“Tenía diagnóstico de trastorno límite de la personalidad desde los 14 años. No pudo soportar la vida”. Así arranca a contar Camila Viliguer lo que sucedió con su hermana y que la marcó para siempre. Paula Viliguer desde ese primer diagnóstico vivió entre internaciones y acompañamientos terapéuticos las 24 horas. “Hicimos todo los que nos pedían los médicos. Tomamos las precauciones necesarias. Pero Paula era una adulta y tenía que vivir su vida. Siempre que nos necesitó estuvimos”, explica Camila en diálogo con Infobae por videollamada desde Rosario.
Camila escribió un posteo en el Instagram de Empesares, una ONG que ayuda a los familiares de personas que se quitan la vida. “Los que quedamos somos sobrevivientes. El duelo de los hermanos no tiene el mismo espacio que el de los padres. No hay respuestas de lo que pasó. En un santiamén no está más. Las reuniones familiares cambian. Ya no hay miradas cómplices, nada”, escribió Camila en la red social.
“Los familiares somos sobrevivientes”
La joven, traductora de inglés, empezó a ir a las reuniones de Empesares. “Ahí me sentía con gente que había pasado por situaciones similares. Que tenía sentimientos similares”, explica Camila. En esos grupos, la joven rosarina se preguntaba junto a otras personas cómo había sucedido. “Y la otra cuestión es cómo seguir frente a la ausencia de ese ser querido. En mi caso es mi hermana Paula, la persona con la que había crecido. Que me conoce desde que nací”.
Camila dice que tiene como un sexto sentido que descubre en la mirada a familiares o amigos de personas que se quitaron la vida. “La tristeza en los ojos es inconfundible”, sostiene.
Paula vivió esos 20 años con la mochila de estar medicada sobre sus espaldas. “Podés tomar medicación por cualquier otro motivo y no pasa nada -explica Camila-. Pero si es por un tema de salud mental te tildan de loca. Y quedás marcada con ese idea para toda tu vida. A mi hermana le pesaba ser vista como una ´loca´ por la sociedad”.
Desde la adolescencia Camila y Paula eran de esas hermanas amigas. “Éramos muy cercanas desde chicas”, recuerda la joven. Pasaron 20 años desde el diagnóstico hasta el final. “Todo ese tiempo, Paula vivió en internaciones, con psicólogo y psiquiatra y acompañamiento terapéutico -relata Camila-. La pandemia, además, no ayudó. Lo que yo aprendí tras el paso del tiempo desde lo sucedido en febrero del 2023 es que ella intentó hacer la vida más normal que pudo”.
En las imágenes de esta nota se las ve sonrientes en una marcha del Ni una menos o chocando sus manos con el pañuelo verde, símbolo de la lucha de las mujeres por el aborto legal. Las chicas se subieron y compartieron la ola feminista. En otra foto, están en una escena familiar junto a una torta en un comedor diario. Cada una tiene detrás una historia del tiempo que Camila y Paula construyeron juntas.
La vida de Paula
Paula tuvo parejas, cuidaba a tres gatos y en algún momento de su juventud abrió un negocio de petshop. “Tenía mucho enganche con los animales. Era rescatista y también su casa funcionaba como hogar de tránsito de gatos abandonados -recuerda Camila-. Al mismo tiempo, era una chica muy sensible. Todas las situaciones le causaban mucho dolor. Recuerdo cuando se nos murió un perro cuando éramos chicas y no podía soportarlo.” Paula también estudió Licenciatura en Filosofía en la Universidad de Rosario. “En ese momento pensamos que se había encaminado. Que había encontrado algo que la conectaba a la vida. Creo que lo intentó pero no pudo”, sostiene Camila.
Pasaron menos de dos años desde el momento de la muerte de Paula y no hay día que Camila no la recuerde. “Es muy fuerte porque al ser una muerte violenta hay una causa judicial que se inicia. Se investiga como un posible asesinato - cuenta la chica y sus ojos se llenan de lágrimas-. La policía no tiene la preparación necesaria para tratar con los familiares de una persona que se acaba de quitar la vida. Te tratan como sospechosos. Enseguida te cierran el acceso al departamento y te hacen preguntas muy incómodas. Cuando en realidad en la mayoría de los casos es obvio que se trató de un suicidio”.
A Camila se la ve tranquila. Se quiebra un poco cuando habla de su hermana. Pero al mismo tiempo se le dibuja una sonrisa cuando recuerda los momentos vividos. En una época las chicas eran vecinas en el mismo edificio. Allí, Camila la visitaba a diario. La familia cumplía todos los requerimientos que le habían dado los médicos. Se controlaban los medicamentos y la casa estaba organizada para una persona con problemas de salud mental. “Entendí que a Paula le dolía existir. Le costaba respirar y cada paso o momento de la vida cotidiana - sostiene Camila-. Es una lógica muy difícil de entender desde afuera. Pero era ese sentimiento de pesadez lo que no la dejaba vivir.
La carta final de Paula
La joven rosarina hizo terapia de toda su vida. Eso lo ayudó en estos momentos para soportar el dolor. Para convertirlo en recuerdo. “En estos casos no existen llamados de atención, si señales de lo que le pasaba a mi hermana. Me queda la tranquilidad, junto a mis padres, que hicimos todo lo posible por ayudarla y contenerla en su situación. No se pudo”, reitera Camila y sus ojos dan cuenta de esa resignación.
Paula dejó una carta que la Justicia retuvo y que Camila logró recuperar después de un tiempo. La chica la conserva en su casa como un objeto preciado, el último mensaje de su hermana. “Golpeé todas las puertas necesarias y esperé todos los tiempos de la Justicia. Pero necesitaba tener ese texto conmigo. También se pudo quedar con el celular de su hermana. “Los primeros días estás como en shock. Llamaba al celular de mi hermana a ver si me atendía. Cuando, además, lo tenía en mi departamento. También veía gente parecida en la calle. Pensaba que era ella, que era imposible que esté muerta”.
Dentro de esa película que son los primeros días tras la muerte violenta de un familiar entra todo lo que esa persona deja. “Había que desarmar su casa, su ropa y sus objetos. Dar en adopción a sus gatos -recuerda Camila-. Todo tenía su olor. También es muy fuerte entrar a la casa y ver como todo quedó detenido en el momento en que tomó la decisión”. Volver a entrar a la casa Paula después de que la policía había hecho las pericias. Ver la cocina. Quizás la chica había dejado algún plato sin lavar. El baño con algún frasco de crema y el shampoo que siempre usaba. Y los tres gatos que la buscan sentada en el sillón favorito del living o en la cama.
El texto de Paula estaba dirigido a su familia. Allí, contaba sus razones. “El día de su muerte había sacado una foto, pero yo quería el texto original con la letra de mi hermana -cuenta Camila-. Quería quedarme con esa parte de ella”. La joven tiene guardada la carta. No es que vuelve a leerla todo el tiempo, “prefiero recordar los momentos felices que vivimos juntas”. Pero si hay una frase que le resuena en su pecho todo el tiempo y que para ella define con exactitud lo que sentía Paula en el momento de tomar la decisión. “Si yo fuera renga no me pedirían que corra”. De ese dolor que le costaba cada minuto de su vida cotidiana. Durante la entrevista, Camila lo repite varias veces. “No pudo soportar la vida. Hasta le dolía respirar”, admite Camila.