
La inflación sin dudas es uno de los grandes desafíos que tendrá que afrontar el gobierno que asuma el próximo 10 de diciembre. Desde aquel enero del año 2002 cuando el Congreso Nacional derogó la Ley de Convertibilidad –terminando así con la paridad cambiaria– el incremento constante en los precios de nuestra economía ha sido nuestra permanente compañía.
Solo para ponerlo en perspectiva, desde aquel momento en el que le firmamos el certificado de defunción del esquema de convertibilidad hasta hoy el incremento de precios ha sido del 44.000%: hoy necesitamos cerca de 44.000 pesos para lo que en aquel momento podíamos adquirir con apenas un billete de 100 pesos.
En los últimos 20 años la inflación anual promedio en Argentina ha sido del 32 por ciento. Cada Presidente ha dejado su cargo con peores índices inflacionarios que su antecesor, sin excepciones. Néstor Kirchner acumuló durante su mandato el 24,7% de inflación, Cristina Fernández de Kirchner un 92,6% en su primer mandato y un 141,3% en su segundo mandato, el gobierno de Mauricio Macri acumuló un 206,7% y Alberto Fernández hasta aquí lleva en su cuenta un 713,2% de inflación acumulada. Los números hablan por sí solos: la inflación es un problema serio que hasta aquí nadie supo cómo resolver.
Sin embargo lo que más preocupa no es el pasado sino el presente. Las expectativas inflacionarias parecen no dar respiro y algunos ya creen que los tres dígitos de inflación anual son una realidad que nos acompañará por mucho tiempo más. La Argentina es una máquina descontrolada de imprimir billetes que solo generan que el peso que imprimen valga cada vez menos.
Mientras la base monetaria está llegando a la exorbitante cifra de 8 billones de pesos ($8.000.000.000.000), los pasivos remunerados del Banco Central de la República Argentina –que nos son otra cosa que una promesa de emisión monetaria futura- superaron los 21 billones de pesos (veintiún millones de millones de pesos). Solo los intereses de las Leliqs (instrumentos éstos que explican casi la totalidad de los pasivos remunerados del BCRA) significan una emisión diaria de unos 70.000 millones de pesos, algo así como 48 millones de pesos por minuto (unos 810.000 pesos por segundo). El descontrol monetario es total.
Nuestros niveles de inflación ostentan un dato adicional que acrecientan la gravedad de la situación: muchos precios de la economía se encuentras regulados o intervenidos por el Estado. Desde el dólar oficial (que ya ostenta una brecha cercana al 150% con los dólares libres) hasta el precio del transporte, del combustible, de las prepagas y de las tarifas de servicios públicos hoy se encuentran “atrasadas” gracias a la contención artificial de sus precios realizada por el gobierno. Nadie sabe a ciencia cierta sabe cuál será el verdadero impacto en los índices de inflación cuando estos precios se liberen.
Lo colosales déficit fiscales producto de populismos sin control terminaron por destruir la moneda y posicionar al país entre los de mayor inflación del mundo. Hoy Argentina tiene en una semana más inflación de la que muchos países del mundo tienen en un año. Terminar con este delirio inflacionario será uno de los objetivos urgentes del próximo Presidente de la Nación, quién deberá evitar que colapsemos en una hiperinflación que por momentos parece inevitable.
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