Julieta Díaz: “Me llama la atención que haya gente que se enoja con el idioma inclusivo, pero no con los femicidios”

La actriz se reparte entre el desenfado al límite con el que juega en Las irresponsables y la intimidad de música y poesía que propone junto a su padre Ricardo en El oficio de dar. Y en su vida cotidiana, acompaña cada paso de su hija y da una batalla permanente contra la intolerancia

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Julieta Díaz: Estoy hace años en terapia buscando mi brújula

Siempre inquieta y abierta a los desafíos, Julieta Díaz disfruta de la experiencia liberadora de Las irresponsables, la obra que protagoniza con Gloria Carrá y Paola Krum con dirección de Javier Daulte, en la reapertura del Teatro Astros. Allí se reencontró con el disfrute del escenario, se da el gusto de trabajar con amigas y se permite explorar los límites con las transgresiones disparatadas que proponen los personajes. “Se genera mucha complicidad con el público, quieren ser nuestros amigos”, dice la actriz en esta entrevista con Teleshow, llevando al máximo la magia del teatro.

Con esa misma pasión, Julieta reparte su tiempo con otro proyecto, mucho más íntimo y personal. Se trata de El oficio de dar, el espectáculo de música y poesía que realiza con su padre, Ricardo Díaz Mourelle, los miércoles de agosto y septiembre en el Centro Cultural de la Cooperación.

En cada obra, como en cada paso de su vida, está presenta Elena, su hija de siete años y medio que motoriza su día a día. En un mundo que la preocupa, Julieta trabaja para encontrar la brújula y en una charla profunda hablará de algunas de sus inquietudes: la maternidad, la actuación, el feminismo, los miedos, la felicidad.

—¿Cómo son Las irresponsables?

—Son tres amigas que una noche se la dan en la pera, como dicen ahora (risas). Desbarrancan, y como en la ficción está todo permitido, hacen locuras y la gente se divierte mucho.

—¿Te la diste mucho en la pera?

—¿Vos sabés que no? Me la empecé a dar más en la pera de grande cuando me divorcié (risas).

—¿Ahora estás más tranquila?

—Sí, ahora tengo 44 y estoy más tranquila. De vez en cuando está bueno dársela en la pera un poco, pero hay que cuidarse. Si una noche se la van a dar en la pera, háganlo con amigos, con gente que confían, que sepan que los van a cuidar. Y los demás días... bueno, cálmense un poco (risas).

—¿En qué te permitís ser irresponsable?

—En general soy responsable y, por ejemplo con la maternidad, respondo y cumplo con todo lo que mi hija necesita. A veces uno se imagina que hay un ideal: que coman súper sano, que estén en la naturaleza lo más posible, que tengan una buena educación, que duerman bien, que no miren tanta pantalla. Pero después llega un punto en que vas equilibrando, porque no es fácil la vida cotidiana, y a veces es necesario que miren un poco de dibujitos y coman una cosa media rápida.

—¿Con vos, te cuidás lo suficiente?

—Conmigo tengo que estar atenta, porque a veces paso de estar súper ordenada con los cuidados y me cuelgo. Este laburo de no tener una rutina marcada por un lado es súper divertido y está buenísimo, y por otro lado, enseguida me desorganizo con la comida, con el sueño.

—Y más allá de la comida y el sueño, ¿estás conectadas con vos, con el escucharte a vos misma? ¿Poder parar el mundo si es necesario?

—Diste en el clavo porque estoy en eso. Estoy hace años en terapia buscando lo que con mi terapeuta llamamos la brújula. Él siempre me dice que mi brújula funciona bien, pero no le doy bola. Y te hablo del sueño y de la comida, porque también tienen que ver con eso. Por supuesto, comer un poco más o tomarte un vino, o salir y acostarte tarde, eso también me gusta. Pero me doy cuenta de que hay veces que, aunque tengo ganas de salir, necesito descansar. Y a veces tiene que ver con esto del deseo inmediato, con la cosa medio compulsiva, decir: “Bueno, pero el cuerpo me está pidiendo descansar...”. Estoy laburando un montón el tema de las pausas. Me doy cuenta de que no estoy pudiendo encarar el mundo sin hacer pausas. Eso también es un privilegio porque hay gente que no puede casi darse pausas. Hay que encontrar el momento de tomar una pausa, aunque sea dejar el celular 15 minutos.

