Ricardo Vilca, el maestro rural jujeño que enamoró con su música a León Gieco, Ricardo Mollo y Skay Beilinson

A raíz del estreno del documental “Vilca, la magia del silencio” en la plataforma kinoa.tv, un repaso a la vida del autor de gemas como Guanuqueando, que grabó Divididos. Anécdotas de un hombre que supo pintar su aldea y falleció hace 14 años

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Ricardo Vilca, el maestro rural jujeño que enamoró con su música a León Gieco, Ricardo Mollo y Skay Beilinson
Ricardo Vilca, el maestro rural jujeño que enamoró con su música a León Gieco, Ricardo Mollo y Skay Beilinson

“Con nosotros un gran maestro que habita en Humahuaca, que comparte sus días con los niños, a quienes va formando en la música… el maestro Ricardo Vilca”, dice una locutora, que presenta un concierto del compositor jujeño mientras él agarra un papelito donde está escrito el repertorio y luego se sienta con su habitual indolencia en el escenario.

“Buenas noches, demasiados aplausos, no exageren. El corazón es lo que más importa”, responde con tono bajito y nada solemne el también maestro rural, uno de los músicos más notables de la música popular contemporánea, fallecido en 2007 a sus 53 años.

Con esa escena comienza el documental “Vilca, la magia del silencio”, de los directores Ulises De la Orden y Germán Cantore. Originario de Humahuaca -entre los reconocimientos oficiales figura el que en 1983 recibió de la Unesco por su contribución cultural a la Quebrada-, Vilca era un interlocutor natural del paisaje puneño: con su toque tan extraordinario de la guitarra, a través de sus originales arpegios, grabó varios discos como líder del conjunto “Ricardo Vilca y sus Amigos” con verdaderas gemas como La Magia de mi raza (1993), Nuevo día (2000) y Majada de sueños (2003). Una música de belleza profunda, ajena a las pompas del mercado, intensamente conectada tanto a un plano universal –con su amor por el arte barroco y clásico, por ejemplo- como a los misterios de su tierra, aquella que se cierne en las alturas y en la sabiduría ancestral hecha de creencias, secretos y silencios.

“Ricardo Vilca fue uno de los artistas más trascendentes del noroeste argentino de las últimas décadas. Sin embargo, por años, su figura y su obra musical permanecieron ocultos para el gran público, resguardados allí donde pertenecen, en el silencio de la Quebrada de Humahuaca. Obra del destino, en los últimos años de su vida sus canciones llegaron a la capital de la república (interpretadas por famosos músicos como León Gieco, Divididos y Skay Beilinson) y a otros remotos lugares del planeta como Kosovo y Madagascar”, dice el director Ulises De la Orden, quien con material de archivo inédito y junto a varios testimonios de su entorno íntimo, reconstruyó la historia de Vilca buscando comprender “el encuentro armonioso entre ritmos andinos, música clásica y naturaleza, que él llevó adelante en su obra”.

El trailer del documental de Vilca

De la Orden conoció a Vilca cuando estaba rodando la película autobiográfica “Río Arriba” (2006), filmada en gran parte en Iruya y musicalizada por el propio Vilca. Cierto día alguien le prestó al director un cassette del músico. “Volví manejando desde Salta a Buenos Aires escuchando ese cassette una y otra vez y ahí me convencí de que el músico para la banda de sonido era él”, recuerda De la Orden. A partir de allí, se conocieron y se hicieron amigos.

“Me pareció un personaje fabuloso”, expresa el director, quien luego fue a registrarlo en vivo a su casa de Humahuaca. “Por eso, con el tiempo, con Germán Cantore (editor de Río Arriba) decidimos hacer una película sobre Ricardo. Empezamos a filmar medio random: conciertos en Buenos Aires, juntadas, un asado, y así fuimos sumando como treinta horas de material”, agrega. La idea, en principio, era realizar un film con Vilca como personaje principal en vida pero el 19 de junio de 2007 murió a causa de un problema pulmonar, cuando apenas tenía 53 años. El proyecto, entonces, quedó trunco y los directores tardaron más de diez años en retomarlo. Ahora está por estrenarse en la plataforma www.kinoa.tv.

