
Un equipo científico ha revelado un avance que podría modificar radicalmente el futuro de quienes presentan trastornos del habla. Un análisis genético de gran envergadura, realizado sobre un millón de personas con tartamudez, descubrió la existencia de un posible componente hereditario clave en esta condición.
Este descubrimiento da un giro inesperado a la comprensión de una condición que afecta a millones y que, durante siglos, “ha tenido implicancias en la comunicación y en la interacción social, según reportan estudios sobre su impacto”, según destacan en un estudio publicado en la revista Nature Genetics.
Es que, en el panorama internacional de la investigación médica, la colaboración entre la Clínica de Tratamiento de la Tartamudez Curtin de Australia Occidental y la Universidad Estatal de Wayne, en Detroit, Michigan, ha sido fundamental para un avance sin precedentes.
El trabajo conjunto de ambos centros ha posibilitado la identificación de 48 genes vinculados hereditariamente a la tartamudez, un hallazgo que la comunidad científica describe como pionero en este campo. El tamaño de la muestra, con un millón de personas estudiadas, resulta especialmente relevante debido a la capacidad de identificar patrones genéticos.

El proceso de investigación involucró una inmersión profunda en el ADN de los participantes, localizando no solo los 48 genes más directamente relacionados con la tartamudez, sino también 57 “puntos calientes” genómicos, los cuales son regiones del genoma donde podrían encontrarse variantes relevantes para el trastorno.
Los científicos detrás del proyecto esperaban algún nivel de avance, pero los autores describieron al trabajo como “innovador”, subrayando su potencial para modificar las estrategias de diagnóstico y tratamiento hasta ahora utilizadas.
Janet Beilby, profesora asociada de la Clínica Curtin, declaró que el hallazgo permitirá una mayor precisión en la identificación de individuos con alto riesgo genético de tartamudez, permitiendo abordajes preventivos, identificando los casos potenciales incluso antes de que los primeros síntomas sean evidentes.
“El hallazgo del estudio significa que a esos jóvenes en particular se les ofrecerá una intervención temprana de inmediato, con suerte, y al hacerlo podremos reducir el riesgo de que se mantenga de forma persistente a lo largo de la vida”, dijo Beilby en diálogo con ABC News Australia.
Y agregó: “Encontramos resultados de ADN consistentes, 48 de ellos, y además de eso encontramos 57 puntos calientes [genómicos], así que es muy emocionante porque con estos puntos calientes podemos excavar más a fondo”.

La tartamudez suele aparecer poco después del inicio del habla en la infancia. Cuando se establece de manera prolongada, “puede integrarse en los patrones motores del habla, lo que requiere intervenciones especializadas para su abordaje”, explican en el estudio. Por ello, la posibilidad de un diagnóstico preverbal, basado en estos nuevos marcadores genéticos, representa una oportunidad valiosa para modificar la trayectoria del trastorno en edades tempranas.
Beilby enfatiza que una detección precoz permitirá ofrecer intervenciones inmediatas a los niños identificados, “reduciendo el riesgo de que se mantenga de forma persistente a lo largo de la vida”.
El impacto potencial de estos hallazgos sobre la tartamudez trasciende el ámbito puramente clínico y alcanza dimensiones sociales y emocionales. Según los datos compartidos por el equipo de investigación, 400 millones de personas en todo el mundo viven con algún grado de tartamudez.
Se trata de un reto global, con implicancias no solo en el desarrollo individual y educativo, sino también en la autoestima y la integración social. Diversas figuras históricas muy conocidas han enfrentado esta dificultad, como el orador ateniense Demóstenes, el rey Jorge VI del Reino Unido, el cantante Bill Withers o el actor Hugh Grant.

“Estudios han identificado que algunas personas reportan impacto en la percepción de sí mismas y en la interacción social”, destaca la investigación. Por lo cual, estos ejemplos demuestran que la tartamudez no discrimina por condición social, época ni nacionalidad, pero al mismo tiempo evidencian las posibilidades de superación parcial o total mediante terapias especializadas y trabajo personal.
La investigación destaca que el tratamiento de la tartamudez es más efectivo cuanto antes se inicie. La logopedia y la terapia del habla han demostrado resultados prometedores, especialmente en casos en los que se detecta el trastorno de forma temprana.
Beilby y su equipo subrayan que, al combinar la intervención precoz con un diagnóstico genético más certero, “se podría reducir de manera considerable el riesgo de que la tartamudez se mantenga de forma persistente”.
La tartamudez, más allá del obstáculo comunicativo, “puede asociarse a experiencias educativas o sociales distintas”, y atender esta dimensión desde el primer momento y con metodologías apoyadas en la ciencia, abre una etapa distinta para la gestión de este desafío.
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