Consejos de un jesuita tuitero: “Cabeza fría, no publicar en caliente, no sucumbir a la banalidad o la inconsistencia...”

José María Rodríguez Olaizola, 51 años, es una rara avis en la Iglesia Católica de España y más allá. Como secretario de comunicación de la Compañía de Jesús en su país, usa las redes con gran impacto en muchos y variados públicos

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José María Rodríguez Olaizola es el secretario de Medios de Comunicación de la Compañía de Jesús en España (Twitter: @jmolaizola)
José María Rodríguez Olaizola es el secretario de Medios de Comunicación de la Compañía de Jesús en España (Twitter: @jmolaizola)

Sacerdote jesuita, secretario de Medios de Comunicación Social de la Compañía de Jesús española desde 2017, miembro del consejo de redacción de la revista Sal Terrae, poeta, sociólogo, escritor -es autor de infinidad de títulos-, tuitero exitoso casi a pesar de sí mismo, con gran impacto en variados y múltiples públicos, José María Rodríguez Olaizola dice que con las redes tiene “una relación de amor odio”. En esta charla con Infobae, admite que le duelen “los comentarios injustos e hirientes”, pero cree que no hay que abandonar sino sumar pequeñas contribuciones; de lo contrario las redes serían “un lugar un poco más inhóspito”.

Rodríguez Olaizola predicó el retiro para los obispos españoles de enero de 2021. Es leído, escuchado, replicado. Su personalidad es contundente y a la vez austera, se destaca por su compromiso con su propia honestidad personal ante la vida, los cambios socioculturales y la fe, y además es riquísimo cuando se explaya sobre cine, poesía, sociedad, el Papa, las búsquedas humanas. Ha estado en el centro de controversias propias de este tiempo y se hizo cargo.

— Mucho sabemos de sus trabajos, intereses públicos, producciones literarias, pero muy poco de su vida. ¿Quisiera contarnos algo de ella? Dónde nació, su familia, cómo transcurrieron sus años de infancia y adolescencia, su relación con la educación formal.

— Veamos. Nací en 1970 en Oviedo, en Asturias, en el norte de España. El mediano de tres, tengo dos hermanas, una mayor y otra más pequeña. Mis padres son geólogos, y de mi infancia y adolescencia tengo muy buenos recuerdos. La verdad es que la década de los 80 era una buena década para ser adolescente. Disfruté con un buen grupo de amigos del colegio, con la cultura ochentera, música y películas míticas, y desde bien pequeño me recuerdo como un lector voraz. No recuerdo aburrirme nunca. Y, desde los 15 años aproximadamente, fui además muy aficionado a practicar atletismo, que me ha acompañado bastantes años, hasta que ya he ido dejando el deporte. Como estudiante, me fue bien. Así que, la verdad que me considero muy afortunado por esas primeras décadas de mi vida.

(Twitter: @jmolaizola)
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— ¿Y la fe? ¿Cómo entra ella en su elección de vida? En definitiva: ¿cómo describiría la puerta de su vocación religiosa? ¿Cómo se ha ido andamiando su identidad jesuita?

— Desde pequeño estudié en un colegio de jesuitas. Y mi familia es católica practicante. Como era la mayoría entonces, por otra parte. Para mí la fe vino entonces con la familia y con mi educación, y no fue algo especialmente problemático. Creía, y aunque pasé también por mis crisis adolescentes, realmente eran más de pereza que de fe. Aún tenía 17 años cuando, después de un tiempo de preparación, decidí no confirmarme*. El motivo era que lo que yo intuía como mi proyecto de vida -un trabajo cómodo y ganar mucho dinero era entonces mi aspiración- me parecía un poco contradictorio con lo que yo entendía que era decir que sí al Evangelio; eso era para mí la confirmación. Así que, ante la contradicción, no me confirmé. A partir de ahí empecé a sentir la lucha interior muy fuerte, porque lo que realmente deseaba -y vivía como llamada de Dios- era una apuesta más radical por el Evangelio. Aquello desencadenó un cierto efecto dominó que hizo que en muy pocos meses terminase entrando en el noviciado, al poco de cumplir 18 años. Es verdad que la identidad jesuita se va andamiando después en largos años de formación, y también me tocó pasar algunas batallas de la juventud a la vida adulta, ya como jesuita. Al final, mi balance es que entrar tan joven a mí me vino muy bien, porque me hizo adulto pronto. Y en parte tengo la sensación de que la vida pasa tan rápido que me alegro de haber empezado a vivirla a fondo bien joven.

— ¿Cómo siente a Jesucristo, qué le sigue inquietando de su mensaje, de qué modo lo actualiza en este siglo XXI que le toca a usted vivir?

