El resurgimiento de la cordura

Después de la atroz mediocridad de Alberto Fernández, toda alternativa ofrece su cuota de esperanza

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Sergio Massa (Franco Fafasuli)
Sergio Massa (Franco Fafasuli)

Me animo a expresar que se reitera aquella amenaza de los “carapintadas”, momento donde la oposición- y me incluyo- salió a apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín. Es demasiado parecido, alguien amenaza la democracia, esta vez, intentando degradarla en un debate simplista sobre las necesidades del mercado.

Pudimos superar solo una parte de las miserias de la última dictadura militar, recuperar el valor de los derechos humanos, mientras nos siguen erosionando los verdaderos objetivos de aquellos genocidas: imponer la codicia de sus miserias financieras y destruir nuestros sueños industriales. Martínez de Hoz y Domingo Cavallo nos indujeron a multiplicar bancos y financieras, ofrecían ganancias excesivas en dólares, los rentistas se impusieron por sobre los productores y, cuando estalló aquel demencial sistema se dieron el lujo de estatizar sus deudas y nos dejaron el recuerdo de su miserabilidad. Alfonsín intentó recuperar el poder del Estado, fue el único; luego, Menem se lo regaló a los privados; los Kirchner tuvieron aciertos y errores, reivindicaron falsos recuerdos de revoluciones fracasadas, y nos sumieron en una absurda división -una más en nuestra historia- carente de todo sentido, a la que, naturalmente, contribuyeron sus oponentes extendiendo su encono al peronismo y ahora, al radicalismo.

Si la segunda vuelta hubiera sido entre Bullrich y Massa, la oposición tenía todas las de ganar. El radicalismo resultaba demasiado democrático y nacional para los intereses de Macri, que como todo hijo de rico se divierte destruyendo lo que inventa para no aburrirse. La demencia lo atrajo con mayor pasión que la política, su odio a los radicales se asentaba en su edulcorado recuerdo de la dictadura, memorias de vidas pasadas con Franco, su padre, amasando parte de su fortuna.

Mauricio Macri - EFE/ Juan
Mauricio Macri - EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Macri es el principal sostén de la vigencia de Cristina Kirchner, fue dejando sin destino a todos sus acompañantes y ahora, nos propone la guerra civil para imponer la desmesura de los negocios sobre la necesidad de la sociedad. Es el intento de abrazar el egoísmo sobre el mismo sentido patriótico, de utilizar la palanca del resentimiento para terminar de disolver el Estado y dejarnos sin moneda, es decir, sin dignidad. Massa recibe un regalo histórico, difícilmente hubiera derrotado a Patricia, pero muy distinto es enfrentar a Milei. Y reviven entonces las reservas morales de la sociedad, quienes jamás hubieran votado por Massa en otras circunstancias se sienten obligados a expresar su compromiso para evitar el riesgo de la disolución nacional. Resurge la cordura, en decenas de periodistas y políticos, de intelectuales y empresarios, la misma que nos permitió enfrentar la dictadura. Hasta los personajes más cercanos a Macri tomaron distancia, muchos de ellos con argumentos sólidos que dejaban en claro quién quedaba en falta. El mismo Durán Barba toma distancia de Macri, en tanto que Graciela Fernández Meijide, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Pablo Avelutto y muchos otros políticos e intelectuales reaccionan ante a este intento de suicidio colectivo, de irresponsable riesgo de enfrentamiento entre hermanos. Algunos miembros del Club Político salen a apoyar a Massa, solo Milei obliga a muchos de nosotros a expresarnos, asumiendo que la derrota de Bullrich nos dejó sin otra opción democrática. Por su lado, Patricia Bullrich desnuda sus limitaciones para asumir un rol de estadista.

Este desatino, si Massa lo sabe asumir con grandeza, puede servir de palanca para sacarnos de confrontaciones insensatas e imponer la cordura por sobre todo sectarismo y variante de corrupción. Macri y su decadente muletilla del “cambio” están al borde de desaparecer. Se necesita un partido que exprese a los “gorilas”, a aquellos que en lo esencial imaginan al peronismo como causa de todos los males. Pero ya que son ricos y gastan en buenos colegios, que elijan un jefe más educado, menos mediocre y frívolo, y un poco más patriota. La derecha necesita generar una versión nacional menos superficial.

Esperemos que la cordura siga creciendo frente a los odios y resentimientos, que gane Massa y se enamore de la política por encima de las veleidades del poder. Después de la atroz mediocridad de Alberto Fernández, toda alternativa ofrece su cuota de esperanza. Que alguien lo asuma: es indispensable devolvernos un rumbo, un destino, un entusiasmo profundo por la sabiduría, que en esta, nuestra corta vida, es la única riqueza digna de apasionarnos.