
El sábado 15 de noviembre no fue la noche soñada que Belén Bordone (31) y Tomás Cortés (39) planearon durante siete meses. Minutos antes de las 19, luego de que ella ingresó del brazo de su padre a la iglesia Inmaculada Concepción de Intendente Alvear (La Pampa), se desató una tormenta que dejó a familiares y amigos en una penumbra premonitoria. Afuera, a solo siete cuadras de la parroquia, un temporal con ráfagas de 120 kilómetros por hora estaba borrando del mapa la fiesta que aún no había empezado.
No hubo vals, ni carnaval carioca. La carpa blanca instalada en el jardín de la casa de la pareja quedó aplastada contra el suelo. Mientras salían de la iglesia, Tomás recibió un llamado que confirmó lo peor: “Tomi, no sé cómo decirte esto, pero no hay fiesta”, le dijo la organizadora del evento. La celebración prevista para 200 invitados, terminó con unas 50 personas del equipo de trabajo —entre ellas el DJ y los mozos— refugiadas entre el living y la cocina, sin luz.
La imagen que resume la noche es la de Belén cambiándose el vestido de novia por un jean y unas botas de goma. “Andaba con un paraguas de nuestro hijo parando a la gente en la puerta de casa para que no entrara”, le cuenta a Infobae. Tomás, en tanto, se ocupó de contener a los proveedores y las personas que habían contratado para trabajar en la fiesta: “Les dije que acá nadie la había fallado a nadie y destaqué su profesionalismo. Lo que pasó fue totalmente atípico: un viento de esas características no es normal en la zona. Por suerte nos agarró en la iglesia y no en la carpa, porque hubiese sido terrible”.
El golpe fue duro, pero no los quebró. Acostumbrados a atravesar situaciones límite juntos, como el nacimiento de su hijo Indalecio (3) con apenas 678 gramos, ya piensan en una revancha para marzo de 2026. “Seré la única novia que va a usar su vestido dos veces”, dice Belén.


“Casarme era el sueño de mi vida”
Belén y Tomás se conocen desde hace más de una década. Él era amigo de su hermano mayor y, además, vecino: el patio de la casa de él lindaba con el de los padres de ella. Al principio, la relación fue a distancia, mientras Belén estudiaba Educación Especial en Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires. Cuando regresó a La Pampa, se mudaron juntos y, en 2022, nació su primer hijo, Indalecio.
Más allá de eso, había un deseo pendiente. “Casarme era el sueño de mi vida”, dice Belén. Cansada de esperar la propuesta, fue ella quien tomó la iniciativa. No hubo cena romántica ni preparativos: un lunes de mayo a la noche sacó los anillos, se arrodilló frente a Tomás y le hizo la pregunta. “¿Te querés casar conmigo?”, le dijo.
Desde ese momento, empezaron a organizar la fiesta. Decidieron hacerlo en su propia casa, una quinta espaciosa con jardín. “Un íntimo amigo mío es sonidista y, como trabaja hace años en el rubro y tiene muchos contactos, nos dio una mano grande con los preparativos. Hicimos todo bastante rápido”, cuenta Tomás.
Al día siguiente del “Sí”, Belén se puso en contacto con una marca de Buenos Aires donde había visto un vestido de novia y agendó una cita. “Fue lo primero que hice”, recuerda. Después, se reunieron con el DJ, buscaron fotógrafo y camarógrafo y eligieron el catering y la barra. “Tuvimos varias reuniones con todos los proveedores, venían a comer a casa, siempre con buena onda. Esperábamos el día de la fiesta con muchas ganas”, coinciden.

El día de la boda
El plan era casarse por iglesia y seguir con el civil y la fiesta en una carpa que habían levantado en el jardín de su casa. Si bien el Servicio Meteorológico anunciaba lluvia, nada hacía prever el feroz temporal que se desató horas más tarde. “Yo, que soy productor agropecuario y me dedico al campo, miro el pronóstico permanente. Se esperaba algo así como doce milímetros. El tema fue el viento”, explica Tomás.
Por las dudas, Belén apeló a todos los rituales conocidos. “Llevé una docena de huevos al colegio de Indalecio, que es católico, clavé cuchillos en la tierra para ‘cortar el agua’. Mi mamá enterró huevos y puso cabezas de cebolla en la ventana más alta de la casa. Todo. Hicimos de todo”, enumera.
La previa transcurrió sin sobresaltos. Belén se quedó en la casa y Tomás se reunió con un grupo de amigos en la casa de los padres de uno de ellos, frente a la iglesia. “Cruzamos la plaza y llegamos cantando. Estuvo muy divertido”, recuerda. Indalecio entró con las alianzas junto a sus primos y Belén hizo su ingreso del brazo de su padre. Hasta ese momento, el cielo estaba nublado.