“La música de Ricardo es el silencio de la Puna. Los cerros, el campanario, Humahuaca, el vino, los amigos, las celebraciones populares. Escuchás cómo entra su guitarra y sabés que es Vilca”, enfatiza el periodista Gabriel Plaza, una de las voces del documental. “Él fue un autodidacta, en su pueblo no había de quien aprender. Entonces se formó como pudo, con la ayuda de amigos”, añade Fortunato Ramos, también maestro rural y músico jujeño, y amigo suyo de la infancia.

Sobrevivió tocando tangos, cumbias y música comercial, porque Vilca -según atestiguan sus conocidos- había sido dúctil para cualquier género musical. Su estampa era la de esos músicos que no suelen ensayar demasiado, que les alcanza con una intuición y un entrenamiento acorde a su talento. Eso es lo que piensa, en el documental, Graciela Volodarski, primera esposa de Vilca y autora de las letras de “Guanuqueando” y “Zamba a Humahuaca”.

Ricardo Vilca, el día que Ricardo Mollo lo invitó a tocar con Dividivos su canción Guanuqueando

Es justamente el primer tema uno de los más conocidos de Vilca, que cautivó a Ricardo Mollo de tal modo que todavía hay quienes piensan que es una canción de Divididos.

Venteros de labios quebrados

zampoñas y quenas sonando

antiguo respiro en la boca

besos, besos de mi raza

Retumba en la noche el silencio

la tarde que se hace distancia

misterio que el tiempo descifra

ese, ese es tu respiro

Siento quenas que en el viento huyen

trayendo amores y silencio de las penas

que encierran el sol en su corazón

Entre airampos de luna

zampoñas que en el viento huyen

en viaje buscando el cielo un cóndor va

como mi ser resucitará buscando la luz.

Otro documental reciente, “Un poco más abajo del cielo” -dirigido por Roly Rauwolf y Benjamín Avila- retrata la estadía del grupo en Jujuy, en 2010, pero además repasa la historia de amor de “la aplanadora del rock” con Tilcara hace ya más de 20 años. En eso, el encuentro con Vilca fue revelador. Cuentan los amigos que Vilca quería conocer a Mollo y los guardias de seguridad lo frenaron. Les dejó a ellos la inquietud. A las pocas horas, después de escuchar “Guanuqueando”, Mollo lo buscó por toda la Puna, dio con él y lo invitó de inmediato. Ensayaron rápidamente y se subieron juntos al escenario. Hasta hoy, Mollo nunca dejó de reverenciarlo.

Ricardo Vilca en su casa de Humahuaca (Gentileza Germán Cantore)
Ricardo Vilca en su casa de Humahuaca (Gentileza Germán Cantore)

“De grande fui a aprender música y la profesora me dio el ‘arroz con leche’. Casi me enojo. Lo toqué con la guitarra en la mano derecha pero con la mano izquierda me salieron otras cosas. A partir de ahí empecé a componer”, contaba, con cierta gracia, Ricardo Vilca, como una escena fundacional de su background creativo. Lo local y lo universal se ligaban de manera fluida en su música, que desobedecía las convenciones del folklore norteño. El tema “Sentimiento”, en efecto, tiene la impronta armónica de Bach, uno de sus compositores preferidos. “Su música trascendía los estilos tradicionales de Jujuy y eso provocaba el rechazo de muchos”, dice un charanguista que formó parte de su grupo.

Su principal fuente nutricia, sin embargo, había estado en otro lado. Profesor de música en comunidades alejadas de Jujuy, recorriendo kilómetros entre casas de adobe, viento, calles de tierras y cerros gigantes, Vilca fue maestro rural durante 16 años. También fue profesor del Taller de Producción en la Escuela Superior de Música de Tilcara y se transformó en uno de los grandes animadores del rescate cultural y artístico de la zona, con la que se sentía fuertemente arraigado en sus raíces.

“Son lugares de mucho silencio, con 20 o 30 chicos en escuelitas precarias y solitarias”, dice Fortunato Ramos en el documental. En sus recitales Ricardo Vilca solía contar anécdotas de su experiencia docente. Una de ellas fue cuando viajaba con su moto por los parajes de ripio y se le cruzaron unas llamas. Primero, eran veinte. A la semana siguiente, cincuenta. Y a la otra, cien. Todas las semanas iba creciendo la cantidad hasta que ya no pudo pasar por el camino.

De allí salió “Llamita”, un bellísimo tema instrumental que refleja la poética de Vilca, suerte de elegía del altiplano, esa sonoridad “simple y compleja” como describe uno de sus hijos en el documental.

