El Ejército peruano se encuentra en pleno proceso de negociación para equipar su flota con vehículos militares de última generación provenientes de Corea del Sur, en una operación de alto impacto presupuestal que busca actualizar y robustecer la capacidad de defensa nacional. El acuerdo, presentado en un reportaje reciente, abarca no solo la obtención de unidades blindadas, sino también la formación de técnicos y oficiales, el desarrollo de infraestructura industrial especializada y la creación de alianzas estratégicas con reconocidas firmas internacionales.
Este ambicioso proyecto ha generado opiniones contrapuestas en la esfera pública y administrativa, ya que su ejecución supone un fuerte compromiso financiero a largo plazo y abre una discusión sobre las prioridades del Estado. El alcance tecnológico y los mecanismos de control y fiscalización se han convertido en puntos clave del debate nacional.
Un acuerdo estratégico con visión a largo plazo
El convenio contempla la adquisición de equipamiento militar de última generación, en una operación cuyo valor bordea los USD 1.800 millones y se amortizaría hasta 2031. FAME, respaldada por Hyundai Rotem y STX Corporation, obtuvo la aprobación inicial durante el gobierno de Dina Boluarte tras imponerse en un concurso internacional. Este acuerdo permitiría no solo la compra, sino también instalar una joint venture para ensamblar parte de la flota dentro del territorio peruano.

El Ejército ha argumentado que esta iniciativa no consiste únicamente en la compra de unidades, sino que forma parte de una política de recapacitación técnica y tecnológica. Según los mandos militares, los actuales vehículos en servicio —tanques soviéticos T-55 y modelos AMX-13 franceses— presentan décadas de uso y un notorio rezago frente al material militar de países vecinos. El convenio propone que técnicos y oficiales reciban formación en Corea del Sur, con el fin de operar y mantener el nuevo parque automotor bajo niveles internacionales de eficiencia.
Capacitación y ensamblaje: la apuesta de transferencia tecnológica
Uno de los aspectos centrales del acuerdo es la apertura de una línea de ensamblaje en las instalaciones de FAME ubicadas en Lurigancho, Chosica. Voceros de la empresa destacaron que, además de ensamblar vehículos ocho por ocho, la sociedad estratégica con Hyundai Rotem potenciaría la transferencia de tecnología y la formación técnica de operarios locales.
La propuesta incluye un calendario que considera la habilitación de la planta en los dos primeros años y medio, mientras la producción de los primeros vehículos nacionales se proyecta para los dos años siguientes. Esta apuesta busca crear una base industrial desde el sector defensa, posicionando a Perú como referente regional en tecnología militar y con la capacidad de atender futuras necesidades logísticas propias.

Supervisión, fiscalización y retos presupuestales
El componente financiero ha sido uno de los puntos más sensibles del proyecto. El financiamiento a largo plazo fue una de las condiciones incluidas en la propuesta de Hyundai Rotem y su socia local, quedando sujeta a la evaluación del Ministerio de Economía y Finanzas para el próximo ejercicio presupuestal. El reporte especificó que el costo estimado inicial alcanza los USD 1.800 millones, con alternativas de cobertura financiera aún en discusión.
Al tratarse de una compra de magnitud histórica, distintas fuentes subrayaron la importancia de que la operación cuente con la vigilancia de órganos como la Comisión de Defensa Nacional y Orden Interno del Congreso, además de la Contraloría General de la República. La trayectoria y reputación de las firmas surcoreanas han sido señaladas como un factor positivo para mitigar el riesgo de irregularidades, dada su experiencia en negocios militares internacionales y estándares de cumplimiento reconocidos.
El equilibrio entre defensa y necesidades sociales sensibles

La noticia del acuerdo desató de inmediato el debate público sobre las prioridades presupuestales, en un país con demandas urgentes en infraestructura, salud y educación. Si bien el fortalecimiento de las capacidades militares responde al objetivo de cautelar la soberanía y modernizar los recursos del Ejército, existen voces que abogan por asegurar que el proceso se maneje con total transparencia y que no se desatiendan las necesidades básicas de la población.
Integrantes del entorno militar defienden el proyecto enfatizando la necesidad de cerrar la brecha tecnológica y operativa frente a los países limítrofes, como Chile, cuyas flotas blindadas se encuentran actualizadas. Las nuevas adquisiciones representan una oportunidad para que Perú logre un estándar competitivo, además de estimular la industria local y la formación de recursos humanos especializados en materia de defensa.
La implementación, sujeta aún a la aprobación presupuestal definitiva y a los pasos de fiscalización exigidos por ley, continúa bajo la mirada de la opinión pública y especialistas, atentos al desarrollo de este proceso que promete transformar el rostro del Ejército peruano.
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