“Hoy tengo la voz al 30 por ciento”, anticipa Giuseppe Salerno a Infobae. Parece una broma. Ni bien arranca a cantar despliega una potencia que atrae como un imán a los que pasean por la banquina del puerto de Mar del Plata.
“Che bella cosa, ‘na jurnata ‘e sole/N’aria serena doppo ‘na tempesta”, entona “Popeye”, como lo llaman cariñosamente, al compás del acordeón a piano.
Durante la temporada la rutina se repite todas las tardes, a partir de las 14, desde casi medio siglo. Giuseppe llega con un gorro de marinero, un banquito y bolso negro (depósito de las propinas) y se pone a tocar. A veces de manera espontánea; otras a pedido del público. Los clásicos, como O sole mío, nunca fallan. “También sale mucho Torna a Surriento (Vuelve a Sorrento) o algún tango”, dice el hombre de manos anchas y dedos gruesos.
“¿Sabés lo que me costó hacerme un lugar acá? Lágrimas de sangre. Antes acá vendían anchoíta. Yo llegaba y no tenía un lugar. Tenía que pedir que me hicieran espacio. Era bravo”, recuerda.

De Salerno, Italia, Giuseppe es el tercero de cuatro hermanos varones y llegó a la Argentina cuando tenía apenas siete años. Era 1957 y su familia, que viajó escapando tras la guerra, se instaló en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires.
A Mar del Plata vino por primera vez en 1975 para su Luna de Miel. “Llegamos acá por el consejo de mucha gente, que sabía que en el puerto había una fuerte colectividad italiana”, repasa. Unos años después él y su mujer, Alicia Mabel Martínez, decidieron radicarse en La Feliz, donde después nació su hijo Rocco.
De aquellos años, Giuseppe recuerda que comenzó a tocar en Chichilo, el emblemático restaurante del puerto marplatense: “La primera vez que me escuchó cantar, Don Chichilo se puso a llorar. Yo iba mesa por mesa. ‘Qué tal, buen provecho, ¿qué les dedico?’, le preguntaba a los comensales. ‘Cantame O sole mío, gordo’, me contestaban. Yo tenía una panza así”, dice y bordea su abdomen haciendo un círculo con la mano.
Su amor por la música, dice Giuseppe, lo lleva en la sangre. “En mi familia eran todos músicos. Mi abuela paterna cantaba en el coro de la iglesia y mi abuelo paterno tocaba la tuba en la banda del pueblo. Mi papá, además de ser un gran zapatero, tocaba el acordeón, la guitarra, la mandolina, el violín. Yo aprendí a tocar el acordeón en la panza de mi mamá”, bromea.

A los 18 años, Giuseppe formó un grupo de música tropical y, después, un trío de música moderna con su hermano menor, Antonito. “Hacía rock con un bajo eléctrico de 12 cuerdas. ¿Sabés lo que era? Teníamos los mejores equipos”, recuerda.
Más adelante aprendió a cantar tango de la mano de “un tenor del Teatro Colón”. “Se llamaba Ricardo Enrique Domínguez. Daba clases en Floresta. Él me enseñó a cantar a Violeta Rivas, a Néstor Fabián, a Juan Ramón, a muchos me enseñó a cantar”, dice.
Hombre de melodías y de mar, a “Popeye” le sobran anécdotas en el agua. “En una época iba a pescar y hacía música. Un día estábamos por entrar al puerto de Mar del Plata. Veníamos en el barco de un tano que era un miseria. Íbamos cargados de langostinos y el barco se movía de acá para allá. ‘Hay que sacar peso. Tiremos los langostinos’, le dije. El tano se volvió loco. ‘Corremos riesgo de hundirnos’, le insistí. Al final, cuando se descuidó, empezamos a tirar los langostinos al mar. Imaginate cuando se dio cuenta. ‘Los voy a matar a tutti’, gritaba. A los marineros los corrió por todo el barco: ‘¿Qué me hicieron? Me arruinaron’, decía”.

Además de tocar en la banquina del puerto, Giuseppe se dedica a reparar acordeones y volver a ponerlos en circulación. “Con eso me mantengo. No soy un amarrete. Yo la plata la dilapidé: comí, chupé, salí. Me divertí. Iba a cenar con mi familia, iba de picnic a la Laguna de los Padres. Yo tenía auto, siempre tuve algún cachivache. Entonces pasábamos por la carnicería, por la pescadería y me traía unas tiras de asado o un salmón de 7 u 8 kilos. Todo un espectáculo. Me acuerdo que mi suegro le decía a mi hijo: ‘Tu papá tiene los bolsillos rotos, se le cae la plata por todos lados’”, cuenta entre risas y jura que no se arrepiente.
“Si no hubiera vivido todo eso, ¿qué hago ahora que encima estoy viudo? Hubiera tenido dos casas, pero ¿para qué?”, dice.
De su historial de anécdotas, Giuseppe también recuerda haber compartido cenas con grandes figuras. “Toqué para (Raúl) Alfonsín y (Osvaldo) Pugliese. También compartimos alguna cena. “Alfonsín era un hombre muy bueno. Cada vez que me veía me saludaba: ‘Salernito, ¿cómo andás?’, me decía”.
“Ojo que yo no soy radical. Yo soy amante de los que le hacen bien al pueblo. No del que hace bien para su bolsillo y para los suyos. Acá en Argentina hay mucho para dar. Todos nosotros tendríamos que tener un auto cero kilómetro. Pero la gente se muere de hambre”.

Mañana, 14 de enero, Giuseppe cumple 74 años. Lo celebrará haciendo lo que más le gusta: tocando el acordeón en el puerto de Mar del Plata.
Fotos: Christian Heit.
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