Cambió su viaje de egresados por una moto, fue repartidor y creó un servicio de mensajería y una app en desarrollo

A los 19 años, Leonardo Romero salió a trabajar haciendo envíos para ayudar a su familia. Esa experiencia lo impulsó a crear un negocio propio que combina tecnología aplicada con su conocimiento del rubro de la logística. Hoy sigue estudiando y se prepara para ganarse un espacio en el mercado de plataformas

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Leo Romero se preocupó por su futuro, mientras sus compañeros de escuela organizaban el viaje de egresados al que no fue
Leo Romero se preocupó por su futuro, mientras sus compañeros de escuela organizaban el viaje de egresados al que no fue

Villa Soldati es un barrio de monoblocks, casas bajas y predios descampados. En ese punto del sur donde la Ciudad de Buenos Aires se difumina con el Conurbano, Leo Romero pasa todos los días frente a dos pantallas gigantes y un teclado gamer multicolor: son su pico y pala para construir un proyecto propio en el mundo de la innovación. Desde esa habitación trabaja como desarrollador front end y diseñador UX para una startup uruguaya, se capacita todo lo que puede y fue allí también donde imaginó que podía convertirse en su propio jefe con un emprendimiento enfocado a los servicios de logística.

Hace tres años fundó ReparteAr, una marca de servicios enfocada a ofrecer repartos en la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia, “craneó” el desarrollo de una aplicación que está en etapa de “descubrimiento de producto y promete aportar nuevas soluciones que el mercado de plataformas no ofrece. Su ambición es competir por un lugar propio en el ecosistema tecnológico, “lento pero a paso firme”. Con 25 años, este joven emprendedor ya recorrió unos cuántos kilómetros para acercarse a su objetivo.

En 2014 Leo terminó sus estudios secundarios en el Colegio Domingo Sarmiento situado en Recoleta, la otra punta de la ciudad. Mientras sus compañeros se preparaban para el viaje de egresados, él pensaba cómo iba a seguir con su vida. “La tecnología siempre me llamó la atención y estaba en todas partes”; en su escuela había elegido la orientación en informática y para continuar en ese rumbo se anotó en el ciclo básico de Ingeniería en Sistemas de la UBA, pero muy pronto, esa experiencia terminó en frustración. “Es la sensación de muchas personas que hacen el salto de la secundaria a la universidad, que no saben qué hacer y cuando se deciden por estudiar no les va bien. Lo que me pasó a mí, por pasar de la escuela pública a la universidad, es que noté mucho la diferencia con los chicos que venían de escuelas privadas o los que tenían recursos para pagar clases particulares. Ellos tenían tiempo para ir a clases de apoyo y tenían facilidad de socializar con amigos: hay muchos factores que dificultan esa inserción en la universidad”. Para Leo el camino universitario fue una cuesta empinada que terminó por abandonar.

La moto que recibió a cambio del viaje de egresados le sirvió para empezar a trabajar en mensajería
La moto que recibió a cambio del viaje de egresados le sirvió para empezar a trabajar en mensajería

Sus padres, Felipe y Rosa, siempre le insistieron a su hijo para que estudiara. Los Romero se afincaron con su familia en Villa Soldati cuando lograron conseguir un crédito hipotecario para construir su primera casa. Había costado tiempo y esfuerzo: Rosa se ganaba la vida como empleada de limpieza en una empresa contable y Felipe llevaba años dedicado a hacer repartos con su moto atravesando más de un accidente automovilístico que pusieron la economía familiar pendiendo de un hilo. Leo estaba en quinto año cuando sus compañeros juntaban fondos para partir hacia Bariloche; él en cambio desistió del viaje para comprar una moto. Su única certeza era que conseguir trabajo era una alternativa obligada para ayudar en casa: “elegí tener una moto porque lo vi como un posible trabajo al finalizar la secundaria. Si bien quería estudiar, cuando me fue mal en la universidad, me di cuenta que no era por ahí y me enfoqué en trabajar”.

Leo se cansó de presentar currículums, a empresas como McDonald’s hasta la Policía, pero nadie lo tomaba. Entonces comenzó con lo único que tenía a la mano; su primer empleo formal fue haciendo delivery con la moto que le había pedido a sus padres en lugar del viaje de egresados. Primero con algunos contactos que le facilitó Felipe, luego se fue ganando clientes propios. Las jornadas extensas, noches de frío, almuerzos saltados y los días de tormenta en su hoja de ruta eran parte de la rutina de trabajo. De a poco, se fue organizando: “todo lo que se hace con tecnología hoy, yo lo hacía manual: tenía un registro de viajes, el control de gastos y facturación, el contacto con los clientes. Al estar organizando tuve tiempo para decir cuándo trabajar y ahí decidí volver a estudiar”. Leo insistió: hizo varios cursos cortos de reparación y armado de PCs, desarrollo web y luego se anotó en el Instituto Cristo Obrero para conseguir su título de Técnico en Analista en Sistemas Informáticos. Una idea comenzó a macerar.

El boom de las plataformas para delivery y traslados, como Rappi o Uber, fue otro disparador para crear su proyecto. “Se me prendió la lamparita cuando estaba haciendo un par de envíos y había llegado una herramienta para Mercado Libre: la app Mercado Envíos Flex; eso era algo nuevo hace tres años. Cuando empezaron a aparecer todas esas app y yo seguía trabajando como repartidor dije: ‘acá hay algo copado para mejorar la comunicación, el pedido de un viaje, la organización, el registro’, hay un montón de ideas que fueron surgiendo en ese momento”.

Leo quiso estudiar Ingeniería en sistemas en la Universidad de Buenos Aires, pero se sintió frustrado por el abismo que existía entre la escuela pública y las materias. Continuó estudiando con cursos cortos
Leo quiso estudiar Ingeniería en sistemas en la Universidad de Buenos Aires, pero se sintió frustrado por el abismo que existía entre la escuela pública y las materias. Continuó estudiando con cursos cortos

Mientras continuaba sus estudios, se lanzó con su propio servicio de logística y comenzó a proyectar el desarrollo de la app: “Vamos incorporando las tecnologías que voy aprendiendo. Hay etapas para hacer una aplicación y yo me tomé un tiempo para capacitarme. Estamos en etapa de investigación de mercado para desarrollar el producto. Por todas las cosas que viví trabajando como repartidor creo que tengo la empatía para poder aportar tecnología como una herramienta más que pueda ayudar a ese rubro”. Además de su emprendimiento, dio los primeros pasos para insertarse laboralmente en empresas de tecnología. De la mano de su crecimiento, pudo convertirse en un sostén para su familia.

Cuando me empezó a ir bien con la mensajería decidí ayudarlos. Empecé a pagar servicios, cuentas y lo más importante fue la deuda de nuestra casa”. Con su primer sueldo de desarrollador, Leo consiguió saldar el crédito hipotecario que sus padres venían pagando hacía 15 años. Ahora sí, los Romero pueden descansar en un techo propio. Su hijo mayor continúa sumando clientes y ofertas de inversión para su desarrollo. Leo se prepara para lanzar la primera versión de la app y ambiciona llegar al mercado nacional e internacional. Le queda un largo recorrido y toda una vida por delante.

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