando la temperatura desciende por debajo de los 32 °C, el cuerpo entra en una fase moderada de hipotermia, caracterizada por letargo, disminución del ritmo cardíaco y respiratorio, y alteraciones en el funcionamiento cerebral, que pueden llevar a comportamientos inusuales como el desvestirse en situaciones de frío extremo.
Si la temperatura interna baja de los 28 °C, la situación se agrava: la presión arterial y la frecuencia cardíaca se desploman, y el organismo comienza a apagarse progresivamente.

En este contexto, el caso de Anna Bågenholm, ocurrido en 1999, resulta especialmente sorprendente. Durante una excursión de esquí en Noruega, Bågenholm cayó a través del hielo y permaneció sumergida en agua helada durante cerca de una hora y media. Cuando los equipos de rescate lograron sacarla, su estado era crítico: no presentaba signos vitales y fue declarada clínicamente muerta.
Los rescatistas la intubaron y comenzaron maniobras de reanimación cardiopulmonar, que se mantuvieron hasta que los médicos pudieron conectarla a una máquina corazón-pulmón durante tres horas para elevar su temperatura corporal.
A pesar de que su sangre dejó de coagular, sufrió daños nerviosos y fallos orgánicos, Bågenholm logró recuperarse completamente. Tras un mes en ventilación mecánica y cinco meses de rehabilitación, regresó a su trabajo y a sus actividades al aire libre, según detalló Popular Science.
Un niño polaco bajo cero
Un caso aún más extremo se registró en Polonia en 2014. Adam, un niño pequeño, salió de la casa de su abuela en la localidad de Raclawice, al norte de Cracovia, cuando la temperatura exterior era de -7 °C.
Horas después, fue hallado inconsciente y rígido, en un estado tan grave que los rescatistas no pudieron intubarlo en el lugar. Al igual que Bågenholm, fue hospitalizado y conectado a un respirador artificial.
Su temperatura corporal había descendido hasta los 11,8 °C, pero, tras dos meses de tratamiento, Adam se recuperó por completo y recibió el alta médica, según informó Popular Science.
Factores determinantes y usos médicos

La supervivencia de Bågenholm y Adam ha intrigado a la comunidad científica. Los expertos consideran que varios factores contribuyeron a estos desenlaces favorables. A temperaturas normales, el cerebro requiere un suministro constante de oxígeno y nutrientes, pero el enfriamiento extremo reduce drásticamente estas necesidades.
Aunque las bajas temperaturas ralentizan las funciones neuronales, también disminuyen los procesos que provocan la muerte celular. En el caso de Bågenholm, la presencia de una burbuja de aire bajo el hielo le permitió seguir respirando mientras su cuerpo se enfriaba, lo que evitó daños cerebrales irreversibles por falta de oxígeno.
La medicina ha aprovechado este fenómeno en procedimientos quirúrgicos complejos. Según Niklas Nielsen, anestesiólogo de la Universidad de Lund, la comunidad médica conoce desde hace décadas los posibles efectos protectores de la hipotermia sobre órganos vitales. Durante cirugías cardíacas o cerebrales, los cirujanos pueden reducir la temperatura corporal del paciente para proteger el cerebro y el corazón.

En estas intervenciones, se utiliza una solución llamada cardioplejia para detener y enfriar el corazón, mientras una máquina externa mantiene la circulación sanguínea. El caso más extremo de hipotermia inducida con supervivencia y función cerebral intacta se registró en 1961, cuando un paciente fue enfriado hasta los 4,2 °C, según datos recogidos por Popular Science.
En ese sentido, Nielsen subraya que “las bajas temperaturas no deben hacer pensar al equipo médico que el paciente está más allá de la recuperación”.
No obstante, la hipotermia inducida implica riesgos considerables. Las técnicas actuales buscan limitar el enfriamiento para evitar complicaciones como infecciones, problemas de coagulación y daños renales.
Aunque el caso de 1961 representa el récord en hipotermia inducida, la mayoría de los expertos considera improbable que se vuelva a alcanzar una temperatura tan baja de forma segura.
A pesar de estos avances y de los casos excepcionales de supervivencia, la realidad es que la hipotermia accidental sigue siendo una amenaza mortal para la mayoría de las personas. Como recuerda Popular Science, la mayoría de quienes enfrentan condiciones similares a las de Anna y Adam no logran sobrevivir. Para los seres humanos, mantener el calor y resguardarse del frío extremo sigue siendo la mejor estrategia para evitar consecuencias fatales.
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