Rusia, ante una nueva era en Bolivia y con los ojos puestos en Venezuela

La reconfiguración que experimenta el país latinoamericano preocupa al Kremlin que intenta mantener sus contratos a resguardo más allá de lo institucional

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La reunión entre Evo Morales y Vladimir Putin en el Kremlin, en julio último (AFP)
La reunión entre Evo Morales y Vladimir Putin en el Kremlin, en julio último (AFP)

Mientras Evo Morales intenta revestir su estadía en México con un manto de épica, los verdaderos apoyos comienzan a abandonarlo. Sucede al tiempo que una desordenada sucesión trata de recobrar el camino de la institucionalidad en una Bolivia que vive momentos de zozobra, violencia y muerte desde el pasado 20 de octubre, cuando se cometió el monumental fraude electoral que desencadenó la grave crisis. Un sendero lleno de piedras que no nació ahora, sino que viene de larga data en los que el atropello a la constitución y la persecución política fueron moneda corriente. ¿Logrará la transitoria administración colocar la justicia por sobre el revanchismo? Será su mayor desafío para pacificar y normalizar el país.

Los comités cívicos, la Central Obrera Boliviana y la Asociación de Productores de Coca de La Paz instaron a arribar a un acuerdo para que se conformen las próximas autoridades electorales y así celebrar las nuevas elecciones presidenciales el 19 de enero de 2020. No será fácil el proceso. Las dos últimas organizaciones fueron apoyos históricos del depuesto gobernante aymara. Esos soportes se esfumaron incluso antes de que el alto mando militar le “sugiriera” a Evo que renunciara. El propio Morales hablaba de sus “horas finales” antes de que los uniformados le mostraran el camino. ¿Por qué los intérpretes regionales hablaron más de los militares en las horas decisivas que el mismísimo presidente saliente?

Lo cierto es que ahora Evo intenta dar órdenes a sus seguidores y a los legisladores que aún le son fieles -controla la mayoría de las cámaras con amplio margen- desde comunicaciones que emite desde Ciudad de México. Lo hace por teléfono y por Twitter, donde asegura que busca pacificar el territorio plurinacional. El jefe (ahora) opositor arribó hace una semana a aquel país históricamente receptivo para quienes buscan asilo desesperadamente. Pero también pretende que se cumplan los modales, aunque nunca lo dirán públicamente.

Ayer, Andrés Manuel López Obrador fue esquivo cuando le consultaron en su rueda de prensa “mañanera" respecto al gobierno interino de Jeanine Áñez. ¿Lo reconocerá? AMLO, como suele ser su costumbre con temas que lo incomodan, no fue concluyente aunque dejó el mensaje. Lo estamos pensando, respondió. “Nosotros tenemos nuestros tiempos y en su momento se va a tomar una decisión”, dijo. Evo tomó nota y sintió un déjà vu reciente que no esperaba.

Morales -como Nicolás Maduro en Venezuela- creyó que sus alianzas serían eternas. O al menos que lo sostendrían. Fue por eso que lo sorprendió que el vicecanciller Serguéi Riabkov hablara de “nueva líder” en Bolivia en referencia a Áñez, la senadora a cargo del Poder Ejecutivo. Lo hizo guardando las formas y tratando de no evidenciar una contradicción flagrante. También, porque nunca se sabe si las vueltas del destino podrían colocar al antiguo mandatario nuevamente en el Palacio Quemado. “Nos dimos cuenta de que, cuando fue nombrada para este cargo, no había quórum pleno en el Parlamento, por lo que vemos aquí algunos puntos que, por supuesto, tenemos en cuenta. Pero está claro que será percibida como la líder de Bolivia hasta que la cuestión de un nuevo presidente se resuelva a través de elecciones”, dijo Riabkov cinco días atrás.

Fue por eso que cuando Vladimir Putin habló de “vacío de poder” en verdad estaba intentando que ese espacio se completara, no era nostalgia. Es que al Kremlin sólo le preocupa una cosa en Bolivia y no es la institucionalidad, sino un interlocutor con quien sentarse a hablar de negocios.

