A partir de la adjudicación de un contrato de servicios de transporte orbital comercial de la NASA a SpaceX y la utilización de un arma antisatélite por parte de la República Popular China en 2007, la humanidad se encuentra en una segunda carrera espacial, donde la militarización del espacio exterior, la supremacía de los sistemas espaciales en la órbita baja y la búsqueda de nuevas fronteras espaciales forman parte de un complejo escenario que tiene a los Estados Unidos (y a Elon Musk) y a China como sus principales competidores.
A pesar del salto tecnológico de Beijing en el último lustro, la ventaja de Washington aún no tiene equivalente entre sus rivales, debido al bajo costo de los vehículos espaciales reutilizables y al desarrollo de la mega constelación Starlink por parte de SpaceX, la empresa de Elon Musk.
El próximo paso es Starshield. El jueves 5 de septiembre SpaceX lanzó con éxito la misión NROL-113 como parte del proyecto Starshield (‘Escudo Estelar’), resultado de un contrato firmado con la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO) del Departamento de Defensa de los Estados Unidos en 2021, por una cifra inicial de 1.800 millones de dólares. Dicha oficina está a cargo del denominado ‘espionaje espacial’, pero su rol es mucho más amplio, ya que tiene una tarea fundamental en la adquisición de tecnología espacial, permitiendo actualizaciones de capacidades para las operaciones de vigilancia y reconocimiento desde el espacio exterior.
Una de las grandes iniciativas espaciales de los últimos años es la construcción de una mega constelación de satélites militares, utilizando la capacidad (y los bajos costos) de lanzamiento de SpaceX con tecnología satelital desarrollada por la Agencia de Desarrollo Espacial de la Fuerza Espacial, en cooperación con empresas como Northrop Grumman. Esta red de “cientos de satélites espías” mejoraría la seguridad de sus comunicaciones -de vincularse potencialmente con la red Starlink-, activaría un sistema más efectivo de monitoreo de alerta de misiles (satélites Tranche 0) y desplegaría un sistema de reconocimiento y vigilancia con mayor cobertura y disponibilidad que el actual.
La clave del liderazgo espacial estadounidense se encuentra en el gran dinamismo del sector privado, que no solo ofrece alternativas más accesibles para el lanzamiento de carga útil al espacio, sino que también se ha convertido en una fuente clave de innovación tecnológica sin estar sujeta a procesos burocráticos que, con el tiempo, limitaron la capacidad de ofrecer productos más eficientes y potentes. Por ejemplo, luego de la destrucción del transbordador espacial Columbia en 2003, la NASA comenzó a buscar alternativas para el envío de suministros a la Estación Espacial Internacional con el programa de Servicios Comerciales de Transporte Orbital (COTS), dado que el transbordador iba a ser discontinuado años más tarde.
Al mismo tiempo, la retirada del transbordador espacial iba a impedirle a la NASA colocar astronautas en la Estación Espacial. Aquí entraron en escena SpaceX y Orbital Sciences Corporation, que obtuvieron contratos para dicho programa. SpaceX, con su vehículo Dragon 2, le permitió a la NASA recuperar en 2020 su capacidad de enviar astronautas al espacio por sus propios medios, luego de casi una década y media de depender de Rusia, con un precio promedio por asiento superior a los USD 50 millones.
Actualmente, superado en términos de lanzamientos y colocación de satélites en órbita por Beijing, y enfrentando crecientes dificultades financieras para mantener su programa de exploración espacial, el debilitado programa espacial ruso ha optado por convertir en una cuestión de seguridad sus aspiraciones espaciales, dándole un nuevo impulso a la militarización del espacio en respuesta a las tensiones con Occidente. Ha modernizado sus capacidades de observación terrestre, posicionamiento y comunicación, al tiempo que ha retomado el desarrollo de capacidades anti-satélite y sistemas de interferencia, como el lanzamiento del satélite espía Razbeg 1, señalado por Robert Wood, Representante Alternativo de los Estados Unidos para Asuntos Políticos Especiales en las Naciones Unidas, como un arma antisatélite capaz de atacar satélites de otros países en órbita baja.
Además, hay serias sospechas de que Rusia estaría desarrollando armas espaciales para atacar satélites utilizando armas nucleares, lo que podría afectar el acceso al espacio debido a los efectos tanto de la explosión como de la radiación posterior. Incluso se podría generar el denominado efecto Kessler, en el que una cascada de colisiones de satélites inutilizaría el espacio. Estos desarrollos militares no son nuevos, ya que datan de la Guerra Fría, pero son un llamado de atención dado el crecimiento de diversos programas militares cuyo objetivo es utilizar armamento en el cosmos.
Uno de los principales foros donde se discute la prevención de una nueva carrera militar en el espacio ultraterrestre es la ONU. En los últimos años, ha crecido el debate en torno a propuestas para evitar el uso de armas en este ámbito. Por un lado, Rusia vetó en dos oportunidades este año propuestas de resolución del Consejo de Seguridad que obligaban a los Estados a no usar ni colocar en órbita objetos con armas nucleares, ni instalarlas en cuerpos celestes como la Luna o en cualquier otra ubicación en el espacio. Por otro lado, otros foros de la ONU, como el Grupo de Trabajo Abierto para la Reducción de Amenazas Espaciales, establecido por resolución de la Asamblea General, o la propia Conferencia de Desarme, tampoco han logrado avances significativos en esta materia, debido principalmente a la sistemática oposición rusa, que ha ido de la mano con el deterioro de los mecanismos de control de armamento estratégico entre Rusia y Estados Unidos, como el fin del tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio.
En este contexto de mayor militarización y multiplicación de actores espaciales, el General Stephen N. Whiting, comandante del Comando Espacial de los Estados Unidos, realizó una visita a Argentina. Durante las últimas tres décadas, Argentina ha llevado a cabo programas de cooperación espacial con la NASA y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, como el proyecto satelital SAC-D/Aquarius, además de su incorporación a la iniciativa Artemisa, un programa internacional de vuelos espaciales tripulados que busca el regreso del hombre a la Luna entre 2026 y 2028, por primera vez desde la misión Apolo 17. A pesar de la trayectoria de las Fuerzas Armadas en el desarrollo del sector espacial, su rol ha sido dejado de lado en las últimas dos décadas a pesar de las implicaciones estratégicas de largo plazo para los intereses nacionales. La revitalización de los vínculos espaciales en el ámbito militar puede complementar los esfuerzos actuales para promover un mayor desarrollo del sector espacial, teniendo en cuenta las necesidades de utilizar la tecnología espacial para apoyar la defensa, incluyendo el desarrollo de una constelación de satélites de observación con aplicaciones militares, la capacidad de lanzamiento para colocar carga útil satelital en órbita baja y el impulso para que un primer astronauta argentino llegue al espacio.