
Miles de sustancias químicas en plásticos presentes en utensilios de cocina, envases y otros objetos domésticos pueden contaminar los alimentos y suponer riesgos para la salud, según investigaciones recientes citadas por The Washington Post. Aunque estos materiales han facilitado la vida cotidiana y la conservación de la comida, la exposición diaria a compuestos como ftalatos, bisfenoles, retardantes de llama y PFAS plantea interrogantes sobre su seguridad y los efectos acumulativos en el organismo.
La preocupación por la presencia de sustancias químicas en elementos de uso cotidiano se ha intensificado a raíz de estudios que identifican más de 16.000 compuestos vinculados a materiales plásticos, de los cuales al menos 5.400 se consideran peligrosos para la salud humana. Los estudios demuestran que estos compuestos pueden migrar de los utensilios, envases y procesos industriales a los alimentos, especialmente cuando se calientan o entran en contacto con productos grasos o ácidos. La exposición no se limita a la cocina: muebles, alfombras y juguetes también contienen aditivos que pueden liberarse al entorno doméstico.
Peligro en la cocina: cuáles son los químicos que contaminan
Entre los grupos de sustancias más preocupantes destacan los ftalatos, empleados para dar flexibilidad a los plásticos; los bisfenoles, como el BPA, utilizados en botellas y recubrimientos de latas; los retardantes de llama, presentes en plásticos reciclados y utensilios de color negro; y las sustancias perfluoroalquiladas (PFAS), conocidas como “químicos eternos” por su persistencia en el ambiente y el organismo, según reveló un estudio. Cada uno de estos grupos incluye decenas o cientos de compuestos con efectos diversos, desde alteraciones hormonales hasta problemas de desarrollo neurológico y cáncer.
La migración de estas sustancias a los alimentos ocurre a través de múltiples vías. Los utensilios de cocina, envases y equipos de procesamiento industrial pueden liberar compuestos cuando se calientan o almacenan alimentos grasos o ácidos. Un estudio citado por The Washington Post señala que el 86% de los alimentos analizados en supermercados y restaurantes contenían estas sustancias químicas, incluso en productos como leche infantil y pan. Los alimentos ultraprocesados presentan concentraciones especialmente elevadas, y las mujeres embarazadas que consumen más de estos productos muestran niveles superiores de ftalatos en orina.

La evidencia científica sobre los riesgos para la salud es amplia. Investigaciones epidemiológicas han vinculado la exposición a ftalatos con partos prematuros y defectos de nacimiento, mientras que los bisfenoles se asocian a problemas de fertilidad, obesidad y diabetes. Los retardantes de llama, por su parte, se relacionan con descensos en el coeficiente intelectual infantil y trastornos del desarrollo neurológico. Los PFAS han sido implicados en cáncer de riñón y testículo, así como en trastornos del desarrollo como autismo y TDAH, enfatiza una investigación. Según datos oficiales, más del 90% de la población estadounidense presenta niveles detectables de estos compuestos en sangre u orina.
La industria química y alimentaria defiende el uso de estos aditivos por sus beneficios en durabilidad, seguridad y protección de los productos. Robert Simon, vicepresidente del American Chemistry Council, afirmó a The Washington Post: “Las sustancias químicas cumplen funciones críticas para la salud y la seguridad en la vida cotidiana”, y subrayó que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) considera seguros los niveles actuales de exposición a ftalatos y BPA en la dieta.
Además, la industria sostiene que el número real de aditivos asociados a plásticos es menor al estimado por los científicos, situándolo en torno a 14.000 compuestos, de los cuales unos 4.500 se emplean activamente como aditivos.
Advertencias de la comunidad científica
Incluso en dosis bajas, expertos sostienen que existen peligros asociados a la exposición de sustancias. Leonardo Trasande, profesor de pediatría y salud poblacional en la NYU Grossman School of Medicine, señaló a The Washington Post: “Cuando se habla de aditivos que alteran el sistema endocrino, muchas están relacionadas con los plásticos”. Profesionales también alertan sobre la falta de información y evaluación de seguridad para miles de compuestos presentes en plásticos, lo que dificulta la regulación y la protección efectiva de la salud pública.

Para los consumidores, los especialistas recomiendan evitar calentar alimentos en recipientes plásticos, reducir el consumo de productos ultraprocesados y preferir la preparación casera de alimentos. También sugieren no almacenar alimentos grasos o ácidos en envases plásticos y desconfiar de etiquetas como “libre de BPA”, ya que pueden emplearse otros bisfenoles similares. Sin embargo, advierten que la exposición a “químicos eternos” y retardantes de llama resulta difícil de evitar, dada su persistencia en el ambiente y la cadena alimentaria.
Ante este panorama, investigadores y organizaciones de salud pública reclaman estándares regulatorios más estrictos y una evaluación exhaustiva de la seguridad de los compuestos utilizados en plásticos. Martin Wagner, profesor de biología, advirtió en declaraciones recogidas por The Washington Post que la magnitud y complejidad del problema supera la capacidad de los gobiernos para controlar todos los compuestos implicados.
La realidad que reflejan los datos científicos es que, hasta la fecha, ningún plástico de uso cotidiano puede considerarse completamente seguro para la salud humana.
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