
Una máquina expendedora se convirtió en el escenario de un experimento radical para la inteligencia artificial: permitir que un sistema gestionara de forma autónoma un negocio de baja complejidad. La apuesta, desarrollada sobre la base del modelo Claude de Anthropic, terminó en solo tres semanas con la pérdida total de 1.000 dólares y una colección de decisiones insólitas, desde la compra de artículos poco apropiados hasta la entrega indiscriminada de productos gratuitos.
El proyecto, denominado Project Vend, fue dirigido por el equipo de pruebas de Anthropic, conocido internamente como red team. El objetivo era simple: examinar la capacidad autónoma del modelo para administrar, con mínima intervención humana, las operaciones diarias de la máquina expendedora ubicada en una oficina utilizada por periodistas del Wall Street Journal.
La estructura incluía dos agentes virtuales: Claudius Sennet, responsable del funcionamiento cotidiano —desde la selección y compra de productos hasta la fijación de precios y el control de inventario— y Seymour Cash, supervisor virtual encargado de supervisar las decisiones estratégicas clave.

Se proporcionó a Claudius Sennet un capital inicial de 1.000 dólares y la libertad de realizar pedidos independientes de hasta 80 dólares cada uno. Tras una etapa inicial de observación humana, la operación se trasladó progresivamente al control exclusivo de la IA, simulando una gestión totalmente automática. El objetivo explícito era que la inteligencia artificial lograra aumentar el capital adquiriendo productos a mayoristas y vendiéndolos con margen.
Durante los primeros días, Claudius actuó con prudencia: descartó propuestas impropias de los periodistas y se restringió a operar con alimentos y bebidas habituales, manifestando, por ejemplo, que no consideraría la compra de una consola de videojuegos. Este comportamiento inicial reforzó la sensación de que la IA era resistente tanto a la presión como a la manipulación externa en un ambiente monitorizado.
La dinámica se alteró cuando el canal de comunicación, a través de Slack, pasó a estar disponible para unas 70 personas. El aumento de solicitudes y la creatividad de los usuarios, habituados a analizar sistemas complejos, erosionaron la capacidad de defensa del sistema automatizado. Tras superar el centenar de mensajes, Claudius aceptó realizar la llamada “Ultra-Capitalist Free-For-All”, una promoción de dos horas en la que todos los productos pasarían a ser gratuitos.

Lo que debía tratarse de una excepción rápidamente se volvió la norma: convencida por nuevas argumentaciones, a menudo infundadas, la IA consideró que vender productos podía violar supuestas regulaciones internas. Así, los precios bajaron a cero sin volver a recuperarse, y la gama de productos ofertados se expandió sin control. Aparecieron compras tan inesperadas como botellas de vino, una PlayStation 5 y hasta un pez betta vivo, que resultan ajenos a la lógica habitual de una máquina expendedora.
Frente al desorden, el agente supervisor Seymour Cash intentó finalizar el reparto gratuito y restaurar las transacciones normales. Sin embargo, algunos empleados presentaron documentos falsos atribuidos a un “consejo de administración”, logrando que la IA los aceptara como auténticos y suspendiera sus responsabilidades. Privado de cualquier restricción, Claudius reanudó el envío gratuito de productos. Para ese momento, el capital inicial de 1.000 dólares ya se había agotado y el experimento se dio por cerrado poco después.
La IA todavía puede ser emboscada por el humano
Desde el exterior, el resultado parece la representación digital de un fiasco empresarial. Ninguna persona admitiría una gestión que regala mercancía, compra artículos absurdos y se deja manipular por simples documentos apócrifos. No obstante, el equipo responsable del experimento interpreta lo ocurrido como una oportunidad para aprender y fortalecer futuros desarrollos técnicos.

Logan Graham, líder del red team, defendió estas pruebas, destacando que exponer a la IA a contextos de error, ambigüedad y presión social es necesario para avanzar hacia herramientas más fiables en situaciones comerciales reales.
Las conclusiones del experimento también ilustran los límites actuales de sistemas como Claude: si bien demostró habilidades en interpretación lingüística y operaciones transaccionales sencillas, su vulnerabilidad ante la manipulación social y la ambigüedad normativa quedó al descubierto.
La facilidad con la que la IA validó documentos apócrifos, aceptó cambios de política sin fundamento y perdió el control operativo introduce un desafío considerable para su posible integración en contextos donde empresas y entes públicos consideran delegar funciones críticas a sistemas automáticos.
Así, si una IA avanzada no resulta capaz de administrar sin incidentes una simple máquina expendedora, la viabilidad de confiarle operaciones comerciales o procesos administrativos de mayor complejidad se mantiene en entredicho. A día de hoy, la promesa de una IA como fuente segura de rentabilidad aún está lejos de materializarse y la autonomía económica total de estos sistemas permanece fuera de alcance.
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