— Parto de algo que a veces resulta sorprendente para muchos, pero para mí es muy claro. Yo, con todas mis dudas y búsquedas, a estas alturas de la vida me atrevo a decir, con franqueza: “creo en Dios”. De veras creo que existe Dios, y que es un Dios personal. Y creo que hoy Jesucristo, a través del Espíritu, sigue presente en la vida, también en mi vida. Por eso, su mensaje no es solo ni principalmente un discurso ético o sabiduría acumulada, aunque entiendo que tiene suficiente hondura y valor como para que a los no creyentes les resulte también aceptable y deseable mucho de lo que el Evangelio plantea. La suya es una palabra que yo recibo, en la Escritura, al orar, o en la celebración de la Iglesia, como dirigida a mí. Y es una palabra que me habla de Dios, de amor, de fe, de justicia, del sentido de la vida, de la felicidad verdadera, del sufrimiento, del compromiso con los otros, de amistad, del tiempo y la eternidad… Es decir, en el fondo, de las grandes cuestiones de la existencia. La actualización para mí es traducirla de tal modo que la gente entienda que el Evangelio sigue hablando de la vida de hoy.

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— ¿Dónde colocamos la escritura, su pasión por escribir?

— Pues la colocamos en mis 35 años, que es cuando empecé de verdad a escribir pensando en que esto fuera una forma de comunicar. Antes escribía pero, por una parte, era para mí mismo, para poner en orden ideas, sentimientos, mis propias oraciones, o algún artículo pequeño para algún proyecto de Internet en el que había empezado a trabajar. Pero fue a los 35 cuando la publicación de En tierra de nadie, donde recogía algunas de mis batallas interiores con la Iglesia, se convirtió en el primer paso de este camino que me ha llevado a vivir con verdadera pasión la escritura. Con todo, la verdad es que me considero más lector que escritor. Mi verdadera pasión es la lectura. Para mí viajar por las palabras prestadas es un privilegio. Creo que escribir es solo una forma de prolongar el viaje y añadirle mis propios aprendizajes. Y si consigo que otros disfruten leyendo lo escrito tanto como yo he disfrutado con las obras de tantos otros, en parte lo siento como devolver algo de tanto bien recibido.

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— Su actividad en las redes es incesante y tan distintiva. Usted es crítico de esos espacios y sin embargo sobrevive allí con el éxito de un youtuber. Y en Twitter (@jmolaizola) ha logrado instalar un estilo “haiku” absolutamente adaptado a la lógica de la red del pajarito. ¿Cómo es su relación con y en las redes sociales? ¿Es posible orar en Twitter, el espacio más amado por los odiadores seriales y los crueles trolls? Copio uno de sus tuits: “Señor de la verdad desnuda, del amor posible, de la justicia auténtica Dios con rostro humano, hombre que apunta a Dios… Rompe las cadenas y líbranos del mal. Amén”

— Digamos que con las redes tengo una relación de amor-odio. Yo estoy muy activo en Twitter, Facebook, un poco menos en Instagram y tengo un canal de Youtube donde cuelgo algún video cuando me parece que tengo algo que decir. En conjunto estoy contento con ello. No vivo con presión por publicar, ni tengo estrategias o cosas así. No tengo problema en pasar días callado. Siempre he pensado que las redes pueden servir para compartir un mensaje que ayude, y al tiempo a mí me gusta también ver y leer lo que otros escriben y proponen. La respuesta que recibo, en general, es muy buena. Pero la parte del “odio” tiene que ver con la violencia de algunas redes. A mí, como a otros, me toca sufrir la agresividad y la falta de educación de algunos odiadores. Lo más difícil es cuando algunos de ellos lo hacen en nombre de Dios. Yo siempre insisto en que el primer testimonio de nuestra fe no son contenidos, sino actitudes, y en redes hay algunas muy poco cristianas. El caso es que, aunque en el conjunto de lo que recibo los mensajes agresivos sean minoritarios, creo que es muy humano el que a uno le afectan mucho más los ataques de lo que te ayudan los apoyos. O al menos a mí me ocurre. Quizás porque, al menos yo, me sé bastante vulnerable, y me duelen comentarios injustos, hirientes. En algún momento tienes la tentación de abandonar. Luego también piensas que con eso solo estarías dejando que las redes fueran un lugar un poco más inhóspito, y que si se van a convertir en algo habitable tiene que ser por la suma de muchos pequeños compromisos. Así que el mío es seguir. Dicho eso, sí pienso que la oración cabe. Mi experiencia virtual, a partir del proyecto de “Rezando voy” es que también en el mundo digital cabe la palabra sobre Dios y la Palabra de Dios. Y encontrarse con ambas es lo único que hace falta para que algo se pueda mover por dentro.

