Napoleón Bonaparte, víctima de la corrección política en el Bicentenario de su muerte

El célebre Emperador murió en Santa Elena el 5 de mayo de 1821. Mientras unos se preparan para homenajearlo, la cancel (in)culture no dejó pasar la ocasión de caer una vez más en el reduccionismo y en el ridículo acusándolo de racista, esclavista y genocida

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Hoy se cumplen 200 años de la muerte, en Santa Elena, el 5 de mayo de 1821, del más célebre de los franceses y uno de los personajes históricos más populares y que mayor atención ha recibido de los historiadores. Sobre Napoleón se han producido un promedio de 3 libros por día desde su muerte. Aun así, en las semanas previas a este aniversario, hubo polémica en torno al hecho de si Francia debía o no celebrar a Napoleón.

No es un debate nuevo, pero hoy se ve relanzado porque vivimos en un tiempo en que las purgas inspiradas en la corrección política están haciendo estragos en la historia. Nada de poner en contexto ni matizar. Así, un personaje de la complejidad, riqueza y grandeza de Napoleón queda reducido a la categoría de esclavista o misógino, según las modas presentes.

El combate contra las injusticias, en vez de librarse en el presente, se desvía hacia una reescritura sesgada y arbitraria de la historia, guiada por el deseo de condenar moralmente y expresar indignación, antes que por comprender los procesos. Una tendencia que ni hace justicia con el pasado ni la restaura en la actualidad.

“A fuerza de juzgar (los hechos y personajes históricos) se termina fatalmente por perder el gusto de explicar”, decía el historiador Marc Bloch. La historia puede reescribirse, sin duda, pero fruto de investigaciones laboriosas y confirmaciones rigurosas. Lo que se ve hoy es una descalificación ligera de personajes juzgados con criterios actuales, sin la menor contextualización.

Como escribió Patrick Mandon en la revista francesa Causeur, “condenar a Napoleón sin más pruebas que las reunidas en una histeria de criterios a la moda por fiscales bobos que sólo escuchan el eco de sus voces es un peligroso revisionismo histórico, contrario a la neutralidad, escéptica y crítica, del investigador”.

Un disparador de esta polémica fue, el 18 de marzo pasado, una tribuna publicada en un diario estadounidense por una profesora de la Universidad de Virginia, Marlene L. Daut, titulada “Napoleón no es un héroe a celebrar”, en la que se aconsejaba a las instituciones francesas “prestar más atención a la historia de la esclavitud en su país, en vez de honrar a un ícono de la supremacía blanca”.

Conmemoración de Bonaparte en Córcega, su tierra natal (foto de archivo: Shutterstock)
Conmemoración de Bonaparte en Córcega, su tierra natal (foto de archivo: Shutterstock)

La columnista se describía como mujer negra descendiente de haitianos -algo que hoy habilita a erigirse en fiscal de la humanidad presente y pasada- y experta en colonialismo francés. Acusaba a Napoleón por haber restaurado la esclavitud en las colonias caribeñas, lo cual es cierto. Luego lo trataba de “arquitecto del genocidio moderno”, lo cual es totalmente falso. Y terminaba en el ridículo asegurando que las tropas de Napoleón instauraron cámaras de gas para matar a sus antecesores en Haití. Un bulo de tiempos pasados, una fake news, que una “scholar” no debería repetir.

En 1794, la Revolución Francesa abolió la esclavitud y Napoleón la restauró en 1802, “convirtiendo a Francia en el único país que dio marcha atrás con la esclavitud luego de abolirla”, acusa Daut.

Tremendo cargo, seguramente más grave que mantener la esclavitud hasta 1833, como hizo Inglaterra, o implantar, tras el fin de la Guerra de Secesión, en los estados confederados del Sur, estrictas reglas de separación racial en el transporte, la residencia, el empleo, las escuelas, etcétera; leyes convalidadas por la Corte Suprema de los Estados Unidos en mayo de 1896, unos 75 años después de la muerte de Napoléon Bonaparte.

La nota lleva implícita una reivindicación de la sangrienta Revolución Francesa, cuya violencia no parece indignar a la columnista, que acusa a Napoleón de haber destruido “la república que los franceses dicen venerar, cuando se coronó a sí mismo emperador en 1804”.

La Revolución Francesa hizo rodar muchas cabezas en la guillotina
La Revolución Francesa hizo rodar muchas cabezas en la guillotina

Ni una palabra sobre el Terror, la guillotina, la persecución, el caos social y la guerra civil implacable, realidad a la cual Bonaparte puso fin, sin por ello volver al Antiguo Régimen. Por el contrario, consolidó e institucionalizó muchas de las conquistas de la Revolución,

Jamás tuvo Napoleón un discurso supermacista blanco. En Egipto, en la estela de Alejandro Magno, fantaseó con quedarse y convertirse en sultán. Y tanto allí como a su paso por Malta liberó esclavos.

