
Bergoglio. Punto y aparte. Cuando todos van, él fue y vino, por lo menos cuarenta veces. No llegó a Papá repartiendo hostias y eso que ama ser cura. Es un animal político. Dicen que dicen. Eso que Milei no quiere que venga es un auténtico disparate. Estuvo 76 años en Argentina. Ahora en Roma está haciendo eso que es su vocación, ser sacerdote de alma, pero con el poder de un Papa. Si él quiere venir a la Argentina, no solo no le va a pedir permiso al Presidente, sino que lo hará en tiempo y forma. No le importa el año electoral, nada, nada de nada. Él acá tiene a su pueblo, el pueblo de Dios que lo sigue, como París a Hemingway, vaya adonde vaya. No precisa autorización de nadie. Es el Papa.
Esto, en honor a la verdad, Javier Milei lo sabe. Estaría encantado que viniera. Quién no lo estaría en su lugar. Pero por ahora tiene otros proyectos. Francisco empieza con sus reuniones a las seis de la mañana. No para hasta las seis de la tarde. Está muy preocupado y ocupado con La Paz, sus cristianos en medio de la guerra. Junto al mejor periodista israelí, el hermano Henrique Cymerman, hacen sus planes. Quiere ir a Tierra Santa, Jerusalén, Palestina, Israel y repetir el encuentro de paz. Eso es lo que viene. Trabaja sin pausa para esa misión. También espera sin desesperación, pero con atención, que se concrete el viaje a China.

Es el jefe de Estado del Vaticano y el primer líder espiritual del mundo. Tiene un poder extraordinario. Ni hablar de la convocatoria, que los políticos envidian, once años después: la plaza de San Pedro explota de gente los miércoles en las audiencias públicas y los domingos en el Ángelus, donde en el Vaticano tiene su balcón propio.
Nadie en Argentina ni por casualidad conocía a los polacos que recibía Juan Pablo II, ni a los alemanes con quienes Benedicto festejaba sus cumpleaños a puro brindis de cerveza mientras vivió. Karol Woytila instaló en Polonia a Lech Walesa como presidente y nadie lo criticó, menos los polacos. Él sí que hizo política y lo bien que hizo en ese momento. Jugó fuerte. Francisco, veinte años después, se divierte con sus amigos. Lo visitó Julio Bárbaro, un eterno adolescente de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que cada vez que va se ríen y alargan la vida. Adrián Pallarols, su hijo de la edad adulta, que adoptó con amor y algunos otros pocos. En los días vertiginosos que estuve en el sínodo acompañando, con 300 obispos, pasaron desde Vladimir Zelenski, hasta Victoria Villarruel, quien, a simple vista, no sé si es buena o mala, pero está en carrera y se nota. Acá no creo, opinión absolutamente personal, que vaya a venir. Si Milei por una de esas casualidades no quiere, que lo dudo, en un mes va y viene dos veces. Atenti al lupo.
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