Hasta hace un mes, Evo poseía una carta de presentación seductora: manejaba todos los resortes del poder boliviano sin contrapesos y se encaminaba a lo que creía una cómoda -aunque ilegal e ilegítima- re re reelección; la justicia le era sumisa al extremo de violar la Constitución Política del Estado coordinadamente; mantenía una oposición dominada y el control de los impresionantes recursos naturales con que la naturaleza premió a su pueblo.

Putin depositó hace tiempo sus ojos en el altiplano. Rubricó convenios que facilitan de forma laxa la provisión de energía al imperio ruso. Litio y uranio figuran entre lo más requerido por Moscú. Pero más: la construcción de un proyecto nuclear enigmático. Será alzado en la ciudad de El Alto, cercana a La Paz y a unos 4 mil metros sobre el nivel del mar. “Saludo y agradezco esta instalación”, le dijo Morales a su par ruso cuando lo visitó en su capital en julio pasado. El Alto es uno de los bastiones de Morales donde comenzó a perder apoyos desde el gran fraude. Allí, a 4.000 metros sobre el nivel del mar y con un costo de 300 millones de euros Rosatom -Corporación Nuclear Estatal Rusa- instalará un reactor al que llaman “centro de investigación”.

Pero lo firmado en tierra moscovita con Rosatom no fue lo primero que se acuerda en materia de “colaboración”. Es fruto de una larga negociación. El reciente gobierno boliviano ya envió a técnicos a capacitarse. El intercambio comenzó en 2018. En junio viajó el último contingente de 10 científicos. “El centro dedicará sus esfuerzos a la investigación en el ámbito del uso pacífico de la energía nuclear. Sus aplicaciones cubrirán varios sectores de la industria, la geología, la medicina y la agricultura”, explicó Putin ante un atento presidente boliviano. Y se ufanó: “Todavía no ha habido una experiencia parecida en la práctica mundial”. Es lo que se preguntan varios: ¿para qué se necesita una planta nuclear a semejante altura? Misterio. ¿Y cuál será el costo ambiental? Nadie lo respondió.

Pero no es el único mega negocio que desvela a Putin y que intentará mantener cualquiera sea el color del gobernante. Gazprom -la empresa de energía vinculada íntimamente al líder ruso- ganó varias licitaciones en el país latinoamericano en tiempos del Movimiento al Socialismo (MAS). Le preocupa mantenerlo. La gasífera se hizo con el ambicioso proyecto de gas de Vitiacua. Es una riquísima área concedida a la compañía por parte de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). La capacidad de producción se estima en unos 12 millones de metros cúbicos diarios. Extraña práctica de soberanía energética en tiempos de Evo. Por eso el Kremlin saluda a la “nueva líder”.

Es posible que en los próximos días China también se incline por Áñez y busque un eufemismo para reconocerla. De nuevo: son negocios.

El escenario irrumpe en Caracas y desencanta al dictador del Palacio de Miraflores. Rusia mantiene desde hace tiempo contactos con la oposición venezolana e incluso con posibles sucesores de Maduro dentro del mismo gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela, el PSUV. El gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez es el interlocutor favorito de Vladimir Zaemskiy, el embajador ruso en la capital. En Moscú saben que los tiempos del heredero de Hugo Chávez terminarán, pero sus multimillonarios contratos en explotación de recursos naturales deberán permanecer y, en lo posible, no ser sometidos a rigurosas e inoportunas auditorías.

Maduro teme y mira a Evo. El sábado último, cuando el régimen convocó a una contramarcha en respuesta al #16N de Juan Guaidó, sólo consiguió reunir a pocos miles de personas. Un puñado para lo que solían ser las manifestaciones populares rojas. En el acto de trinchera habló únicamente el general Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente. El jefe de la dictadura prefirió enviar un mensaje telefónico. Y publicar tuits, tal como Morales en su exilio.

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