Otra historia magistral de su nexo entre el maestro rural y el músico ocurrió en el pueblito de Chaupi Rodeo. Cuenta que se encontraba en un pequeño brindis con sus compañeros docentes cuando en un momento decidió alejarse hacia el paisaje. Así era Vilca: de pronto sentía el ansia de apartarse de los mismos grupos y reuniones que él mismo generaba.

Ricardo Vilca y su guitarra, inseparables (Gentileza Germán Cantore)
Ricardo Vilca y su guitarra, inseparables (Gentileza Germán Cantore)

“Fui escuchando algo y se me apareció una melodía, pero no tenía lápiz ni guitarra para registrarla -dice, en una imagen de archivo en el documental-. Se me ocurrió buscar unas piedritas y después encontré un hilo de ovejas pegado a un cerco. Entonces hice sonar las piedritas para sacar la melodía. Pasaron un par de días y mi señora las encontró en el bolsillo del pantalón. Le dije que no me las tire, porque con ellas había compuesto un tema. Me contestó que estaba loco. Y quise demostrarle, pero no me salía la melodía. Recordé que aquella vez habíamos tomado unas cervecitas con los docentes y estaba entonado. Así que entonces me empecé a motivar de vuelta con unas cervecitas y ahí me salió el tema”.

El documental “Vilca, la magia del silencio” cuenta la vida de un artista que así como se movía como pez en el agua dentro de la bohemia jujeña, sin ser aceptado por la tradición más conservadora del folklore -”toca música para los muertos, la gente se bajonea”, lo solían criticar mientras él respondía: “Es fácil buscar el aplauso con las cuecas y carnavalitos. Pero en la vida, además de alegrías, hay también tristezas”-, llegó a Buenos Aires no de la mano de un representante sino de un fotógrafo que lo encontró anónimamente en un camino puneño, cuando a él se le había roto su moto Gilera. Lo llevó hasta su casa y él, como si nada, le enseñó sus canciones. Al poco tiempo estaba en la gran metrópolis porteña grabando sus discos, en pocas tomas, casi como si la música le saliera espontáneamente, sin filtros, del alma a la consola. Y con ese andar improvisado también conoció escenarios como La Peña del Colorado, donde de boca en boca sus seguidores se pasaban la información y después lo iban a escuchar cual una cofradía. Porque escucharlo en vivo, según testimonian, era algo similar a una conexión espiritual.

“Una tarde me llamó diciéndome que al día siguiente tenía una fecha en Buenos Aires -cuenta Gabriel Plaza-. Le digo que ya era tarde para hacer nota, pero además me dice si podíamos buscar un lugar para tocar. Así era Vilca. Ahí me contacté con Claudio Sosa, de La Peña del Colorado. Programamos una fecha, la difundimos solamente por mensaje de texto, y fue tal la convocatoria que tuvimos que hacer tres fechas. La gente hacía cola para verlo”.

-Parece que el público quiere que hable más y toque menos -le decía Ricardo Vilca a sus músicos, cuando notaba que sus oyentes quedaban fascinados por sus historias de la Puna, narradas con un humor de voz liviana y expresión tímida.

Ricardo Vilca en 1993

Fue la suya una trayectoria hecha de viajes y desvíos, que lo llevaron de Humahuaca al Colón en un tránsito capaz de enseñar para pocos alumnos en una escuelita rural a tocar en los grandes escenarios después de su tardío reconocimiento. “Siempre me imaginaba componiendo obras para violines y chelos. Cuando interpreté mis obras con la Orquesta en el Teatro Colón, me di cuenta que mi sueño se había cumplido”.

-Siempre era el mismo Vilca. Tanto cuando tocaba con amigos en una sobremesa como con en su desempeño con el director de orquesta del Colón -relata Gabriel Plaza, que rememora una anécdota cuando Skay Beilinson y la Negra Poli lo invitaron a tocar en un Cosquín Rock, en 2004.

El ex Redonditos de Ricota fue a Jujuy, escuchó sus ritmos andinos y se quedó embelesado por su sensibilidad. “Nos conocimos cuando vino con Poli a verme cuando tocaba en Tilcara -contó Vilca, en una entrevista-. Ellos andaban visitando el lugar. Yo no sabía quién era, pero se me acercó y me dijo que le había gustado mucho lo que hacíamos. Después nos volvimos a ver en Buenos Aires, compartimos una cena y se generó una conexión y un respeto muy lindo”.