Minutos después de la entrada de la novia —cerca de las 18.50— empezó a llover con fuerza y se cortó la luz. Al mismo tiempo, empezó a escucharse un ruido seco, como de piedras golpeando el techo. Una ventana se rompió. “El techo parecía que se iba a salir”, recuerda Belén. “Igual, si pienso en ese momento me emociono: estaba toda la gente iluminándonos con las linternas de los celulares, alentándonos. Nos pusimos los anillos a oscuras”.
Dentro de la iglesia, nadie alcanzaba a dimensionar lo que ocurría afuera. “Lo único que pensaba era: ‘Pobre el chico del catering, se le debe estar apagando el fuego del asado’. No éramos conscientes de lo que estaba pasando”, admite.
La magnitud del daño recién quedó clara cuando salieron de la parroquia. Apenas se subieron al auto, Tomás recibió el llamado de la organizadora contándole que la carpa se había desplomado. “Llegamos y todos se habían resguardado entre el living y la cocina de casa. Eran como 50 personas. Muchos estaban llorando. Di unas palabras. Les dije que habíamos hecho un gran equipo y que lo importante era que estábamos todos bien”, recuerda.
“Yo me saqué el vestido, me puse un jean y unas botas de goma y salí a juntar las cosas”, repasa Belén. En las horas siguientes, amigos y familiares se acercaron a ayudar. La comida y los postres se repartieron entre distintas instituciones para que no tener que tirarlos. El juez de paz, que los esperaba para hacer el civil, tuvo que retirarse. “Era como un velorio”, coinciden. “Yo, además, estaba muy enojada. ‘No podemos tener tanta mala suerte’, pensaba”, dice ella.
“Todo lo malo que nos pasó, nos unió”
El casamiento frustrado no fue el primer golpe que les tocó atravesar. En enero de 2022, su hijo Indalecio nació de manera prematura, a las 24 semanas de gestación, con apenas 678 gramos. Pasó cinco meses internado en neonatología: el diagnóstico era “minuto a minuto”.
“Estuvo mucho tiempo en humedad, simulando que estaba en la panza. Recién pudimos agarrarlo casi al mes”, recuerda Belén. En el medio, Tomás contrajo Covid y, durante varios días, solo pudieron ver a su bebé por videollamada. “Una vez nos contactaron y nos dijeron que Inda estaba muy grave. Fue horrible”, dice ella. “Había días en los que rogabas que no sonara el teléfono”, agrega él.
Por lo delicado del cuadro, ni siquiera podían acompañar a Indalecio juntos. “Entrábamos de a uno”, dice Belén. La excepción fue el bautismo. “Lo bautizamos un día después de que nació: nos dieron un permiso especial”.
Durante ese tiempo, la pareja se instaló ocho meses en Capital Federal. Primero por la internación, después por los controles posteriores. La única compañía permanente fue la madre de Belén. “Se vino a vivir con nosotros. Nos esperaba con la comida y la ropa limpia”, cuenta ella. “Arrancábamos a las siete de la mañana en el sanatorio, volvíamos, almorzábamos y regresábamos a la tarde hasta la noche. Así, durante 137 días”, recuerda Tomás.


Esa experiencia previa los fortaleció como pareja. “Todo lo malo que nos pasó, en vez de separarnos, nos unió”, resumen. “El primer día después del temporal no pensamos en nada, estábamos en shock total. Al día siguiente, codo a codo, dijimos: ‘En esta vamos a tener una revancha’. Sabemos que vamos a tener que gastar bastante más dinero para hacer de vuelta la fiesta, pero no nos vamos a quedar con esta espina en el ojo”, dice Tomás.
La revancha ya tiene fecha: mediados de marzo de 2026. La idea es hacer primero el civil, al atardecer, y después la celebración que quedó pendiente. Será en el mismo lugar y con muchos de los mismos proveedores. “Creo que voy a ser la única novia que va a usar su vestido dos veces”, dice Belén, aunque al principio dudó. “Me pregunté si tenía que comprarme otro, porque la gente ya me había visto. Después lo descarté: peor suerte de la que tuvimos no vamos a volver a tener”.
Tomás rescata la parte llena del vaso. “Al final te quedás con el cariño de la gente. Ella tuvo tres despedidas de soltera, yo tuve dos. Hubo personas que vinieron de muy lejos a acompañarnos y otras que ni siquiera estaban invitadas y nos escribieron igual para darnos apoyo”, dice. “Cuando tengamos la fiesta en marzo, todo esto va a quedar como una anécdota”, se despide.
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