Por otra parte, Daut obvia el contexto en el cual Bonaparte restableció la esclavitud en las colonias francesas. “Esta historia del genocidio es ridícula -dice Thierry Lentz, director de la Fundación Napoleón y autor de unos 40 libros sobre el emperador y su tiempo-. No se puede querer desarrollar la caña de azúcar y exterminar a los que son la fuente de esa riqueza”. El azúcar de las Antillas era el equivalente al petróleo hoy. Napoleón quería relanzar las Antillas, que los ingleses le estaban por devolver y en las cuales ellos nunca habían abolido la esclavitud. Ambas potencias temían revueltas negras en sus colonias, explica Lentz.

Como dice André Larané, director de la revista especializada Herodote, “la acción política exige compromisos dolorosos”. “Pero cuidado con el pescador pescado -advierte-. Si debemos demonizar a un personaje histórico por ese solo hecho, habría que enviar al infierno al héroe absoluto de todos los antiesclavistas y apologistas de la ‘raza negra’, el gran Toussaint Louverture en persona”. En efecto, el líder de la independencia de Haití era un esclavo emancipado que, establecido como “libre de color” poseyó él mismo una veintena de esclavos. No solo eso: cuando accedió al poder, decretó el trabajo forzado.

Busto de Toussaint Louverture, líder de la independencia de Haití
Busto de Toussaint Louverture, líder de la independencia de Haití

En Francia, aunque no faltan los que se dejan intimidar por la corriente iconoclasta actual, hubo muchas reacciones indignadas ante los anacronismos maniqueos lanzados sobre la figura del Emperador que dejan de lado el hecho de que Bonaparte representa también -y de modo concreto- los valores de la igualdad y de la unidad. Pero además, enojados por la actitud dubitativa o tibia del Gobierno ante este Bicentenario.

El ensayista y educador Jean-Paul Brighelli escribió: “Podríamos recordar que Napoleón, oscuro subteniente, surgió de la conscripción masiva decretada por la Convención, cuando fue necesario salvar al país de los invasores que se apretujaban a nuestras puertas y de los conspiradores que minaban la Revolución desde adentro. Es significativo que el Gobierno dude en celebrar a Napoleón. No por lo que fue, sino por lo que puede representar hoy: un hombre que unificó a Europa bajo su liderazgo”.

“Que Francia ignore o reniegue de un personaje admirado en el mundo entero no solo sería lamentable sino ridículo”, dijo por su parte la ensayista Elisabeth Lévy, jefa de redacción de Causeur.

En el fondo, muchos políticos franceses también se dejan intimidar por el lobby de la corrección política y dudan de si conmemorar o no a Napoleón por temor a herir la sensibilidad progresista que hoy está en carne viva.

Frank Ferrand, escritor que conduce un programa de radio especializado en historia, cree que este debate dice más sobre el presente que sobre el pasado: “Napoleón es nuestro exacto contrario: lo que ya no somos y más aún lo que no queremos ser, prefiriendo las delicias de la servidumbre a las servidumbres de la grandeza”.

Napoleón en Santa Elena (Enrique Breccia)
Napoleón en Santa Elena (Enrique Breccia)

No hay duda de que para el imaginario políticamente correcto, Napoleón es un personaje incómodo. Pero existe un evidente doble rasero cuando la Revolución Francesa es venerada, estudiada y hasta sacralizada –obviando sus crímenes- mientras el hombre que salvó y consolidó el grueso de sus logros es olvidado y vilipendiado. O responsabilizado excluyentemente de lo negativo de aquel proceso.

Cuando la derecha mata, es genocidio. Cuando lo hace la izquierda es el parto de la historia.

Las guerras napoleónicas, aunque se las llame así, no fueron todas provocadas por Napoleón ni por Francia; además, vale recordar que quienes lo combatieron defendían al Antiguo Régimen y a las monarquías absolutas. El “relato” británico sobre esta etapa de la Historia obvia siempre el hecho de que Londres se alineó con la reacción, al respaldar y defender a las más rancias coronas europeas. El resultado político de Waterloo fue la restauración en el trono de Francia de los decadentes Borbones. Los franceses necesitaron varias revoluciones más para finalmente instaurar la República.

Napoleón no hizo sólo la guerra. Hizo grandes cosas en el plano civil, político e institucional. “Su legado está a la vista en todos lados -escribió Agnès Poirier, cronista especializada en temas históricos-: desde la ‘N’ que adorna casi todos los puentes de París y monumentos de Francia hasta los 2.626 liceos en todo el país. Le debemos el Código Civil, el bachillerato, pero también la estructura administrativa, judicial y educativa en Francia y en muchos otros países. Napoleón logró poner fin a la Revolución Francesa manteniéndose en una gran medida fiel a ella, consolidando los ideales de 1789. También se involucró en guerras para proteger a la Francia revolucionaria contra una coalición de monarquías europeas dirigidas por Gran Bretaña”.

Napoleón es el francés más conocido en el mundo. Su silueta característica, el bicornio negro calzado al revés, el abrigo gris y la mano derecha oculta en el chaleco, lo vuelven reconocible por todos.

