
La imagen de televisión -repetida al infinito- es contundente: Fernando Andrés Sabag Montiel intentó asesinar a Cristina Fernández de Kirchner cuando regresaba de la Cámara de Senadores. El implicado gatilló dos veces una pistola Bersa que cargada con cinco municiones, y la vicepresidente aún vive por la impericia del tirador.
La muerte de CFK hubiera significado un golpe institucional. Una tragedia humana y política que transformaba al sistema democrático en un caos con final abierto. La historia argentina ya explicó qué sucede cuando se usa la violencia para resolver las diferencias entre distintas concepciones ideológicas.
En Semana Santa de 1987, una asonada militar comandada por Aldo Rico puso en jaque al sistema institucional. Los Carapintadas interpelaron a la Democracia, y la mayoría de la dirigencia política se puso al frente para defender un modelo de convivencia que recién se estrenaba.
Raúl Alfonsín era una presidente débil, y el peronismo ya preparaba su estrategia electoral para llegar a la Casa Rosada en 1989. Antonio Cafiero era el candidato natural del justicialismo, y sus críticas al gobierno radical sucedían de noche y de día.
Pero Rico se alzó contra la democracia, y Cafiero no dudó en ponerse al lado de Alfonsín. Fue un gesto de madurez política, una señal clara para los carapintadas. El líder peronista que podía acumular poder ante la fragilidad del presidente radical, se asomó al balcón de la Casa Rosada para demostrar que el sistema institucional vale más que un rédito político efímero.

A 35 años de la Semana Santa Carapintada, la democracia enfrenta ahora un intento fallido de magnicidio. Y otra vez, la clase política debe actuar acorde a las circunstancias. Es un momento para encapsular las diferencias y dar una señal institucional sin ambigüedades. La duda política o el cálculo electoral puede cargar otra arma asesina.
Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa, Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Gerardo Morales, Alfredo Cornejo, Martín Lousteau y Elisa Carrió, entre otros, tienen que aparecer -juntos- en un acto simbólico que no deje resquicio político.
En estas horas dramáticas, la Plaza de Mayo debe ser un espacio común con las banderas argentinas ondeando a favor de la democracia. No hay margen institucional para que las fuerzas políticas aparezcan divididas o fracturadas. La fisura del sistema aceita la posibilidad de otro ataque. Y la locura mesiánica no distinguirá entre oficialistas y opositores.
No se trata de mimetizar las diferencias ideológicas o esconder la vocación de poder. Hubo un intento de asesinato contra la vicepresidente, y este hecho inédito obliga a establecer una mesa de diálogo y fijar una hoja de ruta que ordene a toda la clase política.
Si la representación institucional aparece partida, los acontecimientos pueden derivar en un conflicto infinito.

“Por ese motivo, he dispuesto declarar en el día de mañana feriado nacional para que, en paz y armonía, el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad con nuestra vicepresidenta”, sostuvo Alberto Fernández durante su discurso por cadena nacional.
El Presidente dictó el feriado y convocó a la defensa de la Democracia. Ahora tiene que llamar a todos los líderes de la oposición para completar su discurso público. No alcanza con el Frente de Todos en la Plaza de Mayo. Es necesario que se sume a Juntos por el Cambio, y otras fuerzas políticas de la oposición.
Alberto Fernández siempre recuerda las enseñanzas de Alfonsín. Y Alfonsín no dudó en llamar a Antonio Cafiero, cuando Aldo Rico puso en peligro a la democracia. Hoy la coyuntura es idéntica: el sistema está en peligro, y las posible tragedia aguarda su oportunidad.
Es necesaria la foto institucional que demuestre que la democracia es más fuerte que las diferencias y el cálculo político. No hace falta que sonrían. Alcanza con que estén juntos, un día después del magnicidio que no fue.
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