Julieta Díaz: "Cuando mi hija es feliz no sólo estoy feliz, estoy aliviada"

—¿Cómo te llevás con esas pausas de la maternidad cuando Elena se va un poquito con el papá?

—Me llevo muy bien (risas). En ese sentido, a veces me siento un poco culpable. Yo me crie con padres divorciados desde los seis años y soy hija única, entonces creo que en algo influye eso. Está bueno la tenencia compartida, 50 y 50, porque el padre de Elena es súper presente y responsable. Y no es que estoy haciendo apología a la separación, pero por mi forma de ser, me hace muy bien.

A Julieta se le ilumina el rostro cuando habla de Elena. La niña nació con hipoxia, una falta de oxígeno en la sangre que le dejó como secuela una parálisis cerebral. Durante un tiempo mantuvo la relación entre ambas en el resguardo de su privacidad, hasta que empezó a compartir en sus redes algunos momentos con Elena, que este año pudo comenzar primer grado. “Ella tenía mucho deseo y tuvimos que atrasarlo un año para que ella pudiera llegar más fuerte”.

—¿Cómo decidiste abrirte a compartir parte de tu vida con Elena?

—Justo en este momento estoy tomando la decisión de no compartir tanto, pero primero te voy a contar por qué sí. Me daba cuenta de que todo el mundo comparte todas las cosas lindas que le pasan en la vida, y también que gente que no la conoce disfruta mucho su energía, su sonrisa. Además, en la situación en la que estamos, con una discapacidad en la familia, me pareció que podía romper la fantasía de que siempre de este lado todo es medio perfecto, y que podía ser interesante para otras familias que estuvieran transitando algo parecido. Por eso abrí tanto el juego, y me sentí súper halagada por las repercusiones: me doy cuenta de que ella tiene esa energía, cae bien, la gente la quiere, es una sagitariana súper sociable, súper querible y los medios se hicieron eco de eso. Ahora sentí que a lo mejor la estaba exponiendo mucho y decidí cuidarla un poquito más.

—¿Cómo fueron sus primeros meses en la escuela? Sé que estuvo toda esta situación de la maestra integradora que es un temón en todas las familias.

—Es todo un tema que se mezcla salud con educación y también algo de discriminación. Es un tema muy complicado. Hay muy pocos maestras y maestros integradores y hay muchos chicos con diferentes discapacidades que no han podido arrancar el primer grado o el segundo.

—¿Te sentiste discriminada alguna vez? ¿La sentiste a ella discriminada alguna vez?

—Es un tema muy delicado. Creo que todos nos hemos sentido discriminados por una u otra cosa. Pero no hace falta que haya una discapacidad. Yo soy feliz cuando la gente que quiero es feliz, pero cuando ella es feliz, además estoy aliviada. ¿Entendés la sensación?

—Es también saber que uno está haciendo algo bien.

—Sí, es un alivio. La otra vez ella estaba angustiada por no sé qué, una tontería, un capricho, y yo le empecé a decir cómo del otro lado del mundo hay una guerra y que hay chicos que están en situaciones muy terribles. Y realmente se me quedó mirando y dejó de llorar. Fue un poco cruel la manera, pero si nos ponemos a pensar en esas cosas, ¿de qué nos quejamos?

—¿Cuál fue el momento más difícil en todo este camino con Elena?

—Cuando un hijo sufre es difícil, por la situación que sea. Pero en esta circunstancia es más doloroso. Yo estoy muy agradecida porque ella está bárbara, es una nena muy feliz, va al colegio, a la colonia. Eso es parte de mi vida.

—¿Qué te gusta hacer con ella?

—Me gusta bailar, cocinar. Es muy charlatana, a veces le quiero leer libros y me dice: “No, charlemos”. Pintamos mucho, ponemos todas las témperas arriba de una mesa ratona y pintamos con la mano, con pinceles.

—Me encanta toda esa actividad artística. Es un poco quien sos vos.