El actor estadounidense Mark Schneider, con el conocido atuendo napoleónico, pasa revista a los soldados durante la reconstrucción de la batalla de Austerlitz, en República Checa, en noviembre de 2019. (Foto archivo: REUTERS/David W Cerny)
El actor estadounidense Mark Schneider, con el conocido atuendo napoleónico, pasa revista a los soldados durante la reconstrucción de la batalla de Austerlitz, en República Checa, en noviembre de 2019. (Foto archivo: REUTERS/David W Cerny)

“Sólo por eso debería ser considerado como un tesoro nacional”, dice Lévy, porque “a través de él se despliega la imagen de un país envidiable, glorioso, prestigioso”.

Francia todavía vive en el marco que Napoleón diseñó. Como lo señaló Poirier, desde el Código Civil hasta los liceos, del Consejo de Estado al Tribunal de Cuentas, el bachillerato, las grandes escuelas, las primeras cajas de jubilación, son escasas las instituciones francesas que no llevan su sello.

Pero también fue Napoleón quien dio la ciudadanía plena a los judíos -detalle que extrañamente escapa a la observación progresista-, y promovió la aristocracia del talento haciendo realidad la abolición de los privilegios de cuna, cuando elevó a las más altas magistraturas a hombres del pueblo llano, a los que incluso sentó en los tronos de Europa.

“Hay en él una idea del self made man y de la gloria fundada en el mérito, y ya no más en el nacimiento -dice Lentz-. Napoleón fue el hombre de la igualdad civil. Preservando las conquistas de la Revolución, creó una verdadera administración eficaz en apenas 15 años, de los cuales pasó 5 fuera de Francia”.

Y, ya que las vacunas están a la orden del día, vale recordar que Napoleón fue el organizador de la primera campaña de vacunación contra la viruela. Y, como algunos políticos hoy, dio el ejemplo vacunando a su hijo.

En cuanto a las mujeres, es evidente que Bonaparte comparte la mentalidad de la época y consagra en el Código Civil la obligación de la esposa de obedecer al marido. Las mujeres solas y las viudas en cambio tienen los mismos derechos civiles que los hombres.

En París, el legado de Napoleón está a la vista. La estatua realizada por el escultor Emile Seurre, fabricada con cañones de los ejércitos ruso y austriaco, capturados en 1805, está ubicada en el patio del Hotel de los Inválidos (REUTERS/Sarah Meyssonnier/File Photo)
En París, el legado de Napoleón está a la vista. La estatua realizada por el escultor Emile Seurre, fabricada con cañones de los ejércitos ruso y austriaco, capturados en 1805, está ubicada en el patio del Hotel de los Inválidos (REUTERS/Sarah Meyssonnier/File Photo)

Lo errado es creer que la Revolución Francesa pretendía liberar a las mujeres; eso estaba fuera de programa. La Declaración de los Derechos de la Mujer y la ciudadana, redactada por Olimpia de Gouge, y hoy tan reivindicada, no tuvo ninguna repercusión. Las mujeres sólo se igualaban en la guillotina: la propia Olimpia fue decapitada -pero no por la declaración que escribió- y a María Antonia no la salvó el género.

La sociedad francesa era patriarcal. Y no dejó de serlo con la Revolución. El derecho al voto femenino llegó recién en 1945. Napoleón no aplastó un movimiento de liberación femenina, porque no lo había. Además, su código civil contemplaba el divorcio, algo muy moderno.

Volviendo al tema del genocidio, Lentz sostiene que se exageraron las cifras de los muertos en las guerras napoleónicas. “Francia, en 15 años tuvo menos de un millón de muertos. Para Europa, la cifra es de 2,5 millones. La guerra de los Treinta Años (1618-1648) dejó 11 millones de muertos en Europa. La Guerra de los Siete años (1756-1763), dos millones”.

Aunque ya no debería hacer falta decirlo, hay que separar memoria de historia, evitar traspolar categorías inspiradas en valores del presente y menos aún en las quisquillosidades de hoy, muy oportunistas por otra parte. Pululan los presuntos ofendidos que se sienten con derecho a reescribir la historia.

El príncipe Jean d’Orléans, descendiente directo del rey Luis Felipe, el monarca que repatrió los restos de Napoleón desde Santa Elena para colocarlos en Los Inválidos, dice: “La epopeya napoleónica forma parte de nuestra historia y contribuyó a forjar nuestra conciencia nacional, sean cuales sean sus zonas oscuras”.

Lo destacable del Emperador, señala, es que “asume todo nuestro pasado y se inscribe decididamente en una historia compleja y múltiple, de la cual quiere ser heredero”.

Pero para Jean d’Orléans, todo este debate contiene un mensaje de actualidad: “En medio de una grave crisis social, en momentos en que el país está más fragmentado que nunca, no hacemos más que romper en vez de reconciliar. Hay personas que se aprovechan de este caos para existir. Tenemos que aceptar tanto los buenos como los malos aspectos de nuestra historia”.

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