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— No cabe duda de que en ámbitos de comunicación usted se desarrolla con absoluta idoneidad e intuiciones certeras. ¿Cómo es trabajar en comunicación eclesial jesuita a nivel de su país? Comunicar la Iglesia, o una parte de ella, encarnar su voz y actitudes, darle rostro a la institución, ¿qué quisiera compartir profesionalmente con los comunicadores católicos de otras latitudes sobre sus experiencias?

— En este punto yo me veo bastante autodidacta. No estudié comunicación sino sociología, y nunca pensé que este iba a ser mi destino -al menos en esta época-. Voy aprendiendo mucho sobre la marcha, en parte observando y analizando bastante. Para comunicar la Iglesia, o en mi caso lo que tiene que ver con la Compañía de Jesús, creo que hay que tener la cabeza fría -o por lo menos darse tiempo para no publicar en caliente-. Hay que ser honesto. No siempre podrás decir todo lo que te gustaría o responder a todo lo que te piden, pero lo que nunca debes hacer es mentir. Creo que no hay ningún problema en aprender a decir: «no lo sé». Hay que entender la dinámica de la comunicación contemporánea, que por ejemplo exige velocidad, algo que en nuestras instituciones no todo el mundo entiende. Y, por último, creo que es muy necesario saber a quién queremos llegar. La mayoría de los comunicadores de Iglesia se dirigen a los ya pertenecientes a la institución, lo cual tiene su valor. Pero si se quiere llegar a gente alejada, entonces los lenguajes tienen que ser otros. Un comunicador -y aquí repito algo que ya señalé antes- es hoy también un traductor.

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— ¿Cómo lo encontró en la vida el 13 de marzo del 2013, cuando el cardenal Jorge Bergoglio, argentino y jesuita, fue elegido Papa Francisco?

— Vamos por partes. El 13 de marzo de 2013 yo estaba a punto de comenzar a impartir una conferencia en Salamanca cuando apareció en la chimenea de la Capilla Sixtina la fumata blanca. Inmediatamente pensé que habría que cancelar la conferencia. Supuse que todo el mundo se quedaría en casa a ver quién era el Papa. Es lo que yo hubiera hecho si no hubiera sido el conferenciante. Sin embargo, la sala se llenó. Llegaba el momento de comenzar la conferencia y el balcón de San Pedro no terminaba de abrirse. Así que, en medio de bastante nerviosismo de todos -los asistentes eran casi todos gente de Iglesia-, decidimos seguir adelante, y un compañero jesuita estaría con el móvil conectado para que, cuando finalmente se supiera quién era el nuevo papa, avisarlo a todo el auditorio. Cuando se acercó y me dijo: “Jorge Bergoglio”, me lo tuvo que repetir dos veces, porque para mí fue absolutamente inesperado. Estaba convencido de que nunca habría un Papa Jesuita. Lo comuniqué a la gente, rezamos un Padre Nuestro y seguí con la conferencia mientras el teléfono, en mi bolsillo, no dejaba de vibrar hasta que se le descargó la batería. A partir de ahí, empezó una época muy bonita.

¿Se han visto personalmente? ¿Qué le suscita su pontificado, cómo lo “traduce” hacia adentro de la Compañía?

— Nunca he coincidido con él. Como jesuita, Francisco ha hablado varias veces y con claridad a la Compañía de Jesús. Uno reconoce la espiritualidad ignaciana que corre por sus venas, y como es camino común, pues es fácil reconocer muchos puntos compartidos. A mí me ilusiona, y me gusta mucho de lo que Francisco está intentando. Creo que tiene mucho de continuidad con el pontificado anterior, y en otros puntos avanza más hacia la “tierra de nadie” / “tierra de todos” que creo que puede ser la Iglesia. En ese sentido, en sus documentos me siento muy reflejado y reconozco muchas búsquedas que para mí han sido parte de mi vida como religioso y sacerdote.

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— “Gente sólida para tiempos líquidos”. Amplíenos este concepto de clara profundidad y sutileza filosóficas.

— Es el subtítulo de uno de mis libros, Hoy es Ahora. Por supuesto, el concepto de lo líquido es del grandísimo Zygmunt Bauman, que define el mundo contemporáneo como una sociedad líquida donde los grandes recipientes sólidos -instituciones, valores compartidos, creencias, maneras de entender la sociedad…- se han licuado, de modo que ahora mucha de la vida social se nos escurre entre los dedos. Nada dura, y nada se mantiene. Yo defiendo que, dado que resulta muy difícil recomponer esas instituciones o valores -al menos como algo comúnmente aceptado- y esto se vuelve más complejo aún en un mundo global, lo que ha de ser sólido son las personas. Hay un trabajo individual, que pasa por la educación, la reflexión, la maduración personal y toda una serie de aprendizajes vitales y relacionales, para negarse a sucumbir a la inmediatez, la banalidad, el egoísmo o la inconsistencia. Cada persona ha de trabajar para descubrir qué es innegociable, qué lugar ocupan los otros, y comprometerse con ello.

