Argentina ha aprendido a convivir en los márgenes de la normalidad económica. Durante décadas, el debate público gira en torno a problemas que en otras economías parecen superados: inflación persistente, devaluaciones en serie, déficit fiscal crónico y escasez de divisas, factores que derrumban cualquier intento de recuperación sostenible.
Incluso el lenguaje cotidiano refleja esa anomalía: términos como FMI, brecha cambiaria, cepo o el popular “contado con liqui” remiten a un pasado que limita el futuro y confirman una economía anclada en lo rudimentario. Es como si el país estuviera atrapado en un bucle de discusiones vetustas, mientras el mundo sigue adelante.
En ocasiones, Argentina se asemeja al célebre personaje de Guillermo Francella, Enrique ‘El Antiguo’. Mientras el mundo avanza hacia la competitividad y la innovación, seguimos aportando el gris del pasado a un escenario global vibrante y dinámico. El resultado es claro: intrascendencia y empobrecimiento.
Términos como FMI, brecha cambiaria, cepo o el popular “contado con liqui” remiten a un pasado que limita el futuro y confirman una economía anclada en lo rudimentario
El Gobierno, con una estrategia definida, eligió enfrentar las raíces de la inestabilidad. El resultado fiscal, la responsabilidad monetaria y la volatilidad cambiaria se ubican como prioridades, mientras que la inflación es la principal variable objetivo.
A la vez, dos sectores de potencial extraordinario -energía y minería- aparecen como la llave de un nuevo ciclo de generación de divisas. Por primera vez en décadas, el país dispone de un plan de estabilización respaldado por el poder ejecutivo y motores productivos capaces de sostenerlo. Hasta ahora, los resultados generan expectativas positivas.
El cambio estructural que implica la irrupción de los nuevos sectores exportadores aparece con toda claridad en las proyecciones: mientras hasta 2022 las exportaciones energéticas representaban entre el 5% y el 20% de las ventas externas agroindustriales -hasta aquí la vía dominante de ingresos de divisas, para 2030 podrían constituir casi el 60 por ciento.

Sin embargo, la experiencia demuestra que en Argentina los planes económicos no solo se evalúan por su consistencia técnica, sino sobre todo por su viabilidad política. El índice de riesgo país llegó a superar los 1.400 puntos básicos, y puso en evidencia que los inversores sospechan que un cambio de signo político podría alterar abruptamente el rumbo. La economía necesita continuidad para cimentar credibilidad.
Para que un programa de estabilización se transforme en un proyecto de desarrollo se requieren dos condiciones:
- Atender a los sectores más expuestos. En cada reconversión productiva existen ganadores y perdedores: los trabajadores informales, pyme industriales y economías regionales necesitan respaldo, capacitación y un puente tangible hacia la nueva economía.
- Estabilidad política, resulta ineludible: no basta con triunfar en las urnas; es imprescindible transmitir confianza en que las reglas del juego perdurarán en el tiempo.
Señal de incertidumbre
La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires evidenció estas tensiones. No fue inesperada: la provincia representa un terreno históricamente desafiante para fuerzas no peronistas, sobre todo a nivel municipal, y el conurbano padece con fuerza los costos de corto plazo.
La industria -clave en la región- es uno de los sectores más golpeados, mientras los motores del crecimiento se localizan en otras zonas, como Vaca Muerta o los salares de litio del noroeste.

El escenario electoral se muestra complejo. Una buena elección en octubre podría ser un alivio, dando margen para que el Gobierno continúe con el programa de reformas y consolide resultados, atenuando expectativas negativas. Un mal desempeño, por el contrario, puede profundizar incertidumbre. Un escenario probable es que el oficialismo logre mejorar respecto a la elección de septiembre y, con una adecuada gestión política, refuerce su capacidad legislativa y ejecutiva.
En este contexto, resulta claro que, más allá de los méritos o limitaciones de las medidas económicas, la solución de fondo es política. Los dirigentes de todos los sectores deben asumir con responsabilidad la necesidad de abandonar la lógica de la confrontación permanente y el dogmatismo estéril.
Resulta claro que, más allá de los méritos o limitaciones de las medidas económicas, la solución de fondo es política
Medidas pragmáticas y temporales que alivien la escasez de divisas -como eliminar retenciones a la exportación de granos o crear líneas de financiamiento contingente- contribuyen, pero lo más relevante es tender puentes con sectores políticos cercanos, impactando en las expectativas y generando confianza entre el presente complicado y una promesa de largo plazo.
El reto político es claro: pragmatismo y diálogo, sin apartar nunca el foco de la normalización económica. Se necesita un debate más abierto y equilibrado, sin descuidar las dificultades inmediatas que afrontan empresarios y trabajadores. Conciliar los beneficios futuros de la estabilización con las dificultades cotidianas (precios, empleo, crédito) es crucial.
Cambios ministeriales, gestos de apertura hacia la oposición o medidas que alivien la microeconomía pueden ser el complemento necesario para sostener el rumbo. Cuando se trata de un plan económico, el éxito no reside en la belleza de la melodía, sino en que la sociedad vuelva a sentir ritmo en su día a día.
En una mirada más profunda y optimista, dejar atrás el ciclo de urgencias requiere transformar el liderazgo a través de dos pilares:
Visión compartida: Definir un rumbo claro, sostenible y transversal que trascienda gobiernos. Sin visión, no hay compromiso; sin compromiso, no hay continuidad.
Cultura de cooperación: Reemplazar la confrontación por colaboración, al menos en los ejes centrales. Empresas, Estado, sindicatos y ciudadanía deben integrarse a un mismo proyecto. Sin acuerdos mínimos y sin incluir a quienes soportan el mayor costo, ninguna reforma será sostenible.
La verdadera pregunta es si la sociedad está dispuesta a firmar un nuevo contrato social. Para que la estabilización se convierta en desarrollo duradero se necesita un esfuerzo conjunto y prolongado. No se trata solo de lograr triunfos electorales, sino de consolidar consensos sólidos.
Por primera vez en mucho tiempo, la oportunidad de alcanzar una economía normal está a la vista. El desafío es que los actores sociales y políticos elijan sostener el esfuerzo y hagan posible el salto definitivo hacia la normalidad.
Los autores son economistas, directores de VDC Consultora
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