
Puntillosa y comprometida, Débora no quiere que nada quede librado al azar. Ni los detalles del maquillaje, ni cómo se ve el saco que luce, ni cuánta luz la ilumina cuando posa para la lente de Teleshow. Con una vasta trayectoria en el periodismo político, Plager está más asociada al off que le pueda dar algún funcionario y al mano a mano que pueda conseguir con algún ministro del gabinete nacional, que al baile, las plumas y el escándalo. Madre de los mellizos Tomás y Maximiliano, y en pareja con el periodista José Luis Pagano, este año Débora Plager, con 50 años cumplidos en febrero, integra La Academia de ShowMatch. Y su aventura no pareciera ser casual. “Que yo esté acá tiene que ver con una seguridad personal. Después de muchos años de carrera como periodista, esa seguridad adquirida está construida y sólida. Entonces puedo elegir qué hacer con libertad. Así es como decidí participar de La Academia”, asegura la periodista en charla con Teleshow, en el camarín que tiene asignado en los Estudios Baires, de Don Torcuato.
—Bailar, mostrar el cuerpo, dejarse puntuar… ¡Todo un desafío!
—Sí, pero acá no está involucrado mi trabajo profesional de tantos años. Estoy siendo evaluada desde algo lúdico. Desde el juego de bailar, cantar, disfrazarme e imitar. A veces con más suerte que otras... A mí lo que me preocuparía es que alguien cuestionase una nota que hice, un dato erróneo que eventualmente hubiera dado o algo no chequeado… Pero no me ha pasado. Ahí sí me sentiría juzgada. Esto es un juego, pero que me lo tomo con mucha responsabilidad y disciplina. De hecho, hay que entrenar todos los días. Gracias a mi bailarín Nicolás Villalba y a mi coach Pao García, en estos meses he ido incorporando muchos conceptos interesantes de la danza… Aunque claro que para el shuffle no tuve que estilizar los brazos, por ejemplo, porque es un baile muy urbano y aeróbico.

—Hace unos meses subiste a tu cuenta de Instagram una foto muy linda en la que se te veía la espalda, desnuda, frente al mar y con los brazos extendidos. ¿Dudaste en compartirla?
—Sí, dudé. Mirá que yo suelo subir fotos en traje de baño, pero ahí, aunque solo mostraba la espalda, me parecía que era la exposición de la desnudez. Que, de hecho, lo es. A pesar de que solo se ve la espalda... Para mí es una foto muy linda, porque me la saqué en el día de mi cumpleaños número cincuenta. Y habla de un sueño que cumplí: amanecer en una playa paradisíaca que siempre quise conocer, como es las Islas Maldivas. Me gustó eso de la desnudez, entre el agua y el sol… Fue un momento de mucha libertad.
—¿La libertad tiene que ver con poder mostrar el cuerpo?
—Sí, pero no necesariamente… Yo no hago una exhibición excesiva de mi cuerpo. Sí es cierto que no tengo prurito con hacerlo.

—¿Siempre te llevaste bien con tu cuerpo?
—Siempre. No hago un culto del exhibicionismo tampoco. Solo que, mi cambio interno, además del cambio de época, contribuyeron a que yo lo pueda hacer con libertad. Cuando empecé a trabajar en el periodismo, no tenía ni la seguridad personal, ni el camino recorrido… Tampoco el tiempo coyuntural ayudaba a que una joven periodista pudiera mostrarse sexy sin pagar un precio, y sin que se pusiera en duda su capacidad profesional.
—¿Qué pasó en vos?
—Siempre fui igual, no hay ningún cambio. Solo tengo una seguridad personal por haber recorrido un camino sobre bases sólidas. Y siempre tuve la suerte de que me acompañara cierta estética agradable.

—¡Sos una bomba!
—Ja, ja, ja. Gracias. Y siempre lo mostré. Me cuido. Siempre fui al gimnasio. No sé si me gusta, pero lo hago por responsabilidad personal, para estar saludable. Y al mismo tiempo porque quiero que el cuerpo me acompañe bien armado la mayor cantidad de años posibles. Nunca hice dieta, pero aprendí a combinar la alimentación con la actividad física. Trato de ser disciplinada.

—¿Es decir que nunca fuiste una chica recatada o con problemas para mostrarse sexy?
—Siempre fui igual, pero antes no había redes. En los noticieros no había espacio para una ropa más descontracturada. Pero quienes me conocen y me vieron fuera saben que por ahí me pongo un shorcito. Es decir, no hay un gran cambio en mí. Solo la confluencia del camino recorrido, con el cambio de época.
—¿Por dónde pasa el disfrute en el certamen?
—Por el proceso. El día que me toca salir digo: ‘¡Ay, me toca! ¡Dios mío!’ Pero el proceso es terapéutico. Es hablar de otra cosa. Es pensar en música, pasos y ritmos para mí, que estoy todo el día en la coyuntura y la actualidad. Nunca antes había bailado. Así que es mover otro hemisferio del cerebro. Algo que antes ejercitaba. Es muy saludable.
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