Luego remató, fiel a su estilo: “Mi conexión con la gente es a partir del cariño. No importa si es famoso o no, o si hace música folklórica o toca rock. Me interesa la parte humana”.

León Gieco, otro músico magnetizado por la lírica de Vilca, le puso letra a su tema “Plegaria de sikus y campanas” -y lo rebautizó con nuevo nombre, “Rey mago de las nubes”-, una canción que Vilca solía tocar en La Fiesta del Tantanakuy, en Humahuaca, acompañado por las campanas que sonaban al otro lado de la plaza. Para Vilca, esas campanas se emparentaban con la musicalidad con la que estaban dotados todos los habitantes de la Quebrada, que “escuchan y aman este sonido desde que están en la panza de las guaguas”. Ricardo solía cantarlo con su hija Juanita.

Los chicos chiquititos del pueblo aquel

sólo quieren pan, agua y juguetes

Rey mago de las nubes que se van hacia otros lugaaares

Hablan bajito, sonríen al suelo y se persignan por agua del cielo

Un mundo de viento con las campanas sonando en el pueblo.

Porque tienen el sol, porque tienen la estrella

llevan el ángel de la vida eteeeerna

Porque quieren juntar almas en soledad

cruzan las nubes hacia la altura.

Por estar tan abierta la montaña lejos está el río con el agua

cualquier primavera se hace esperar para poder dar flores

El aire que se agita tras el vuelo de almas que pasan como sueños

bendice la voz, bendice rezos de algún nacimiento.

Porque tienen el sol, porque tienen la estrella

llevan el ángel de la vida eterna

Porque quieren juntar las almas en soledad

cruzan las nubes hacia la altura

Los chicos chiquititos del pueblo aquel...

Los chicos chiquititos del pueblo aquel...

Vilca en la Puna con sus músicos
Vilca en la Puna con sus músicos

-Creo que soy más reconocido en el rock que en el folklore -decía Vilca, asombrado por cómo su música circulaba más en los circuitos rockeros que en los tradicionales de la música popular norteña.

“Su música seguirá contando y cantando a la Quebrada más allá de las fronteras regionales, aun cuando el mismo autor no quiso, no supo o no pudo dejar Humahuaca para encarar lo que hoy se conoce como carrera artística”, resume la periodista Karina Micheletto. En una escena del documental “Vilca, la magia del silencio” se lo ve ofrendando la tierra en el Día de la Pachamama, echando unas gotas de vino en el suelo. “Por más encuentros donde la música esté presente”, dice, con una sonrisa de lado bajo un cielo azul de nubes resplandecientes.

“Ricardo era maestro rural en Humahuaca y la Puna. Él tenía una motito en la que iba a dar clases de música a Iturbe, a Chaupi Rodeo, a Cangrejillos, a Hornaditas, a pueblitos perdidos en la Puna. Lo de Ricardo es completo, no es sólo paisajística su música: aparece lo social y los miles de años de historia de nuestra música. Ricardo me dejó una forma de vida con la música. Escuchás sus canciones y viajás automáticamente a Jujuy”, cuenta el charanguista Pachi Herrera sobre su legado.

Entre lo mundano y lo místico, Vilca quería encontrarse con gente -en sus bohemias, en sus guitarreadas- pero a la vez defendía celosamente su soledad, diciéndole a sus compañeros que tanta juntada no le permitía tener tiempo para componer. En Humahuaca había creado “El árbol de la amistad”, un encuentro en su casa durante enero que sus hijos continúan celebrando como una reunión íntima entre guitarreadas, vinos y “cabeza guateada”, comida típica de la Quebrada de Humahuaca. En pandemia, el encuentro siguió por las redes sociales.

“Él priorizaba la idea de compartir con el otro, porque Vilca básicamente era el encuentro. Estar en esa conexión introspectiva, de lentitud puneña”, sintetiza Gabriel Plaza. Ese retrato de un Vilca tan hondo como enigmático, tan magnético como escurridizo, tan talentoso como auténtico en su gesta creativa, alejado de toda idealización romántica y del mundo industrial de la música, ese retrato es el que se transmite en “Vilca, la magia del silencio”, un perfil audiovisual que hace justicia con sus trabajos, sus días y sus herencias.

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