—Sí, me gusta compartir eso con ella. Ahora además está muy contenta porque tiene una relación con mi padre hermosa, con su abuelo Ricardo, y está viendo los ensayos del proyecto. Mi papá le puso música a una letra mía, después le escribió una canción y a ella le encanta.

El oficio de dar es el espectáculo de poemas y canciones que Julieta prepara con su papá y que habla del arte compartido en familia, desde Atahualpa Yupanqui hasta Charly García, con la poesía como hilo conductor. “Estoy muy contenta de pasar esos momentos en familia y con este proyecto, que esperé toda la vida”, asegura la actriz, y se dispone a hablar del pasado, el presente y del futuro.

Julieta Díaz: "Me llama mucho la atención la gente que se enoja con el idioma inclusivo pero no con los femicidios"

—¿Hay algo del futuro que te asuste?

—Sí, el colapso ambiental. Estamos muy con el tema de lo político y lo económico, que no digo que no sea importante, pero creo que hay algo que es urgente que no se le da espacio. Es muy grave lo que está pasando con el medio ambiente.

—¿Y la economía hoy, cuánto te preocupa?

—Es algo que lo entiendo menos, la veo más lejana, pero es parte de lo mismo, de la manera de repartir, de producir. Son decisiones que se toman que no sé uno hasta dónde puede incidir. Y además me doy cuenta que yo estoy dentro del sistema y también aporto un montón de cosas que ya entré ahí.

—¿Cómo impactó en la carrera el feminismo?

El feminismo impactó en mi vida desde antes de que yo naciera. Lo que pasa es que me di cuenta recién cuando empezamos a hablar de eso, cuando volvió esta nueva ola feminista de tantas olas. Mi abuela paterna amó a mi abuelo y a sus hijos, pero renunció a cantar para poder casarse porque mi abuelo la hizo elegir. Ella era mezzosoprano, cantaba en Radio París, y eligió la maternidad y el matrimonio. Mi otra abuela había tenido nueve hijos y mi abuelo llegaba del laburo, apoyaba los pies en la mesa y ella lo servía. El feminismo te atraviesa, llegó mi madre con otras historias, y mis amigas, y mis maestras, y mis tías, y las mujeres de mi alrededor, hasta que me pasó a mí, que en el colegio algunos varones me maltrataban quizás sin darse cuenta porque ellos creían que tenían que ser así para ser fuertes.

—Bienvenido sea este momento.

—Sí. El feminismo no es una moda: es una mirada piadosa, justa, revolucionaria, sobre un sistema que siempre miró y utilizó a las mujeres como objeto de deseo, como algo necesario para poder producir y que sostengan en la casa los hijos, por fuera del sistema de producción. ¿Qué hubieran hecho todos esos hombres si no hubieran tenido una mujer para cuidar a sus hijos?

—Como si criar hijos no fuera también producir.

—Exactamente. El feminismo influyó en mi vida poder ponerle palabras a sensaciones, incomodidades, angustias, situaciones de mierda, anécdotas de mis amigas y mi familia. Me abrió los ojos, y creo que es importante un feminismo que incluya a los hombres con sus preguntas también y sus ganas de entender, pero creo que tiene que ver con ser más humanos también.

—Es importante porque todas hemos pasado, o tenemos una amiga que ha pasado, por una situación de violencia o de incomodidad. Sin embargo, cuando le preguntás a los hombres, la mayoría no fue ni conoce a un amigo que haya incomodado a una mujer.

—No dan los números, exactamente. Creo que hay que seguir revisando y también a nosotras mismas, porque tuve novios que me han dicho: “Eso que estás haciendo es bastante machista”. Amigas que me dicen: “Che, eso es un comentario machista...”.

—Estamos todos aprendiendo. Y hay mucha gente que se enoja mucho por esto.

—Sí, a mí me llama la atención que haya gente que se enoja con el idioma inclusivo, por ejemplo. Me ponen cosas espantosas en las redes porque escribo con la x, pero si subo un llamado de justicia para un femicidio no escriben nada. ¿Se indignan por decir les pero no se indignan con un asesinato?

—¿Por qué creés que se indignan tanto?

—No sé, no soy especialista en el tema. La sensación que me da es que a veces es difícil hacerse cargo de la propia miseria.

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