(Twitter: @jmolaizola)
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— ¿Qué le atrae del “gran Clint” [Eastwood] que al citarlo expresa admiración? Y además recomienda sus películas…

— Cuando lo cito, siempre lo hago desde el punto de vista cinematográfico. A la persona no la conozco, y de hecho creo que, probablemente, si hablásemos de sociedad o política diferiríamos bastante. También es verdad que en alguna entrevista que le he leído, encuentro respuestas en las que coincido y otras en las que estamos en las antípodas. Cuando hablo del gran Clint ni siquiera me refiero al actor, sino al director. Me fascina el director que cuenta historias. Por su humanidad y la manera en que nos plantea dilemas universales. También por su tratamiento de las figuras religiosas, mucho más entrañable que las caricaturas que vemos a menudo. Podría citar gran parte de su filmografía, y en toda ella encuentro momentos llenos de interés. Pero en concreto hay tres películas suyas que para mí son lugares a los que volver de vez en cuando. Los puentes de Madison, no porque sea un romántico -que algo lo soy- sino porque ese dilema que se le plantea a Francesca (Meryl Streep) entre la pasión llena de promesas, y la fidelidad con los compromisos adquiridos, y sobre todo su manera de resolverlo me parece un mensaje absolutamente necesario hoy en día. Million Dollar Baby me dejó conmovido por cómo plantea las complejidades del tema de la eutanasia; siento el spoiler, pero considero que siendo una película de hace 15 años, ya no lo es tanto. Yo no defiendo la eutanasia, y precisamente por eso me resulta necesario ver planteamientos así, como parte de un diálogo que ha de empezar en el interior de uno mismo. En cuanto a Gran Torino, me parece una verdadera historia de conversión, amistad y salvación. Una película que plantea el tema del sacrificio fecundo.

Mosaico humano, su último libro, ¿de qué va?

— Como su nombre indica, es un mosaico, un conjunto de pequeñas piezas que van formando un todo. Es una recopilación sistematizada de pequeñas reflexiones que he ido haciendo en distintos formatos. Sobre la sociedad, las dinámicas personales, la fe, las batallas que a todos nos tocan vivir… Así, entre pequeñas entradas, como entradas de blog, recopilaciones de tuits y poemas, el mosaico va formando una figura que es la del ser humano en su complejidad. El mosaico original es de 2015. En este caso lo que me pidieron en la editorial fue ampliarlo, y es lo que hemos hecho. Esta nueva edición incluye ciento veinte páginas más y una revisión de la parte anterior.

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“Callar demasiado, agachar la cabeza ante lo arbitrario, sumergirse en la inercia y el conformismo o disfrazar la cobardía de prudencia es una forma prematura de empezar a morir.” Es uno de sus tuits de este año. ¿Una incitación a la resistencia ante un mundo que no lo satisface? En varias de sus expresiones públicas, la valentía es una cualidad que usted destaca en letras de neón casi sin nombrarla, y sin embargo está allí, bombeando la sangre de sus convicciones.

— Siempre planteo que hay que encontrar el momento para hablar y el momento para callar. Tan malo veo abrazar todas las causas como no abrazar ninguna. Creo que una tentación sería estar siempre reivindicándolo todo. Porque si lo haces te conviertes en un charlatán. Además, antes de opinar suelo decir que hay que conocer los temas y formarse, y esto no es inmediato y requiere tiempo. Pero la tentación contraria, que es demasiado frecuente, es la de no encontrar nunca el momento para decir aquello que crees que hay que decir. Las justificaciones son muchas: porque no es conveniente, porque se va a generar conflicto, por el qué dirán… Yo creo que hay que encontrar la libertad para decir en cada momento lo que crees que es necesario. En ocasiones no puedes callar. Sobre todo si, como yo, tienes la oportunidad -que también es responsabilidad- de que hay gente dispuesta a escucharte. Y esto se aplica tanto en la Iglesia como en la sociedad. En general para mí la resistencia empieza por no aceptar los dobles raseros, ser crítico sin estar siempre alineado con los mismos, y no dejarte entrampar en este mundo de etiquetas, donde mucha gente quiere ser capaz de colocarte en algún sitio fijo para así poder aplicar todos sus prejuicios. Cuando piensas, intentas profundizar y después hablas, aunque seas breve, lo pones un poco más difícil.

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*La confirmación es un sacramento dentro de la religión católica -existe también en otras expresiones cristianas- que marca la entrada del bautizado a una vida plena en la comunidad de fe

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